GIORDANO BRUNO
¿Cómo “enseñar” y “qué
enseñar” el profesor para que “aprenda” el alumno?
Para ello, como el centro
debe ser el “alumno aprendiz” deberíamos saber, previamente, cuáles son sus
necesidades, sus preocupaciones, sus vivencias para adaptar el temario a sus necesidades
y no lo que hasta ahora se ha hecho, intentar que el alumno se acople a la
programación previa que el profesor ha confeccionado.
Si el profesor programa una
Unidad Didáctica antes de contar con el alumno está considerando a éste como un
medio para que se cumpla el fin: la Unidad Didáctica del profesor.
“El alumnado”, en el que
creemos pensar a la hora de programar, no existe, los que realmente existen son
“esos alumnos, sentados en esa silla, de esa clase,…”, los de carne y hueso, lo
el abstracto pensado.
Es lo que antes hemos
afirmado, la consideración del alumno como un recipiente vacío que hay que
llenar y es con esas unidades didácticas que el profesor ha confeccionado en la
soledad de su despacho y que cree firmemente que son los alimentos necesarios y
útiles para el alumno, sin haberle, previamente, preguntado y saber de sus
vivencias, de sus preocupaciones, de sus sentimientos, de sus necesidades,…
Ese alumno estará motivado
para ese estudio si se conecta con su personalidad, sus necesidades, sus
aspiraciones,…con su vida.
Esta desconexión suele ser la
principal causa del fracaso escolar.
Y si estudian suele ser por
aprobar y no suspender (gratificación y penalización sociales o familiares,
pero no personales ni satisfactorias)
Pero no es el profesor quien
debe motivarlos, la motivación es interna.
Lo que el profesor debe hacer
es intentar averiguarla y encender la chispa.
Pero con cada alumno, porque
cada uno es hijo de su padre y de su madre, y eso puede conseguirse si el
profesor es sólo “guía” de los alumnos y éstos participan en la clase y se
tiene en cuenta su opinión al sentirse valorado y siendo solidario.
Hay que desterrar la
competitividad, el individualismo, la insolidaridad,…ajenas y contrarias a una
sociedad sana.
Y es la participación
colectiva, el diálogo, el trabajo en grupo, la solidaridad,…lo que se necesita
en/para una sociedad democrática sana y plural.
Autarquía, capacidad crítica,
tolerancia con las opiniones de los otros, respeto a los demás.
Sólo así el individuo aprende
que la verdad no es una verdad establecida e inamovible, sino una meta utópica
que ha de ser conseguida entre todos.
Sólo así se hace realidad que
es la persona concreta el centro de la actividad del aula.
Y si, hasta ahora, se ha
concebido el saber compartimentado, fraccionado, en piezas independientes, el
saber debe ser concebido sistemáticamente, un saber global y complejo,
interaccionando las diversas disciplinas.
Si el ser humano es un
sistema biológico organizado y complejo por lo que está abierto y en relación
permanente con el entorno, también complejo, en un permanente intercambio de
información y respuesta.
Lo absurdo es que el hombre
se cargue el medio ambiente por no saber captar su mensaje o, peor, sabiéndolo írselo
cargando, como si éste no fuera una “conditio sine qua non” él podría seguir
viviendo.
Y la enseñanza ha sido y
sigue siendo compartimentado, por asignaturas, un saber multilineal, el
paradigma clásico, tradicional, que no puede captar la complejidad del entorno.
Querer comprender una
realidad compleja con un conocimiento lineal es asegurar el fracaso de la
enseñanza con el paradigma tradicional.
Yuxtaponiendo saberes
lineales no puede comprenderse la complejidad del entorno, de ahí la necesidad
de la trans-disciplinariedad, que no es igual que la yuxta-disciplinariedad.
Sabemos que el hemisferio
izquierdo del cerebro está especializado en el lenguaje lógico-racional de
carácter lineal, mientras que el hemisferio derecho es más globalizador, intuitivo,
por lo que está más relacionado con el mundo estético.
Como todos sabemos, el
paradigma tradicional apuesta por el izquierdo, el lineal.
Nada que ver con la imagen,
la música, lo audiovisual, del derecho.
Habrá que olvidarse de la
clase magistral, vertical, desde el profesor (activo) al alumno (pasivo) y que
sea el alumno el centro de la enseñanza y el elemento activo.
Trabajos en grupo (pequeño o
grande), comentarios de textos, diálogos, salidas fuera del aula, videos,
películas, cintas de música, cómics,…que favorecen la relación personal y la
participación más que la clase magistral.
Habrá que cambiar el método
didáctico aunque no puede olvidarse que la resistencia al cambio es un
mecanismo biológico de defensa.
Y la pregunta es: si lo
natural es la homeostasis (la resistencia al cambio) ¿por qué empeñarnos en el
cambio?
Porque el hombre, en vez de
relacionarse positivamente con el medio ambiente, está destrozándolo, poniendo
en peligro el futuro y la supervivencia de la humanidad.
¿Cuándo la Razón Vital se impondrá a la Razón Tecnológica y olvidarse
del Método Tradicional, lineal, y apostar por el Método Activo?
Giordano Bruno y las ideas
que lo llevaron a la hoguera
En plena Contrarreforma se
opuso a la Iglesia
católica: defendió que el universo es infinito y que la Tierra no es su centro
Bruno se hacía llamar
"el Nolano", por haber crecido en Nola, una localidad próxima a
Nápoles y, entonces, bajo dominio español.
Pero ninguna ciudad ni ningún
país lograron contener a quien fue uno de los espíritus más inquietos e
indómitos de la Europa
del siglo XVI.
A los 15 años, Filippo Bruno,
una adolescente, de notable inteligencia y fuerte temperamento el hijo de un
soldado del reino de Nápoles, cambió su nombre por el de “Giordano” y partió
para Nápoles donde intentó encauzar su exaltada religiosidad ingresando en un
convento de la orden de los dominicos, pero muy pronto empezó a causar
revuelo por su carácter indócil y sus actos de desafío a la autoridad.
Su entrada en la orden
religiosa debió de ser sin vocación, de ahí sus posteriores andanzas.
Él mismo lo escribió con una
metáfora: “Cuando se ha abrochado mal el primer botón de una sotana, ya no se
pueden abrochar bien los demás”
Se lo describe como de
temperamento bronco, impetuoso, turbulento, exuberante, extremoso y
contradictorio.
Un apasionado (“ni todas las
nieves del Cáucaso podrían apagar el fuego de mi corazón”)
Pasaba del entusiasmo más
ardiente al desaliento y a la depresión más profunda.
Se unía en él el espíritu
crítico con la imaginación desbordada de un poeta, predominaba en él la fantasía.
Escribía poesías de un
erotismo extremo, aunque, luego, las interpretaba alegóricamente.
Su carácter rebelde e
indisciplinado despertó sospechas sobre su ortodoxia.
Tenía una conciencia
desmedida de su propia valía.
Admiraba a Copérnico pero lo presenta
como un precursor suyo.
Él habría de ser “el sol que
se levanta, haciendo revivir la antigua filosofía sepultada en las tenebrosas
cavernas de la ciega ignorancia”.
Tenía una cultura muy
extensa, de griegos, de romanos, de medievales (Avicena, Averroes, Ibn
Gabirol), de renacentistas (Ficino, Pico de la Mirándola , Copérnico,
Paracelso, Telesio, los místicos dominicos (sobre todo Eckhardt) y, sobre todo
de Raimundo Lulio y Nicolás de Cusa (“el divino cusano”)
Ya en el convento se hizo
notar muy pronto quitando de su celda los cuadros de vírgenes y santos y dejó
tan sólo un crucifijo en la pared, y en otra ocasión le dijo a un novicio que
no leyera un poema devoto sobre la
Virgen.
Tales gestos podían
considerarse sospechosos de protestantismo, en unos años en que la Iglesia perseguía
duramente en Italia a todos los seguidores de Lutero y de Calvino.
Bruno fue denunciado por ello
a la Inquisición ,
acusado por 130 artículos.
La acusación, sin embargo, no
tuvo consecuencias y Bruno pudo proseguir sus estudios.
A los 24 años fue ordenado
sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología en su
convento napolitano.
Bruno parecía destinado a una
tranquila carrera como fraile y profesor de teología, pero se atravesó de por
medio su insaciable curiosidad.
Se las arregló para leer los
libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia , que le mostraban
que no todos los "herejes" eran ignorantes.
También se interesó por la
emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la
nueva astronomía de Copérnico.
Fue un novicio que se ganó cierta fama por sus
razonamientos contrarios a las doctrinas oficiales católicas, pero tras
ordenarse sacerdote, en 1572, su espíritu crítico ya era tomado más en serio y
solo podía llevarle hacia un camino: la hoguera.
Europa vivía el auge de la Contrarreforma y
la Iglesia no
toleraba la más mínima disidencia.
En 1576, Giordano era acusado
de hereje y abandonaba la orden para evitar el juicio.
El destino le daba el primer
aviso de lo peligrosa que podía llegar a ser su rebeldía en aquel momento.
De este modo fueron
germinando en la mente de Bruno ideas enormemente atrevidas, que ponían en
cuestión la doctrina filosófica y teológica oficial de la Iglesia.
Bruno rechazaba, como
Copérnico, que la Tierra fuera el centro del
cosmos; y no sólo eso, llegó a sostener que vivimos en un universo infinito
repleto de mundos donde seres semejantes a nosotros podrían rendir culto a su
propio Dios (cuando el monoteísmo cristiano negaba el politeísmo)
Bruno tenía también una
concepción materialista de la realidad, según la cual todos los objetos se
componen de átomos que se mueven por impulsos: no había diferencias, pues,
entre materia y espíritu, de modo que la transubstanciación o transmutación del
pan en carne y el vino en sangre en la Eucaristía Católica
era, a sus ojos, una falsedad.
Como Bruno no dudaba en
mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas
sucedió lo que cabía esperar: en 1575 fue acusado de herejía ante el inquisidor
local. Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa,
decidió huir de Nápoles.
A partir de ese momento,
Bruno se convirtió en un fugitivo que iba de ciudad en ciudad con la Inquisición pisándole
los talones.
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