Existía, cuando yo era monaguillo, allá por los años 50, la
“misa cantada”, que era bastante más cara que la “misa rezada” pero más barata
que la “misa concelebrada”.
Recuerdo a D. Isidro y a D. Eduardo (y yo a sus lados) con
el “caldero del agua bendita y su hisopo correspondiente”, pasando por las
sepulturas de las iglesias (en mi pueblo cada familia se ponía, arrodillada o
en un “reclinatorio” detrás de su correspondiente losa; todo el suelo era una alfombra
de losas en la que cada familia sabía dónde estaban sus antepasados) y
“rezando” o “cantando” responsos, dependiendo del dinero que las mujeres iban
depositando en mi mano y que yo le pasaba al cura, el cual, procedía en
consecuencia, “rezando” o “cantando” durante más o menos tiempo, de manera
proporcional al dinero entregado. Yo ya sabía lo corto o lo largo que iba a
ser, porque yo era el que ponía la mano y lo veía).
¿Y las Bulas? Todos los años, antes de la cuaresma, yo iba
repartiendo y cobrando por las casas. Bulas más baratas o más caras,
dependiendo del nivel económico de las familias, que el cura, previamente, ya
las había catalogado.
¡Pobre de aquella familia que, por ahorrarse un dinero,
adquiría una más barata¡ ¿Mira que si no le hacía efecto la dispensa cobrada y
pecaba y pecaba….
Fue ya en el siglo XII y XIII cuando se inventó lo del
purgatorio y esto sí que fue una buena fuente de ingresos para la iglesia.
Esa reducción de penas, esa reducción de estancia obligada
en el purgatorio,… podía comprarse con misas, rosarios,…
Incluso las estampas “ponían”, por detrás, unas jaculatorias
u oraciones, que había que rezar tantos días y que, con ello, se ganaban no sé
cuántos días o meses o años de indulgencias, que era algo así como ir
ingresando en un Banco o Caja de Ahorros espiritual, en vez de dineros, días
ganados, de indulgencias, que constarían como haber en el gran libro y que te
serían descontados cuando, al morir, tuvieras que pasar por el purgatorio.
Incluso ya ni tendrías que pasar porque te sobraba crédito para ese pago.
Pero lo que te sobrase no se esfumaba, entraba a formar
parte de un Banco General, llamado la Comunión de los Santos y que les serían asignados
a quienes lo necesitasen.
¡Así que cuando el papa o el obispo anunciaba Indulgencias
Plenarias¡…..O sea que borrón y cuenta nueva de tus débitos, todos personados,
sólo había en tu cuenta el haber de las indulgencias ganadas, que quedaban
“apuntadas”.
¿Y si yo se las aplicaba a un familiar pero éste ya estaba
eternamente condenado en el infierno y de allí ya no había dios que lo sacase?
Pues, por la Comunión
de los Santos se le asignaban a otro. Nunca iban a saco roto. En el cielo no
existía la quiebra bancaria. Siempre sólo había ganancias.
Uno se imaginaba a un padre purgándolas en el purgatorio, y
todo porque sus hijos no hacían nada por excarcelarlo y ascenderlo a los
cielos.
Los ricos eran sepultados en las iglesias, los pobres en el
cementerio o camposanto, era la regla general.
Esas capillas particulares, lujosas, en catedrales e
iglesias, con figuras yacentes en mármol o alabastro,…. ¡qué distintas a esa
montañita de tierra con forma de ataúd de los cementerios¡
Pero nadie quería pasar desapercibido, flota en el ambiente
ese deseo narcisista de permanecer, de dejar constancia de su paso por la
tierra, de no quedar, para siempre, en el anonimato.
También los pobres, a pesar de haber sido enterrados en un
sudario (los ataúdes o “cajas de los muertos” serían posteriores) ponen una
cruz de madera con su nombre y la fecha de su muerte.
Claro que todo ese orden, esa organización litúrgica, se va
al traste cuando aparece la “muerte negra”, la peste de 1.348, sin apenas tiempo
para confesar sus pecados y morir perdonado, para poder hacer el tránsito con
garantías o, al menos, con esperanza.
La “muerte negra” no sabe de distinciones, iguala a todos,
ricos y pobres, aunque una manera de no dejarse pillar por ella es yéndose al
campo y aislándose (¿recuerdan el Decamerón, de Bocaccio?
“Plaga divina” la llamaron algunos. Y si la ha mandado Dios
por algo será, alguien tiene que haber pecado mucho y muy duramente para que
Dios, en contrapartida, nos envíe esto.
Y aparecen los pogroms contra los judíos, las cohortes de
flagelantes recorriendo los caminos para expiar los pecados del mundo…
La muerte haciendo de crupier tramposo y jugando a la
ajedrez o al juego aquel de las cerillas (ordenadas en 1, 3, 5 y 7 y pierde el
que tenga que coger la última, y en el que yo llegué a ser un experto, porque
descubrí reglas para ganar siempre al no tan avezado como yo, iniciara él o
iniciara yo la partida) con el caballero y con su vida ¿recuerdan “El séptimo
sello” de I. Bergman?
¡La pesadilla ante la muerte repentina e imparable, que te
pillaba a traición y con las graves consecuencias que ello podía acarrearle¡
Las familias se desmoronan, los huérfanos y las viudas
abundan, casi nadie asiste a los funerales no vaya a ser que…., los cadáveres
yacen en las calles hasta que son recogidos por la carreta, con el sonido
amenazador de sus campanillas.
¡El rasero igualador de la peste¡
Adiós a la muerte teatral, con público incluido
interviniente, ya todo es tragedia inmediata.
La muerte, más que como temor (porque siempre es segura,
inevitable, “mors certa”, aunque es “incerta hora”) se concibe como
frustración, como un fracaso (“yo no tenía que morir todavía, no me tocaba
ahora,…”).
Sólo los juglares y los artistas parecen ser los únicos que
tutean y juegan con la muerte, en sus obras.
Los santos, las vírgenes y las reliquias hacen su agosto
poniéndose por las alturas su cotización.
Esa inscripción típica, funeraria y lapidaria, que aparece
en las tumbas de algunos personajes ilustres, del “como te ves, me vi y como me
ves te verás” es de esta época, en este juego de los muertos dobles que aparece
en el “Dit des trois morts et trois vivants”. Tres jóvenes de buenas familias
que van al campo a cazar y se encuentran con tres muertos que les dicen: “tel
que fus comme tu es/et tel que je suis tu seras”.
Las danzas macabras representan el contacto suave con la
muerte, con la finalidad de recordarla y no olvidarla.
Otra cosa es la “muerte triunfal”, montada en un carro o en
un león, triunfante de la vida.
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