¿Puede hacerse filosofía
desde una situación personal creyente o cristiana?
La pregunta eterna: ¿puede
haber una “filosofía” (razón) desde la “creencia” (revelación)? O ¿no son dos
términos contradictorios “filosofía” y “cristiana”?
Durante toda mi vida he defendido
la posibilidad de “filósofos cristianos” o “cristianos filósofos” siempre que
dejen en la puerta, antes de entrar en la filosofía, su creencia en la
revelación.
Apenas convertido escribe San
Agustín el “Contra Académicos” (una de las primeras seis obras en que predomina
el tema filosófico y en las que intervienen la Razón y la
Fe ).
Y no es que las confundiera y
las considerara caminos de acceso a la verdad, pero no le preocupaba el
problema de establecer fronteras.
Los tres pasos de: 1.-
“Intellige ut credas” (razones para creer), 2.- “Crede ut intelligas” (creer
para entender), y 3.- Intellige ut credas” (entender lo creído para asentar la
creencia).
Con el “Contra Academicos”,
una vez superado el materialismo maniqueo, el escepticismo y el neoplatonismo,
aviva aún más su inquietud investigadora y “busca para encontrar y encuentra
para seguir buscando”.
En realidad, todas sus obras
(y son, no muchas, muchísimas) constituyen una invitación a la búsqueda: “El
que lea mis libros, que avance conmigo cuando vea que estamos de acuerdo;
investigue conmigo si tiene dudas; pase a mi campo si reconoce su error, y
corríjame si advierte el mío”
La fe cristiana, para él, no
supone una cortapisa, sino un impulso, una ampliación de su campo de
investigación.
No temía que la razón
rectamente dirigida le condujera al error.
En 410, en una carta a un
joven, le dice que no debemos amar la verdad porque la conocieron otros
filósofos, sino “porque es la verdad, aunque ninguno de ellos la hubiera
conocido”
Lo que considero una
verdadera actitud filosófica, no aceptar el argumento de autoridad, lo que
supone un abrirse, sin condiciones, a la verdad en toda su amplitud, porque la
filosofía habita en el reino de la verdad.
En nuestro mundo, transido de
escepticismo y de utilitarismo, podría avivar las brasas de las inquietudes
humanas hasta despertar la valentía o coraje de la verdad y la fe en el poder
del espíritu humano, de nuestra inteligencia, para abordarla y encontrarla.
En el fondo de su conversión
anida un sentimiento dichoso de haber encontrado la Verdad , con mayúsculas.
Su pensamiento intuitivo y
afectivo, síntesis de inteligencia y corazón, de interioridad y objetivismo, de
humanismo y teocentrismo, irradia un mensaje, siempre actual, para la perenne
búsqueda del hombre.
“Fecisti nos, Domine ad Te et
inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te” (“Nos hiciste, Señor, para Ti
y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”)
“Tarde te amé, hermosura tan
antigua y tan nueva, tarde te amé”
El espíritu del hombre,
atenazado por la angustia y desconcertado, pero hambriento de felicidad, sólo
se aquieta en Dios (ecos de Platón y Plotino)
La filosofía agustiniana es
“antropocéntrica” siendo, a la vez
“teocéntrica”, pues Dios habita en el hombre interior.
Su preocupación por el hombre
concreto, tan intensa como la de Sartre o Unamuno, le lleva a ver en la
felicidad la única causa humana del filosofar (“nulla est homini causa
philosophandi nisi ut beatus sit”) – que ya l había afirmado Aristóteles - lo
que no le impide situar en Dios el centro de su filosofía.
En Dios está la causa de
todas las naturalezas, la luz de la verdad, y la fuente de la felicidad.
Muchos contemporáneos han
filosofado, y filosofan, desde una situación personal atea o agnóstica.
¿Por qué desde una situación
personal cristiana no se puede hacer filosofía y desde la otra situación sí? –
se preguntan los cristianos.
Y como he expuesto en otro
lugar, siempre que se deje en la puerta, antes de entrar, la creencia en la
verdad revelada para no tener que echar mano de ella en ningún momento
VALORAR.
Es difícil y raro “Valorar”,
fría y neutralmente, un libro, un artículo, un autor,…
En general “Supravaloramos”,
lo que sea, poniéndolo por las nubes, o lo “Desvaloramos o Infravaloramos”,
poniéndolo a los pies de los caballos.
Nos pasó con Ortega y Gasset,
al que se “supravaloró” su originalidad, sobre todo su discípulo, Julián
Marías, hasta que, en primer lugar, Ciriaco Morón Arroyo, en “El sistema de
Ortega y Gasset”, obra amplia y profunda y que planteó la cuestión de las
fuentes en que Ortega bebió, y después,
Nelson Orringer, en “Ortega y sus fuentes germánicas” por lo que al descubrir
las fuentes (que Ortega había silenciado) decayó la “originalidad” de Ortega,
pero no su sistema filosófico.
Desde entonces se “valora” a
Ortega, ni “supra”, ni “Infra”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario