EPICURO Y EL PLACER.
Dado el concepto material de
la realidad, el fin del hombre queda reducido a lograr la felicidad en este
mundo y que consiste en evitar el dolor, que es el único mal, y conseguir la
mayor cantidad posible de placer, que es el único bien.
Así lo atestigua la
experiencia.
Todos los seres vivientes
buscan los placeres y huyen de los dolores.
Éste es único criterio que
debe presidir la conducta humana.
No obstante (y dicho lo cual)
Epicuro no es un puro hedonista (como luego lo será n los epicúreos
posteriores, hedonistas groseros).
Su doctrina sobre el placer
es mucho más elevada y hasta opuesta a la de los cirenaicos y hedonistas.
El hombre es un compuesto de
cuerpo y alma, y a cada uno de estos elementos les corresponden sus propios placeres.
Los placeres del cuerpo son
esencialmente carnales pero el alma tiene una clase de placer más elevada y a
la que Epicuro denomina “Jará” (gozo).
Además, en cuanto dotada de
conocimiento y reflexión, le corresponde regir y regular la vida del sabio,
refrenando las actividades propias del cuerpo mediante la “prudencia”, con la
cual debe moderar los apetitos y señalar la norma de conducta, cuya finalidad
es el equilibrio del hombre, su paz interior y su tranquilidad.
Así mismo, debe prever las
consecuencias que pueden tener sus acciones.
Consiste en el medio de
evitar el dolor y conseguir la mayor cantidad posible de placer.
No todos los dolores son
absolutamente malos, sino que, a veces, son preferibles a los placeres, pues
pueden reportarnos un bien mayor.
Ni todos los placeres son
deseables, pues pueden ser causa de dolores.
El sabio deberá moderar la
satisfacción de sus apetitos mediante la virtud de la “templanza”, puesto que
el abuso de los placeres puede ocasionar dolor.
Debe saber calcular las
sensaciones y distinguir su duración, su intensidad y sus consecuencias.
No debe elegirse a ciegas
calquier placer, y menos los propios del cuerpo, porque pueden ir mezclados con
muchos males.
Epicuro recomendaba una vida
austera y refrenar los apetitos inmoderados, anejos a la satisfacción de las
necesidades corporales.
Distinguía entre “necesidades
naturales” y “no naturales o no necesarias”
El sabio debe excluir el lujo
contentándose con lo necesario para la vida.
Con pan, agua y un alimento
frugal el sabio es más feliz que con los festines.
Dio ejemplo con su conducta,
pues se contentaba con agua y pan moreno.
En una carta a un amigo le
escribe: “envíame un poco de queso citrídeo para que yo pueda hacer una comida
más excelente”
En el placer distinguía dos
aspectos: uno negativo (que es el principal) logrando la ausencia de dolor
(“aponía”), el reposo, el descanso y la imperturbabilidad (“ataraxía”), de
donde proviene la paz interior del alma, libre de dolores, de temores y de
perturbaciones, que es lo característico del sabio.
El sabio debe librarse de los
cuidados de la familia, de la riqueza, de los negocios y honores, de todo
cuanto pueda perturbar la paz de su espíritu y producirle inquietud y dolor.
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