EL HOMBRE: “ANIMAL POLÍTICO”
El hombre no es un ser
existente único ni aislado, sino que es un individuo de una especie
multiplicada en multitud de seres particulares, distintos y a la vez
semejantes, que se asocian en agrupaciones de diversos tipos.
Las relaciones del hombre,
pues, no son sólo con Dios, sino también con otros seres semejantes a él y los
problemas de coexistencia y de convivencia correspondientes en la “comunidad
política”.
Pero ¿es esta comunidad
política una entidad artificial, establecida mediante un pacto o una convención
voluntaria entre un conjunto de individuos humanos que se agrupan y se asocial
con la finalidad extrínseca de conseguir un bien común para todos, que complete
y facilite la consecución de sus posibilidades naturales?
Esto es lo que creían los
Sofistas, anticipándose muchos siglos a Hobbes y a Rousseau, sobre el origen de
la sociedad.
No es esto lo que piensa
Aristóteles para quien la comunidad política no es algo artificial sino
“natural”.
“El hombre es, por naturaleza
un animal (viviente sensible) político o social”.
En la misma naturaleza
individual de cada hombre hay una tendencia innata a lograr su propia
perfección, en la cual consisten su bien y su felicidad.
Esta perfección no puede
lograrla el individuo en su estado de aislamiento y de soledad.
El individuo, aislado, es
insuficiente para bastarse a sí mismo, por lo que necesita de la agrupación con
sus semejantes, la cual tiene diversas formas:
1.- LA FAMILIA (“oikós”).
Es la unidad social básica que
comprende el marido, la mujer, los hijos, los esclavos,…y el buey arador.
Es una asociación meramente
natural y en la que el varón tiene autoridad real sobre los hijos y los
esclavos y autoridad democrática sobre la mujer.
2.- LA ALDEA (“komé”)
Que resulta de la agrupación
de varias familias.
3.- LA CIUDAD (“polis”)
Es la comunidad política que
resulta de la agrupación de varias aldeas, o de un número mayor de familias.
Como prueba de la
sociabilidad (hoy denominada “socialidad”) natural del hombre señala
Aristóteles el hecho de que la naturaleza le ha dotado del don de la palabra
(“lógos”), muy distinto a los demás animales, que sólo emiten sonidos (“foné”).
Pero el hombre tiene razón,
discurre y habla.
La palabra no es sólo
“logos”, sino también “dialogo”, que implica comunicación con otros seres
semejantes.
El hombre es el único animal
que no sólo sabe distinguir entre el dolor y el placer (que también lo hacen
los demás animales, en cuanto que son “sensibles”) sino entre lo bueno y lo
malo, lo justo y lo injusto.
La naturaleza (“que no hace
nada en vano”) ha formado al hombre para vivir, no aislado, sino en sociedad.
El hombre solitario (“como un
águila en su picacho”) es antinatural.
O es un dios o es una bestia
(contra la autarquía de los cínicos).
Ya para “nacer” son
necesarias dos personas de sexo distinto y después, para desarrollarse, para
“ser” serán necesarias otras muchas personas.
Entre las varias formas de
asociación (“koinonía”) que distingue Aristóteles están: la familia, la casa,
la aldea, el patriarcado, la tribu y, la más suprema de todas, la ciudad
(“polis”), que es la cumbre y el fin al que tienden todas las demás siendo
posterior, genética e históricamente, a todas las demás formas de asociación.
La “polis” es la sociedad
perfecta, independiente y que se basta a sí misma.
Goza de prioridad de
naturaleza, de perfección y de dignidad sobre todas ellas.
Es la obra más excelente que
el hombre puede realizar sobre la tierra.
Ella es el lugar por
excelencia para llevar una vida humana digna.
Así como el individuo nace en
el seno de una familia, las familias y los individuos nacen en el seno de una
ciudad, siendo ésta, pues, anterior por naturaleza a individuo y familia.
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