VOLUNTAD DE PODER
Principio básico de la realidad a partir del
cual se desarrollan todos los seres.
Es la fuerza primordial
que busca mantenerse en el ser, y ser aún más (imaginaos esas hierbas que nacen
en las grietas de una roca y cómo luchan y buscan para mantenerse vivas).
Nietzsche cree que en todas
las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el mundo inorgánico
hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de seres vivos.
Todas las cosas son expresión
de un fondo primordial que pugna por existir y por existir siendo más.
En los años previos al acceso
de locura que le sobrevino en 1890, Nietzsche redactó lo que consideraba iba a
ser su obra más acabada, que pensaba titular precisamente “La voluntad de
poder”.
Todos sus escritos anteriores
eran esencialmente críticos, con ellos intentó echar por tierra los esquemas
mentales que han dominado toda nuestra cultura desde sus mismos orígenes (desde
Sócrates), esquemas que Nietzsche resume en el concepto de platonismo.
Sin embargo, en esta última
obra (inconclusa y publicada tras su muerte) intentó describir su visión
positiva de la realidad, visión que coincide con la que él mismo presentó ya en
su primera obra, “El nacimiento de la tragedia”, con la noción de lo dionisíaco.
Dada la repugnancia que
parece despertar en él todo lo metafísico, todo discurso relativo al ser, puede
resultar extraño sugerir que con la “voluntad de poder” Nietzsche nos presenta
su noción de ser, su “metafísica”, pero en cierto modo así es.
Las características que
parece tener para él la realidad, el ser (por lo tanto, la voluntad de poder)
son las siguientes:
1.- IRRACIONALIDAD: la razón
es sólo una dimensión de la realidad, pero no la más verdadera ni la más
profunda; y ello tanto en el sentido de que en el hombre la razón no tiene –ni
debe tener – la última palabra, puesto que siempre está al servicio de otras
instancias más básicas como los instintos o la mera eficacia en el control de
la realidad (es decir su mera utilidad, que no su verdad), como en el sentido
de que el mundo mismo no es racional: nosotros lo creemos racional, intentamos
someter a un orden y a una legalidad lo que en sí mismo no es otra cosa que
caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte;
2.- INCONSCIENCIA: la fuerza
primordial que determina el curso de todas las cosas no es consciente, aunque
esporádica y fugazmente se manifiesta de este modo precisamente en nosotros,
los seres humanos; pero incluso en este caso la consciencia no tiene carácter
sustantivo, ni crea un nivel de realidad nuevo o independiente.
Nietzsche considera la
consciencia como algo superfluo, que perfectamente podría no darse y que de
ningún modo añade mayor perfección ni realidad;
3.- FALTA DE FINALIDAD: las
distintas manifestaciones que toman las fuerzas de la vida, sus distintas
modificaciones, los resultados de su actuación, no tienen ningún objetivo o
fin, no buscan nada, son así pero nada hay en su interior que les marque un
destino.
Dado que lo que nosotros
percibimos, y que todo con lo que tratamos (objetos físicos, mundo espiritual,
social y cultural) es expresión de esta realidad sin sentido, Nietzsche declara
con ello el carácter gratuito de la existencia (tesis totalmente idéntica al
existencialismo sartriano para el que todo ente “está de más”);
4.- IMPERSONALIDAD: es una
consecuencia de las dos características anteriores (inconsciencia y ausencia de
conducta final o intencional); esta fuerza no puede identificarse con un ser
personal –mucho menos puede pensarse que con ella Nietzsche intenta introducir
sutilmente la noción de Dios –.
Incluso los textos sugieren
que en realidad tenemos propiamente un cúmulo de fuerzas, no una básica que
supuestamente esté a la base de todas las visibles; un cúmulo de fuerzas que
buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí,
enfrentándose y aniquilándose.
Se puede justificar que estas
tesis sean algo así como la “metafísica” nietzscheana, su teoría del “ser”, en
la medida en que son una interpretación de lo que de modo ingenuo o habitual o
naturalmente experimentamos.
Si alguien nos pregunta qué
vemos, le indicamos que vemos un perro, o una mesa, o una persona, pero no una
fuerza o la citada voluntad de poder.
Sólo si hacemos una
interpretación, y precisamente una interpretación metafísica o filosófica
podemos concluir como Nietzsche concluye.
Nietzsche argüiría que en
realidad su interpretación no es otra cosa que una reconstrucción de una
experiencia originaria, alegaría que nuestras interpretaciones habituales,
espontáneas, naturales, en realidad están impregnadas de teoría, son
consecuencia de un peculiar modo de interpretar el mundo, el que corresponde al
platonismo triunfante en nuestra cultura a partir de la filosofía griega.
Hay que tener mucho cuidado
con la palabra “voluntad”, pues Nietzsche no está pensando en lo que
habitualmente llamamos con este término. Llamamos “voluntad” a aquello que nos
permite tener actos de querer, a la fuerza que descansa en nuestro interior
gracias a la cual dirigimos nuestra conducta y con la que somos capaces de
realizar los fines de los que somos conscientes.
La tradición
aristotélico-tomista la consideraba una facultad del alma, la psicología actual
una capacidad de la mente.
Para Nietzsche esta voluntad
es una manifestación superficial de una fuerza que está más en lo profundo de
nuestro ser.
Su desconfianza respecto de
la voluntad como capacidad psicológica le lleva incluso a desacreditarla
indicando que si confiamos tanto en ella y en la libertad se debe exclusivamente
a que de ese modo la moral tradicional puede introducir la idea de culpa y de
pecado.
Los teólogos y sacerdotes nos
piden que creamos en ella para de este modo hacernos responsables de
nuestros actos e inculcar en nosotros la noción de pecado y culpa.
La voluntad de poder no es la
voluntad que se descubre con el conocimiento de uno mismo, que se conoce por
introspección. Esta voluntad es una simplificación de un complejo juego de
causas y efectos.
No hay un deseo único, hay
una pluralidad de instintos, pulsiones, inclinaciones diversas, que se
enfrentan unas a otras; a la consciencia sólo llegan los resultados de dicho
enfrentamiento, como dice Nietzsche, la voluntad como facultad psicológica “es
el lejano eco de un combate ya disputado en lo profundo”.
La voluntad de poder se
identifica con cualquier fuerza, inorgánica, orgánica, psicológica, y tiende a
su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser más. Es el
fondo primordial de la existencia y de la vida: “¿Queréis un nombre para
este mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¿Una luz también para
vosotros, los más ocultos, los más fuertes, los más impávidos, los más de media
noche? ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también
vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!” (“La voluntad de
poder”).
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