EN EL RENACIMIENTO.
El Renacimiento lo que va a
hacer es retomar el interrumpido proyecto y el orden de la razón volverá a
ponerse en marcha; no en contra sino al margen del orden religioso y teológico.
Esta razón, apellidada ya
como científica, va a imponerse e instaurar lo que se denomina Modernidad.
El Renacimiento la pone en
marcha, va acelerándose al paso de los años y, ya en el XVIII, podemos hablar
de un nuevo dios, un dios laico, o mejor, de una diosa, La Diosa Razón.
Descartes y Galileo, los
padres de la Filosofía
y de la ciencia modernas, no son unas novas, unos milagros, aparecidos, de la
noche a la mañana y por arte de birli birloque.
Ambos tienen padres, tienen
antecedentes o predecesores, que han sido los que han ido rompiendo o superando
a los abuelos o bisabuelos medievales.
Los padres de estos dos
padres son los hombres del Renacimiento, que viven, aproximadamente, desde el
1400 al 1650. Siglos XV y XVI como pórticos del XVII y XVIII.
Se van imponiendo las nuevas
ideas, van echando raíces los nuevos valores y se va formando una nueva
mentalidad a la que contribuyen humanistas, artistas, artesanos, literatos,
comerciantes, filósofos, los hombres de acción… todos ellos iniciadores de la Modernidad.
Esta nueva mentalidad afecta
a múltiples campos: a lo social y a lo económico, a lo cultural y a la vida
diaria, a la moral y a la ética, a las artes y a las ciencias…..
El Renacimiento es, podríamos
decir, el primer capítulo de la transición del Feudalismo al Capitalismo.
No se pueden ver exclusiones
tajantes, no es un brusco desnudarse y vestirse de nuevo con otras ropas, no es
un repentino cambio de mentalidad; no es vaciar el armario de la ropa medieval
y llenarlo de nuevo con ropa nueva, de temporada.
No.
Lo viejo y lo nuevo se entrecruzan
y se mezclan durante bastante tiempo.
No es que antes fuera todo
tinieblas y sólo tinieblas y oscuridad y ahora todo sea luminosidad, luz,
claridad.
Entre aquella noche y el día
venidero intermedia el amanecer, la aurora, las luces del alba.
Antes de la Ilustración , antes del
siglo de las luces, los tiempos fueron pariendo la Reforma Protestante ,
el renacimiento de las artes, la nueva Astronomía, la lucha contra la física
teleológica aristotélica.
Antes que apareciera
Descartes tuvieron que abrirle camino un Guillermo de Ockham, un Giordano
Bruno, todo un movimiento llamado ochkamismo filosófico.
Igualmente, antes que
apareciera Galileo, había ya aparecido un Copérnico y, en general, todo un
movimiento científico denominado ochkamismo científico (Orestes, Buridam….).
Hay, pues, a la vez
supervivencia medieval y germinación incipiente, pero distinta, de vida nueva,
de nueva mentalidad.
Ni todo fue oscuro en el Edad
Media, ni todo fue luminosidad en el Renacimiento.
Debemos desterrar el esquema
del “así y sólo así”.
No es posible, no debe hacerse
una Historia de la Humanidad ,
ni del pensamiento, en blanco y negro, porque lo que más abunda son los grises,
los colores intermedios.
Nuestro Ortega, como casi
siempre, lo expresa de manera genial: “En cada uno de aquellos hombres del
quattrocento chocan dos movimientos contrarios: el hombre medieval va cayendo
como un cohete consumido y ya ceniza. PERO en esa ceniza muerta que desciende
irrumpe un nuevo cohete disparado y ascendente…. principio de un nuevo vivir,
del vivir moderno.
El choque entre lo muerto y
lo vivo que en el aire se produce da lugar a las combinaciones más variadas,
pero todas inestables e insuficientes” (“En torno a Galileo”, Pág. 211.)
El hombre que mejor
representa esta situación de estar a caballo entre dos mundos, de un pasado que
declina y de un provenir que aparece radiante y deslumbrador, pero que aún no
está del todo claro ni logrado, es Pico de la Mirandola.
Dice Pico: “Se está en la
división de dos mundos, de dos formas de vida, y el individuo va y viene de la
una a la otra…. De ahí que los hombres renacentistas hoy sean paganos y
naturalistas y mañana vuelvan a ser cristianos (o viceversa). Los hombres (de
ahora) presentan unas biografías no lineales sino divididas, con épocas de
entusiasmo y épocas de desolación y tristeza”.
Pero poco a poco se va a ir
imponiendo una cultura mundana.
El hombre confía cada vez más
en sí mismo y en sus fuerzas.
El mundo es visto no como
huellas de Dios, como posada y camino para ganarse el más allá.
Esta vida hay que vivirla y
este mundo hay que conocerlo para dominarlo, para explotarlo y para
aprovecharnos de él.
Ya no es el tiempo de “muero
porque no muero”, ahora es la época de “no quiero morirme, quiero vivir, vivir
aquí, ahora, vivir mucho, vivir bien, vivir mejor”.
El hombre renacentista ama
esta vida, vida que es disfrutable.
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