El individualismo se afianza.
La brecha económica aumenta.
Cada vez menos gente acumula
más capital, por lo que la pirámide social se ensancha por la base y decrece en
altura.
En medio de la riqueza está
creciendo la pobreza.
“No creo que, hoy, sea
posible sostener a toda una población de millones y millones de seres humanos a
base de molinos de viento y agricultura orgánica”.
Hay que recurrir a la ciencia
y a la tecnología y esto supone que, cuando abusamos, intervenimos causando un
cambio climático y demás consecuencias, riesgos manifiestos…
El conocimiento
científico y su aplicación han crecido de manera desproporcionada, la ciencia
crece sin que necesariamente esto implique que se desarrolle la sabiduría
necesaria para garantizar la supervivencia de la humanidad y del planeta mismo.
El mayor peligro para la
ciencia no es ella misma sino la “ignorancia que desvía nuestros actos, y con
frecuencia tiene resultados negativos para la naturaleza y efectos nocivos
contra nosotros mismos, porque lo que nos hace daño es lo que no sabemos (y con
frecuencia creemos saber) sobre la realidad, tanto del mundo como de nuestra
propia biología.
La ciencia y la técnica, en
su imperioso andar/correr, irrumpen en la vida del ser humano, influyendo en su
pensamiento, intereses, necesidades y valores.
Los potentes adelantos
científico-técnicos se convierten, cada vez más, en fuerzas productivas que
coadyuvan a la gratificación de los intereses y necesidades de las personas y,
teóricamente, al aumento de sus capacidades cognoscitivas.
Se hace cada vez más evidente
que el desarrollo de la ciencia y la tecnología permitieron la prevención y el
control de muchas enfermedades, la certeza en el diagnóstico y el tratamiento
de las diferentes patologías con la aplicación de los conocimientos destinados
al beneficio social del ser humano.
Pero cuando del uso (en que
el sujeto es el que “domina”) se pasa al “abuso” se pasa al estado de
“dominado”
En un mundo tecnológico en el
que ha surgido una dependencia de los aparatos tecnológicos y hemos hecho de
ellos herramientas básicas y vitales para encajar en la sociedad, ya no podemos
vivir despegados de estos aparatos, el teléfono móvil, por ejemplo, que es casi
como nuestro “mejor amigo”, nos acompaña a todos lados, sabe nuestros
horarios, secretos, casi todo sobre nosotros.
Yo, que viajo bastante en
autobús, cuando observo el silencio humano y a cada uno pegado a su móvil,
viendo o escribiendo o escuchando…y ls pandilla con la que ha subido
desperdigada y olvidada su presencia real…
El uso siempre es
recomendable, pero el abuso llega a crear la dependencia, que no es una
cualidad recomendable para sentirnos orgullosos, porque nos impide vivir y
disfrutar nuestro entorno, de todo aquello que sí tiene vida.
La mayoría de las personas
interactúan con las pantallas no sé cuantas horas al día, más tiempo de lo
recomendado para seguir siendo “dominador” y no llegar a ser “dominado”,
“dependiente”, “esclavo”, robándole horas incluso al dormir.
Y lo peor de todo, es que esta
cultura crece cada día más y más, rompiendo las barreras de las edades y
alcanzando a todos los niveles de la sociedad, limitando cada día más las
relaciones interpersonales y reemplazándolas por una interacción virtual.
Más pendientes del teléfono que
de la conversación, incluso perdiendo la concentración del trabajo.
Estoy en la cola de lo que
sea, incluso ya siendo atendido y, como le suene el móvil al que me atiende,
tiene preferencia quién está al otro lado que yo, que estoy ahí.
Quien está ausente tiene
preferencia sobre quien está presente.
Tiene nombre esa enfermedad: “homofobia”
(miedo incontrolable a salir de la casa sin el teléfono móvil).
Algunos de sus síntomas más
frecuentes son no llevarlo apagado nunca, el celular, llevarlo a todos lados,
usarlo hasta en el trabajo, o hasta dormir con él (imposible no tenerlo a mano,
en la mesilla de noche).
Y ya están esperando los
especialistas que proporcionen la ayuda necesaria para superar esta
dependencia.
Las nuevas tecnologías es el
campo en el que se mueve, hoy, la adolescencia y, más la juventud porque,
además, son los que más conocimientos de ello y mejor preparación tienen.
El instalador de esa Tele que
acabas de comprar te pregunta si hay un niño o un adolescente en la casa para
explicarle a él cómo funciona, cómo se usa, a qué botones hay que darle,…
Parece que las nuevas
generaciones han nacido con un móvil bajo el brazo, por lo que no
necesitan ni adaptación ni aprendizaje.
Y sin decir de la tablet y
del ordenador en su habitación individual en la que ni el padre puede violarla
sin previamente avisar y pedir permiso.
Esta adicción al teléfono
móvil, a esta “homofobia”, constituye un fenómeno en auge que puede llegar a
ser uno de los grandes problemas de la sociedad moderna.
Entre sus consecuencias fisiológicas
más frecuentes figuran la “tendinitis” y el “síndrome del túnel carpiano”.
La primera consiste en una
sobrecarga o dolor en la base del dedo pulgar, debido a su intenso uso, y su
velocidad, al teclear (“textear” suelen denominarlo ya) mensajes en
el teléfono móvil.
La segunda consiste en
fuertes dolores en la muñeca o en la palma de la mano debido a una mala postura
de la muñeca al utilizar el ratón, aunado al exceso de tiempo que pasamos en el
ordenador.
Otro de los problemas (quizá
el más perjudicial, y aquí entran ya hasta los niños) es el abuso y, por tanto,
a la dependencia a los videojuegos, y que tiene como consecuencia el aislamiento
social (“No me hables que me come”), dificultad para conciliar el sueño por la
sobreactivación del cerebro, la irritabilidad, la ira y la ansiedad, lo que a
su vez les produce obesidad infantil y, por lo tanto, riesgo cardiovascular.
Para prevenir estas
adicciones, los expertos recomiendan vigilar el uso de esta tecnología en niños
y adolescentes, permitiéndoles solamente su uso por un lapso no muy prolongado
de tiempo y obligarlo a cortar (o cortarlo) cuando se cumpla ese lapso (aún con
el cabreo, el lloro, el mal gesto, la palabrota, el insulto, el “por favor”,…
¿Dónde ha quedado el
disfrutar de lo que te rodea, de una salida o puesta de sol, del olor de la
vegetación en el parque, de las macetas de tu terraza, de la conversación
agradable de esa persona a la que amas y te ama, a ser consciente de pensar en
ti mismo,…
¿Cuánto tiempo pasas contigo
mismo, sin tu teléfono móvil, disfrutando lo que hay a tu alrededor en el mundo
real?
Deberíamos reflexionar ante
este problema, antes de que sea demasiado tarde.
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