2.- El temor a la MUERTE.
El alma humana se compone de
átomos esféricos, lisos sutiles y sumamente móviles, extendidos por el cuerpo a
manera de una red.
De suyo no posee sensibilidad
y sólo la adquiere al estar unida al cuerpo, separada del cual ni siente, ni
sufre, ni goza.
El alma del hombre tiene,
además, la facultad de pensar, que está localizada en medio del pecho.
Pero el alma no sobrevive al
cuerpo porque en el momento de la muerte sus átomos se disgregan, dejando de
existir juntamente con el cuerpo.
Admite una cierta libertad,
suficiente para que el sabio pueda dirigir su vida y gobernarse a sí mismo.
No hay que inquietarse por el
temor a la muerte, pues es una liberación de todos los males, y de todos los dolores,
ya que nada existe después de esta vida, sino los átomos, que volverán a unirse
y separarse indefinidamente.
“LA MUERTE , PUES, EL MÁS
HORRENDO DE LOS MALES, EN NADA NOS ATAÑE, PUES, MIENTRAS NOSOTROS VIVIMOS NO HA
VENIDO ELLA, Y CUANDO ELLA HA VENIDO YA NO VIVIMOS NOSOTROS. ASÍ LA
MUERTE NO ES CONTRA LOS VIVOS NI CONTRA LOS
MUERTOS, PUES EN AQUÉLLOS TODAVÍA NO ESTÁ Y EN ÉSTOS YA NO ESTÁ”
¿Por qué temer lo que nunca
nos atañe, porque mientras yo estoy ella no está, y cuando ella esté yo ya no
estoy?
¿Por qué temer lo que es
incompatible conmigo?
3.- El temor a los DIOSES.
Epicuro creía en la
existencia de los dioses pues la atestiguan la experiencia de los sueños y el
consentimiento universal de los hombres y están compuestos de átomos
aeriformes, más sutiles y perfectos que los de las almas y su figura es
semejante a la de los hombres, pero mucho más hermosa.
Residen en unos vergeles
maravillosos, en los espacios que separan unos mundos de otros.
Su número es incalculable y
no tienen parte alguna en la formación de los mundos. Ni los conocen ni ejercen
influencia en los asuntos humanos, ni para bien ni para mal.
La intervención en las cosas
del mundo podría turbar su felicidad.
Ni los bienes ni los males
dependen de ellos. Si dependieran de ellos, puesto que son buenos, suprimirían
todos los males.
O bien quieren impedir los
males y no pueden, o pueden y no quieren, o ni quieren ni pueden o, bien,
quieren y pueden. No serían omnipotentes, o serían envidiosos, o ambas cosas, y
en ninguno de los tres casos serían dioses.
Habría que concluir que
pueden y quieren, que es lo único que les conviene a los dioses, pero, entonces
¿de dónde proviene la existencia de los males y por qué no los impide?
(Es lo mismo que, siglos
después, diría la iglesia del dogma de
la maternidad y virginidad de María)
Y, siendo esto así, son
inútiles las oraciones, los sacrificios y los actos de culto.
Sin embargo, los dioses, por
su excelente naturaleza, son acreedores a nuestra veneración.
En esto consiste la piedad y
la única forma racional de religión.
Resumiendo, y en conclusión,
no hay que temer a los dioses, con lo que queda excluida la tercera causa
principal de intranquilidad.
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