(Lo bueno de estar “LIBRE DE”
un trabajo obligatorio remunerado, es que eres “LIBRE PARA” dedicarte, en
cuerpo y alma (y nunca mejor dicho) a ese otro trabajo, voluntario y lúdico,
psicológicamente más reconfortante y muy compensatorio).
También es mala suerte que en
plena borrachera darwiniana uno (yo), que siempre se ha considerado creyente y
ferviente evolucionista, esté sacando a la luz la teoría de uno de sus
adversarios (¿).
Según James Lovelock las
pruebas demuestran que toda la biosfera del planeta tierra, hasta el último ser
viviente del último rincón que la habita, puede ser considerada como un único
organismo, a escala planetaria, en el que todas sus partes están tan
relacionadas y son tan interdependientes como las células de nuestro propio
cuerpo.
La analogía es atractiva.
¿Existen, independientes, las
células de mi cuerpo o lo que realmente existe es mi cuerpo como un todo
relacionado cuyas partes son interdependientes?
¿Qué soy yo sin mis células?
¿Son mis células mi yo? ¿Puedo ser yo sin ellas o pueden ser ellas sin mí?
Esto, que a nivel personal lo
vemos claro, a nivel de planeta tierra nunca se ha visto así. De hecho ha
salido a la luz apenas hace sesenta años.
Este ser-colectivo fue
denominado “Gaia” nada menos que por el entonces ya famoso William Golding, el
autor de El Señor de las Moscas.
(No la llamemos “gaya”, con
“y”, porque “la jodemos”. Y, si no me creéis, preguntarle al Sr. Google y ya me
contaréis lo que os contesta).
Ante acontecimientos
naturales, una desgracia no prevista, una hecatombe sobrevenida, una peste, una
riada o una hambruna, hoy día, con nuestros esquemas mentales modernos,
buscamos los porqués en el mismo mundo natural. Y, así, hablamos de virus, de tornados,
de borrascas. Pero casi nunca fue así.
La gente necesitó, siempre,
creer en seres sobre-naturales como causas explicativas de fenómenos naturales.
Ante la “admiración” que
produce un hecho extra-ordinario, hoy no damos ya tan fácilmente el “salto”,
pero casi siempre fue así.
Ante la ausencia absoluta de
respuestas naturales a fenómenos (y preguntas naturales) se daba el salto al
plano de la creencia.
Siempre fue reconfortante
(hoy lo sigue siendo para una inmensa parte de la humanidad) creer que existe
algo o alguien, superior y bueno, que puede intervenir y salvarnos de lo que
nos va mal y prolongar e incrementar lo que nos vaya bien.
Orar siempre fue “levantar el
corazón a Dios y pedirle mercedes” (favores, no coches alemanes).
El niño le asigna ese papel
salvador a sus padres y a su “seño”.
Si ellos lo pueden todo, ella
lo sabe todo.
A su amparo siempre se
encuentran a salvo, de problemas y de preguntas. Después llegará la decepción,
la comprobación de su error y el cambio de perspectiva.
La humanidad, durante toda la
prehistoria y gran parte de la historia, a nivel cognoscitivo, ha sido un@
niñ@, un@ creyente.
Al candidato a ser ese ser
extra-ordinario, extra-natural, capaz de coser cualquier descosido vital,
siempre fue Dios, sea la sociedad, sea la cultura o la religión que sea.
¿No se siguen sacando en
procesión, en rogativas, a la virgen o al santo patrón milagrero ante la sequía
que, cada cierto tiempo, acude a la cita sin ser deseada ni invitada?
“Todo lo que ocurre, ocurre
cuando Dios quiere, como Dios quiere, donde Dios quiere y porque Dios quiere” –
resumirá San Agustín.
Cuando en el siglo VI a. C.
la “voluntad divina”, el “capricho de los dioses”, como explicación, dio paso
al concepto de “necesidad”, en ese mismo momento comenzó la Filosofía (la Ciencia ).
“Fenómenos naturales,
presentes o pasados, (luego también futuros), “tienen que estar” relacionados
con otros fenómenos naturales (aunque desconocidos aún).
El protector sobre-natural ha
dejado paso a las causas naturales.
La oración, divina y en la
iglesia, ha dado paso a la vacuna, humana y en el Centro de Salud.
Cuando hace unos sesenta años
un científico británico, James Lovelock, lanzó su hipótesis Gaia provocó una
sacudida en los científicos, y no porque volviera a dar respuestas religiosas
(por aquello de la Diosa Gea
o Diosa Gaia) sino porque propuso un cambio de perspectiva.
Proponía explicaciones,
respuestas, naturales, pero muy distintas a las científicamente correctas y
generalmente aceptadas en esos momentos por la comunidad científica.
Con ese nuevo punto de vista,
con ese nuevo enfoque, llegaba a unas respuestas lógicas, pero tan discordantes
con las científicas en boga que pasaron desapercibidas o consideradas como un
magnífico ejercicio de imaginación.
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