DIOS.
Si alguien necesita un Dios
CREADOR, en buena lógica, debe necesitar un Dios RESUCITADOR.
Además ese Dios, al crearnos
imperfectos y poder nosotros desviarnos del camino, debe ser PERDONADOR, no
tener en cuenta nuestros fallos, porque Él así nos ha creado.
Imaginarse un Dios Juez
neutral, que condene por toda la eternidad, me parece absurdo, al haber sido Él
el creador de todos nosotros.
Si hay otra vida de
ultratumba, y es eterna y no temporal, todos los hombres deben ser/debemos ser
considerados “salvos”.
El ansia de supervivencia
eterna es un ansia psicológica.
Nadie quiere “morir del todo
y para siempre”.
Pero el hecho de desearlo no
puede implicar que sea realidad.
Es la famosa “falacia
conativa” de la que habla extensamente Gonzalo Puente Ojea.
El “desearlo” es algo
natural, pero de ello no puede concluirse que “lo deseado necesariamente exista”.
SABER VIVIR-SABER MORIR.
La muerte siempre está
presente (aunque a veces no seamos conscientes de ello) en el horizonte de la
vida de cada hombre como límite último y absoluto o como frontera.
Si es vista la vida como
frontera puede esperarse que haya otra vida más allá, al otro lado de la
frontera, y si es eterna y bienaventurada, mejor.
Pero si es vista como punto
final, como límite último, como límite absoluto, desaparece la esperanza y sólo
queda desear que esté lejos, todavía, ese límite último, que dure más la vida,
esta vida.
La muerte es algo que nos
sucede de manera especial a los hombres, por ser conscientes de ella, de que,
al final, llegará la guadaña sin poder evitarla.
Los animales fenecen, los
hombres morimos o, mejor, “nos morimos” al ser conscientes de que la vida se
apaga.
Tenemos, pues, que aprender a
vivir intensamente y lo más felizmente que nos sea posible aunque sepamos que,
querámoslo o sin quererlo, no nos libraremos de ella.
Todos los anteriores han
muerto y yo, por lo tanto, que soy un hombre como ellos, al final “me moriré”,
y me moriré con “mi muerte”.
¿Cuál puede ser el “sentido
de la vida” sabiendo que, al final, estará la muerte esperando y nos engullirá?
¿Debemos vivir de cara a la
muerte?
¿Debemos irnos acostumbrando
a morir mientras vivimos?
¿La vida tiene sentido o es
cada uno de nosotros el que tiene que darle sentido a “su” vida en cada momento?
La vida tiene un “dirección”
y al final está la muerte, pero ¿“sentido”?
Tu vida, mi vida y la vida de
todos los hombres tienen la misma dirección pero cada uno vive “su” vida como
mejor sabe y puede.
El sentido de cada vida es
vivir el proceso del vivir, como si nunca tuviéramos que morir.
La muerte es un sinsentido.
Vivir de cara a la muerte
sería darle sentido a un sinsentido.
Vivimos en este mundo y,
aunque ya sabemos la dirección y la meta, lo que debemos hacer es ir bebiendo
la vida, disfrutándola sin pensar en el más allá de la frontera.
La moral humana tiene que ser
intramundana, sin pensar en fantasías religiosas que se toman como realidades y
no puede dar respuesta a esas preguntas trascendentales, lo que sí hace la
religión.
Ante la muerte el hombre
sensato no debería ni esperarla ni desesperase ante ella, sino aceptar el final
del trayecto y apearse.
Lo que racionalmente es
imposible demostrar, la religión expresa la posibilidad de esa imposibilidad,
esa zona de desconocimiento.
Yo soy partidario (como
muchas veces he dejado escrito) de una religión laica, agnóstica y hasta
filosófica, que se enfrente al sinsentido de la muerte apostando por dar un
sentido intramundano, y mientras se vive, a la vida.
No sólo hay que vivir, hay
que saber vivir para no temer, ni tener que pensar en lo que irremisiblemente
llegará.
Mi compañero y amigo,
Alfonso, con su agnosticismo resignado, me mostraba su cuerpo, abierto en canal
y me decía: “Tomás, esto se acaba ya mismo”.
Una moral autónoma, de
respeto mutuo, que le sirve para andar por casa y que le impulsa a construir
una sociedad más justa y feliz y sin mostrarse acogotado por lo irremediable.
Recuerdo al filósofo griego:
“mientras yo esté, ella (la muerte) no está, y cuando ella esté, yo ya no
estoy. Si ella y yo somos incompatibles ¿por qué temerla?”.
El dolor nunca puede ser
deseado y, si llega, no puede ser disfrutado, masoquistamente.
El dolor sólo debe ser
interpretado como una señal de que algo no funciona bien en el cuerpo, pero
nada más.
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