Comenzó una vida errante y
aventurera de tal manera que pudo decir, y con razón, que “toda la tierra es
patria para el filósofo”
En los siguientes cuatro años
pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua y Milán.
La vida errante no era fácil,
los viajes eran duros, las habitaciones, para alguien sin recursos, estaban
sucias e infestadas de ratas, los asesinatos de viajeros eran frecuentes, y las
enfermedades y epidemias constituían una amenaza que se sumaba a la de sus
perseguidores.
Tras las diversas estancias
en ciudades italianas y no sintiéndose seguro en ellas, en 1579 llegó a Ginebra
y se unió al calvinismo (condición necesaria para poder enseñar en la Universidad )
Pero otra vez su carácter
rebelde le llevó a criticar las ideas centrales de este movimiento protestante,
lo que provocó un nuevo proceso en su contra y fue obligado a retractarse.
Bruno, ingenuamente, creía
que sus ideas eran el complemento ideal para la religión cristiana
Fue expulsado de Ginebra y
pasó a Francia, a Lyón.
La vida errante ya no le
abandonaría jamás.
Durante sus viajes, Bruno
conoció a pensadores, filósofos y poetas que se sintieron atraídos por sus
ideas y se convirtieron en verdaderos amigos, al tiempo que le ayudaron en la
publicación de sus obras.
Tras pasar un tiempo en Ginebra,
Lyon y Toulouse. Durante la guerra civil (1.581) Bruno se veía abocado a
reemprender su viaje y se refugió en París.
Su fama le precedía y
enseguida fue aceptado en grupos influyentes.
El propio rey Enrique III se
sintió atraído por sus disertaciones y, aunque no podía apoyar de manera
abierta sus ideas heréticas, le extendió una carta de recomendación para que se
trasladara a Inglaterra, como agregado de embajada con el marqués Miguel
Castelnau.
En Londres, Bruno se alojó en
la casa del embajador francés y fue presentado a la reina Isabel y siendo
profesor en la Universidad
de Oxford durante tres meses pero, ante el escándalo de sus ideas tuvo que
suspender sus clases y calificando a los ingleses de “bárbaros”
Tras casi tres años en
Inglaterra, reanudó su vida itinerante, viajando, de nuevo a París y, después a
Wittenberg, Praga, Helmstedt, Francfort y Zurich...
A toda ciudad que visitaba
iba precedido por su reputación de persona culta y de fácil palabra.
Había escrito un tratado
acerca de la memoria que le otorgó fama de mago y que a todos le resultaba
interesante.
Era invitado a casi todas las
cortes pero, para decepción de los supersticiosos, demostró que su sorprendente
capacidad memorística no se debía a la magia, sino al conocimiento organizado, (lo
que se denomina “mnemotecnia).
En Inglaterra, y tan sólo en
un año, escribió dos de sus obras más importantes: “La cena de las cenizas”
y “Del universo infinito y los mundos”.
El escándalo se cernió sobre
él nuevamente, porque en la primera pieza, aparte de atacar a los doctos de
Oxford (además de llamarlos “bárbaros”, los acusó de saber más de cerveza que
de griego), defendía que la
Tierra no era el centro del sistema solar, como Copérnico había
propuesto años atrás.
En la
segunda, argumentaba que el universo es infinito, que está poblado por un
sinfín de mundos donde viven seres vivos e inteligentes.
Y no solo eso: añadía que la
misión del hombre es adorar este infinito cuya alma es Dios, presente en todas
las cosas.
En cada ciudad en la que
temporalmente estaba escribía y escribía.
Tengo contabilizadas (además
de esas dos) otras 39 obras
Bruno, ingenuamente, creía
que sus ideas eran el complemento ideal para la religión cristiana y que iban a
ser asimiladas tanto por católicos como por protestantes.
Pensaba haber encontrado la
panacea que conciliaría las religiones que estaban dividiendo Europa.
Sin embargo, y para su
desgracia, las creencias del momento apuntaban hacia otro lado.
Los protestantes no admitían
sus ideas (lo que Lutero afirma de Copérnico, llamándolo “imbécil que…) y
Calvino, por el estilo.
Los católicos lo consideraban
directamente herético por aceptar el heliocentrismo en vez del geocentrismo
defendido por la Iglesia ,
la tradición y la Biblia...
Era inconcebible que la Tierra no fuera el centro
del universo.
Y era aún menos aceptable,
tal como sostenía Bruno, que Dios formara parte del universo.
Según la Iglesia de Roma, Dios
estaba por encima de todas las cosas, era Trascendente.
Traición
Hallándose en Fráncfort,
Bruno recibió una carta de un noble veneciano, Giovanni Mocénigo, quien
mostraba un gran interés por sus obras y le invitaba a trasladarse a Venecia
para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas a cambio de
que le enseñara la magia y la mnemotecnia.
Sus amigos le advirtieron de
los riesgos de volver a Italia, pero el filósofo aceptó la oferta y se trasladó
a Venecia a finales de 1,591.
Allí asistía a las sesiones
de la Accademia
degli Uranini, lugar donde se reunían ocultistas famosos, académicos e
intelectuales liberales y daba clases, sólo durante tres meses, en la Universidad de Padua.
Pero aquella amable propuesta
se convirtió en una trampa mortal para el filósofo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario