Una sentencia frontispicia:
“SI QUIERES HACER RICO A PITOCLES NO LE AGREGUES RIQUZAS, DISMINÚYELE SUS
DESEOS”.
En esta paz interior es en lo
que consiste el placer más intenso.
Es una moral propia de un
hombre enfermo, para quien la mayor felicidad posible es el cese de sus dolores,
ese es su placer.
El aspecto positivo del
placer va unido al movimiento y a la actividad propios del cuerpo o del alma.
Pero el sabio debe
sobreponerse a todo mediante una severa disciplina, limitando sus apetitos,
moderando sus deseos y regulando sus pensamientos e imaginaciones.
Debe ser siempre libre y
conservar su paz interior. Su norma es “bastarse a sí mismo, contentándose con
poco y logrando la autosuficiencia.
Epicuro condenaba el suicidio
como medio de liberación de los dolores físicos o morales.
Dentro de lo que cabe en una
filosofía materialista, que niega la providencia de Dios, la inmortalidad del
alma y las sanciones más allá de esta vida, la moral de Epicuro permanece en un
plano de dignidad humana.
Su moral no consiste en un
puro hedonismo ni es una moral de libertinaje.
Aunque carece de una norma
superior a la propia naturaleza humana, aconseja la austeridad de vida,
poniendo la felicidad, no en el desarreglo de las pasiones ni en los placeres
inferiores del cuerpo, sino en la paz y en la tranquilidad del alma, en la
gracia (“jará”), en el buen humos y en la ecuanimidad del sabio, dueño de sí
mismo, sobreponiéndose al dolor y a la adversidad y superando los temores y las
perturbaciones exteriores.
Así Epicuro sobrellevó sus
enfermedades con grandeza de alma, y hasta con alegría, por lo que los
discípulos lo tuvieron en la más alta estima.
No obstante, éstos no
supieron mantener la dignidad de conducta de su maestro y, con más lógica que
él, dedujeron de sus principios otras tendencias inclinadas al hedonismo en su
aspecto menos elevado.
Es conveniente/es necesario
distinguir a Epicuro de los posteriores epicúreos, hedonistas groseros..
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