EL PENSAMIENTO PERDIDO
Una vez visto el exilio
filosófico, sobre todo del 39 (aunque también antes y después) ¿podríamos
afirmar que al perder tantos y tan insignes filósofos, tantos y tan insignes
pensadores, quedando España como un erial, con un largo paréntesis de
pensadores ausentes, existe/existió un “pensamiento perdido”?
¿Se perdió el pensamiento, la
filosofía, al tener que exiliarse los pensadores y los filósofos o lo que,
realmente ocurrió es que “nuestro pensamiento” dejó de estar aquí entre nosotros
y fructificó (¡y en qué manera!) en los países hispanoamericanos, hermanos de
lengua, y que los recibieron con los brazos abiertos y facilidades para seguir
investigando, enseñando, traduciendo, publicando…?
Una cosa es cierta, la
siembra, el abono, el crecimiento y la sazón de la simiente ya estaban dando
sus frutos en España y tuvieron que transplantarse los árboles frutales antes
de que fueran cortados y quemados.
Pensamiento ausente porque el
nuevo régimen, preocupado por la no contaminación intelectual y moral de los
“malos” (los republicanos) construyó el muro de la censura.
Pero “ausente” no fue
“perdido” ni “irrecuperable”, los árboles seguían dando sus frutos que, años
después, pudimos saborearlos y, ahora, aquí están, con nosotros, en nuestras
librerías.
Y es que los pensamientos,
las ideas, nunca están definitivamente “perdidos”, por más que a muchos les
pese, pero antes o después, bajaran y estarán a nuestro alcance para poder
saborearlos.
Nadie puede poner en duda la
pérdida real de la presencia personal de muchos de los pensadores, algunos de
ellos ya de primera fila en el ámbito internacional, pero sus pensamientos y
reflexiones van al aire para quien quiera y quien pueda respirarlos y
asimilarlos.
En otro lugar ya hemos
expuesto las coordenadas espacio-temporales de ese exilio: ya antes y también
después del 39, aunque el cénit fue el 39 y España, como “país de origen”, y
países hispanoamericanos, hermanos de lengua, como “países de acogida”.
España, históricamente, no
sólo ha sido un país de inmigración de todos los pueblos habidos y por haber
que llegaron, se quedaron y si se marcharos fue porque otro pueblo inmigrante
los obligó a irse, pero ya en la época moderna ha sido un país de emigraciones:
Con los Reyes Católicos se produjeron las grandes emigraciones hebreas, de
grandes intelectuales y especialistas en finanza y en comercio, por lo que la
pérdida fue ingente (todavía en los siglos XVI y XVII nos encontramos con
judíos españoles de la talla de un Luis Vives, un León Hebreo, un Francisco
Sánchez o un Benito Espinosa).
Pero luego llegarían las
emigraciones de erasmistas y protestantes en el Siglo de Oro.
La de los jesuitas y
regalistas en el siglo XVIII.
La de los liberales y
afrancesados, más las emigraciones menores de carlistas o reaccionarios en el
siglo XIX.
Y, ya en el siglo XX, la
emigración de la que estamos ocupándonos, la del 36-39 y años anteriores y
posteriores a esas fechas, por la guerra civil.
Respecto a los filósofos
exiliados, se habla de “destierro real” de los más y de “destierro virtual”,
por la marginación social a la que se vieron sometidos los que decidieron
quedarse, aunque fueran los menos.
“Destierro real” el de todos
los pensadores y filósofos de los que hemos tratado en estos artículos, pero
también de muchos anteriores, como Miguel Servet, Pablo de Olavide, Juan de
Valdés, Cipriano de Valera, Fernando de los Ríos,…y “destierro virtual” de
Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Julián Marías, Julián Besteiro, o de los muchos
antes, como Cervantes, Luis de León, Miguel Sabuco, Cabarrús,…
Todo “desterrado, real o
virtual”, si lo son, es por haberse mostrado independientes y haber mantenido
incólumes sus principios sin doblegarse a las presiones, amenazas, silencios o
marginaciones.
Forman parte, todos, de los denominados
“conciencia disidente” del país.
Estos “disidentes” son los
que mantienen la crítica y manifiestan una ejemplaridad moral.
Todo exiliado intelectual,
real o virtual, al ver la situación un tanto desde fuera dispone de una
perspectiva para la objetividad, la imparcialidad, esa es su ventaja, aunque
soporta la desventaja de perteneces a un país que es incapaz de hacer vivir en
el mismo suelo a personas de distintas ideas, opiniones o creencias.
También muestra ventajas y
desventajas los exiliados reales que ponen kilómetros de distancia de por medio
y tienen que vivir y convivir, a veces, con otras culturas distintas y lenguas
distintas pero con una tradición científica superior, lo que sería beneficioso
al producirse influencias, intercambios, fecundaciones, préstamos (por ejemplo,
la convivencia de Vives con Erasmo y Thomas Moro)
También fue beneficioso para
los que optaron y/o padecieron el “exilio real” al superar los estrechos
límites de su “conciencia nacional” y apostar por una “conciencia cosmopolita,
universal” pero la contrapartida de la ausencia y lejanía de sus seres queridos
y la imposibilidad de su magisterio directo.
Es curioso que, a veces, se
les eche en cara a las generaciones que no vivieron la guerra civil que sean
ellas, precisamente, las que están escribiendo su historia con la perspectiva
de objetividad e imparcialidad que produce la distancia, tanto temporal como
espacial, porque ven el bosque desde fuera y los árboles subjetivos y
vivenciales no se lo impiden.
Si la coordenada temporal ha
sido muy amplia, la coordenada espacial que, tras pasar la cercana frontera
francesa y el tiempo preciso para embarcarse, y ante el peligro que se cernía
sobre Europa de la segunda guerra mundial, y que estallaría en Septiembre del
mismo año, quedó reducida, casi en su totalidad, a varios de los países
hispanoamericanos, que se ofrecieron a ser “países de acogida” y con la ventaja
lingüística y de estructura investigadora y docente, conscientes ellos de que
iban a recibir un fruto excepcional ya maduro y en perspectiva de más y mejor
productividad a medida que avanzaba la madurez de los exiliados.
Salvo los que cayeron en los
campos de concentración y los que, voluntariamente, se enrolaron en la
“resistencia”, los demás se embarcaron hacia
América, donde lograrían rehacer su vida la mayoría de ellos.
Las consecuencias de ese
contacto cultural son fácilmente imaginables y beneficiosas para ambas partes.
Ya nos hemos referido al
recibimiento impresionante en México, gracias a su Presidente, Lázaro Cárdenas
y la fundación de la institución “La
Casa de España en México” donde mexicanos y españoles,
españoles y mejicanos, trabajaron en pie de igualdad en tareas docentes y
académicas.
Trabajaron, en los “países de
acogida” como profesores en las Universidades, fundaron revistas, tradujeron
libros, los escribieron, investigaron, colaboraron en tareas editoriales con
sus nuevos colegas y todo con un sentimiento de solidaridad, de acercamiento,
como nunca antes de había producido desde la época colonial.
Bien entendido puede decirse
que ha sido el “segundo descubrimiento de América” pero matizando que estos
descubridores no han sido colonizadores viendo, en los “países de acogida” como
una prolongación de la cultura dejada atrás, en su “país de origen”.
Por ello, en vez de sentirse
“desterrados”, Gaos afirma sentirse “transterrado” y Juan Ramón Jiménez
“conterrado”.
Estos “transterrados” o
“conterrados” veían en sus nuevos países, con sus movimientos independentistas,
primero políticos y después culturales, lo que ellos deseaban para su España,
anclada en las formas anquilosadas del pasado, cercenado el movimiento cultural
que la República
había iniciado y el nuevo régimen había cercenado.
La misma reacción del 98
contra España, los países americanos la tuvieron contra Estados Unidos por la
cuestión de Panamá en 1.903.
Hoy día el boom de la novela
americana está presente anualmente cuando se acerca la concesión de premios
culturales (Nóbel, Cervantes, Planeta,..
El acercamiento, pues, no
sólo no ha terminado sino que estamos en una nueva etapa enriquecedora para
ambos y todo gracias a la desgracia del 39, que lo ha hecho posible.
Entre los triunfalistas y los
catastrofistas apostamos por el desarrollo solidario que propicie el beneficio
de ambos.
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