A pesar de haber nacido en
Samos (341 a .C)
en el 307, ya estaba en Atenas donde abrió escuela y donde compró una casa con
jardín, donde impartía sus lecciones, de ahí la denominación de “filósofos del
Jardín”.
Aunque más que escuela
filosófica, tipo Academia o Liceo, era un círculo de amigos, una especie de
seminario o congregación o, más bien, una casa de retiro y un sanatorio moral
donde jóvenes inquietos o personas maduras, heridas por la vida, iban allí a
buscar un asilo de paz y de amistad.
Hacían en común una vida
austera, frugal y retirada. Menospreciaban el dinero y los honores o
dignidades. Su finalidad era lograr la paz y la tranquilidad de ánimo, en la
cual hacían consistir la felicidad.
Epicuro tenía una salud muy
delicada, padecía una penosa enfermedad real y, quizá, hidropesía.
La dulzura, empero, y la
afabilidad de su carácter, su firmeza para sobrellevar sus sufrimientos, le
conquistaron el aprecio de sus conciudadanos.
Sus discípulos lo veneraban
como a un ser divino.
Su éxito, aparte de sus dotes
personales, se debe a la claridad y sencillez de sus enseñanzas, acomodadas a
las tristes circunstancias de su tiempo.
Enseñaba a vivir en paz, a
conservar la serenidad de alma en medio de las turbulencias exteriores, murió a
los 71 años, dejando sus bienes en herencia a sus discípulos con el encargo de
continuar su obra.
A pesar de sus muchos
escritos (¿300?) sólo han llegado a nosotros unos pocos fragmentos.
Su finalidad es esencialmente
(aunque no exclusivamente, por ejemplo, su atomismo) práctica, para suprimir en
el hombre el temor al destinos, a los dioses y a la muerte, que considera los
tres mayores obstáculos para lograr la tranquilidad del alma, la felicidad en
esta vida.
SUPRESIÓN DE LAS CAUSAS DE
INTRANQUILIDAD.
1.- No hay que temer al
DESTINO, pues no existe, sólo existe el azar.
Todo se muda, se cambia y se
destruye sin sujeción a ninguna ley, en virtud de causas puramente mecánicas.
Nada es necesario.
No puede preverse ningún
acontecimiento, pues en el universo no existe ni orden ni finalidad.
¿Por qué, pues, temer lo que
no existe, el destino?
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