lunes, 5 de agosto de 2019

EPICURO ( 1 )




A pesar de haber nacido en Samos (341 a.C) en el 307, ya estaba en Atenas donde abrió escuela y donde compró una casa con jardín, donde impartía sus lecciones, de ahí la denominación de “filósofos del Jardín”.
Aunque más que escuela filosófica, tipo Academia o Liceo, era un círculo de amigos, una especie de seminario o congregación o, más bien, una casa de retiro y un sanatorio moral donde jóvenes inquietos o personas maduras, heridas por la vida, iban allí a buscar un asilo de paz y de amistad.

Hacían en común una vida austera, frugal y retirada. Menospreciaban el dinero y los honores o dignidades. Su finalidad era lograr la paz y la tranquilidad de ánimo, en la cual hacían consistir la felicidad.

Epicuro tenía una salud muy delicada, padecía una penosa enfermedad real y, quizá, hidropesía.
La dulzura, empero, y la afabilidad de su carácter, su firmeza para sobrellevar sus sufrimientos, le conquistaron el aprecio de sus conciudadanos.
Sus discípulos lo veneraban como a un ser divino.
Su éxito, aparte de sus dotes personales, se debe a la claridad y sencillez de sus enseñanzas, acomodadas a las tristes circunstancias de su tiempo.

Enseñaba a vivir en paz, a conservar la serenidad de alma en medio de las turbulencias exteriores, murió a los 71 años, dejando sus bienes en herencia a sus discípulos con el encargo de continuar su obra.

A pesar de sus muchos escritos (¿300?) sólo han llegado a nosotros unos pocos fragmentos.

Su finalidad es esencialmente (aunque no exclusivamente, por ejemplo, su atomismo) práctica, para suprimir en el hombre el temor al destinos, a los dioses y a la muerte, que considera los tres mayores obstáculos para lograr la tranquilidad del alma, la felicidad en esta vida.

SUPRESIÓN DE LAS CAUSAS DE INTRANQUILIDAD.

1.- No hay que temer al DESTINO, pues no existe, sólo existe el azar.

Todo se muda, se cambia y se destruye sin sujeción a ninguna ley, en virtud de causas puramente mecánicas.
Nada es necesario.
No puede preverse ningún acontecimiento, pues en el universo no existe ni orden ni finalidad.

¿Por qué, pues, temer lo que no existe, el destino?

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