PROFESORES Y ALUMNOS.
Entre el modelo autoritario y
el modelo permisivo o paidocéntrico, ambos negativos para el proceso educativo,
es preciso conjugar el reconocimiento de la desigualdad alumno-profesor y la
autoridad del segundo, por parte del primero (como proponen Rousseau y Kant) y
la atención y solicitud del maestro hacia el alumno (como proponen Gadamer y,
sobre todo, Levinás).
Llevamos ya bastante tiempo
en que se ha desterrado las formas autoritarias de educación en las que el
profesor, como depositario del saber y responsable de la transmisión de un
conjunto de conocimientos y valores de la sociedad a las nuevas generaciones,
era el polo activo del proceso educativo, mientras que a los alumnos les
correspondía sólo el polo pasivo.
El saber seguía un camino
descendente que iba del profesor a los alumnos, lo que permitía conseguir un
aprendizaje significativo en la medida en que se favorecía una apropiación por
parte del alumno de esos conocimientos.
Pero esa enseñanza formal, de
arriba abajo, era un ámbito para la imposición adoctrinadora de los valores de
la cultura dominante.
En vez de corregir la
desviación que había o pudiera haber, se le ha dado la vuelta a la tortilla
siendo el niño el centro de la educación (“paidocentrismo”).
De esta manera, el
profesorado más progresista y para que la educación fuera lo que debía ser, un
proceso de crecimiento liberador de los niños, ha huido de toda forma de
ejercicio de la autoridad como de algo deleznable.
De esta manera el niño, de
ser súbdito sumiso, pasa a convertirse en centro de referencia quedando
desterrado el más mínimo ejercicio de autoridad.
La escuela, así, ha visto
reducido su papel y en vez de ser lugar de conocimiento pasa a ser lugar de
socialización, y cuanto más gratificante mejor, eludiendo su función educadora.
Se ha producido, pues, una
dimisión generalizada del papel del profesor como maestro.
Si no era bueno el
autoritarismo, peor es su contrario, la permisividad, antesala del fascismo.
De esta manera va
retrasándose el paso a la vida adulta de los niños, que prolongarán
innecesariamente su vida adolescente porque carecen de referente de autoridad
adulta que podría ayudarle en ese proceso.
¿A quién van a imitar si ya
no hay ese referente a imitar?
Disuelta la autoridad, lo
siguiente son los confusos momentos en los que van alternándose las actitudes
claudicantes de unos (maestros) y otros (alumnos) buscando no desagradar, pero
tampoco imponer, y en ese tira y afloja las que llevan de perder son los
alumnos.
Aristóteles decía que la
“virtud es lo que haría un “hombre prudente” en las mismas circunstancias”.
Y, aplicado esto al arte de
la enseñanza, el conflicto entre autoritarismo y permisividad se resuelve
haciendo lo que haría un buen profesor en las mismas circunstancias.
Hay algo que debería ser
claro para todos: “las relaciones maestro-alumno son relaciones disimétricas,
es decir, relaciones basadas en la desigualdad.
El maestro es maestro porque
es más que el alumno y el alumno es alumno porque es menos que su maestro.
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