En mayo de 1592 el filósofo
decidió volver a Fráncfort para supervisar la impresión de sus obras.
Mocénigo insistió en que se
quedara y, tras una larga discusión, Bruno accedió a posponer su viaje hasta el
día siguiente.
Mocénigo quería que le
enseñara la “magia memorística” pero cuando Bruno le dijo que no había tal
magia sino que era una técnica del pensamiento organizado, no se lo creyó, por
lo que la decepción lo llevó al paso siguiente.
(Quien esto escribe, yo,
recuerdo unas charlas sobre la memoria de un señor que lo que quería era hacer
publicidad de su libro pero que nos demostraba su memoria.
Si asistimos unas 25 personas
nos ordenó que, en la pizarra, escribiéremos cada uno una palabra mientras él
estaba de espaldas a la pizarra. Escribimos 25 palabras que nada tenían que ver
entre sí.
Cuando le dijimos que ya
estaban escritas, se volvió, las miró, las leyó y, de espaldas otra vez a la
pizarra, y frente a nosotros, fue diciendo las 25 palabras en orden y, a continuación, de atrás
a adelante.
Le preguntamos por el truco o
si era un genio de la memoria, a lo que nos respondió que ni había truco ni él
era un genio y que eso lo podríamos hacer cualquiera de nosotros porque sólo era
la técnica memorística, la que aparece en su libro)
Fueron sus últimos momentos
en libertad.
El 23 de mayo, al amanecer,
Mocénigo entró en la habitación de Bruno con algunos gondoleros, que sacaron al
filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro.
Al día siguiente llegó un
capitán con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición Veneciana
para arrestar a Bruno y confiscar todos sus bienes y libros.
Mocénigo estaba asustado por
sus atrevidas doctrinas y lo denunció por herejía ante la Inquisición de
Venecia.
Tres días más tarde dio
comienzo el juicio.
El primero en hablar fue el
acusador, Mocénigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la Inquisición.
Tras declarar que,
efectivamente, había tendido una trampa a Bruno, proporcionó una larga lista de
ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de
su propia invención.
Entre otras cosas, dijo que
el acusado se burlaba de los sacerdotes y que sostenía que los frailes eran
unos asnos y que Cristo utilizaba la magia.
Cuando fue
interrogado, Bruno explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo
sostenía que "el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de
que no dispute la autoridad divina".
Bruno fue trasladado a una
cárcel romana e interrogado constantemente.
Giordano Bruno pasó siete
años en la cárcel de la
Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano.
Sus mazmorras eran famosas y
temidas.
Se encerraba a los
prisioneros en celdas oscuras y húmedas, desde las cuales se podían oír los
gritos de los prisioneros torturados y donde el olor a cloaca era insoportable.
Cuando compareció ante el
tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no
había perdido un ápice de su determinación: se negó a retractarse y los
inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar.
Estos cuarenta días se
convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento.
El 21 de diciembre de 1599
fue llamado otra vez ante la
Inquisición , pero él se mantuvo firme en su negativa a
retractarse.
El 4 de febrero de 1600 se
leyó la sentencia. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus
libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de
Libros Prohibidos.
Pudo haber negado todo
aquello en lo que creía y salvar su vida, pero no lo hizo: prefirió ser fiel a
sus principios y esperar una sentencia favorable.
Después de pasar ocho años
encarcelado, el papa Clemente VIII le condenó a perecer en la hoguera
el 17 de febrero de 1600.
Al mismo tiempo, la Inquisición transfirió
al reo al tribunal secular de Roma para que castigara su delito de
herejía "sin derramamiento de sangre".
Esto significaba que debía
ser quemado vivo.
Tras oír la sentencia Bruno
dijo: "El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor
que el que siento yo al aceptarla".
El 19 de febrero, a las cinco
y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei
Fiore.
Los prisioneros eran
conducidos en mula, pues muchos no podían mantenerse en pie a causa de las
torturas por lo que algunos eran previamente ejecutados para evitarles el
sufrimiento de las llamas, pero Bruno no gozó de este privilegio.
Para que no hablara a los
espectadores le paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un
clavo.
Cuando ya estaba atado al
poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno lo rechazó volviendo
la cabeza.
Las llamas consumieron su
cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber
Pero antes de morir, sin
embargo, tuvo tiempo de desafiar al tribunal inquisidor que lo condenaba: “Tal vez dictáis contra mí una sentencia con mayor
temor del que tengo yo al recibirla”.
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