LOS EPIGONOS
Todo cénit generacional
(Unamuno) va precedido de unos precursores y de unos epígonos, como la
vertiente de subida y la de bajada en el pico de la montaña.
Ya nos hemos referido a
Ganivet, como precursor de la
Generación del 98, nos resta escribir sobre los epígonos, la
“nómina menor del 98” ,
los que no están a la altura de los de la “nómina esencial”, ya descrita, los
que simplifican el mensaje de los principales del 98.
El más representativo de los
epígonos es Eugenio Noel, porque la Generación del 98 no fue sólo una generación
literaria sino todo un ambiente de la época, y en esto si contribuyeron los
epígonos.
Los impulsos reformistas del
regeneracionismo necesitaban un cambio de mentalidad, una nueva conciencia, una
transformación de la actitud de los españoles, y ahí estaban los epígonos,
entre los que habría que contar con Carlos Arniches, los hermanos Álvarez
Quintero, Wenceslao Fernández Flores, Julio Camba, el pintor Gutiérrez Solana…
El “problema de España” va
ser un “nacionalismo ideológico basado en el casticismo, mirando al pasado para
buscar allí su esencia, cayendo en una especie de narcisismo, de “nacionalismo
pintoresco”.
EUGENIO NOEL (nombre
literario de Eugenio Muñoz Díaz, en un madrileño que moriría en Barcelona en
1.936)
Conferenciante que recorre
España y articulista y siempre combatiendo el flamenquismo y apostando por los
héroes de la ciencia o del progreso.
Azorín lo elogia y Unamuno lo
alaba: “reconforta el corazón ver que aún no se ha desvanecido el alma de Dos
Quijote”.
Los hombres del 98 ven en él
a un abanderado del progresismo y del europeísmo y que será real cuando
desaparezca la raíz que los ahoga: el flamenquismo.
Va predicando por medio mundo
Europa, África, América) no sólo su antiflamenquismo sino también su pasión
antitaurina.
Posee una amplia obra
literaria: novelas románticas, su preocupación cientifista frente al mito de la
religión y los ensayos o artículos polémicos.
Él no se ve como de la Generación del 98,
alaba a Costa y se ve como un médico ante su patria enferma, considerándose su
redentor.
Igual que Cervantes, con su
libro de caballería, acabó con los libros de caballería él se considera el
aniquilador de las corridas de toros (foco de infección del flamenquismo), lo
que es una manera de cumplir con el programa de Costa: “echar siete llaves al
sepulcro del Cid”.
El programa reformista y
regeneracionista le lleva a dar primacía al valor ético y moral de la
literatura frente a su componente estético, pero con la preocupación del
problema nacional y de investigación científica.
Es tal su actitud crítica
ante estos problemas que algunos lo considerarán como un “antipatriota” y la
persona que mostraba ser lo que fuertemente criticaba.
Muchos criticaron su
ambivalencia: “daba una fiesta de toros, al revés, era el antitorero, pero tan
flamenco como un torero” –dice de él Gómez de la Serna.
Su ideología (ya lo hemos
indicado antes) es el antiflamenquismo y el tema antitaurino.
Todo empezó con la batalla de
Villalar, en 1.521. ¿Por qué la parte de España no castellana no ayudó a Castilla
contra la dominación carolina? ¿Por qué abandonaron a Castilla? Así el
despotismo venció a muy bajo precio y se perdió el genio entero de la raza. Así
se produjo el divorcio entre el Pueblo y el Estado.
¿Dónde quedaron los valores
de la ciencia, de la cultura y del progreso?
Todos los males de la
sociedad española tienen una cabeza: el flamenquismo, así que si amputamos la
cabeza los males desaparecerán como por ensalmo.
Monta una campaña
antiflamenca con el proyecto de constituir una Orden de Predicadores Laicos
para luchar contra el fanatismo de las órdenes y asociaciones religiosas,
predicando el espíritu científico y los valores del progreso, implícitos en un
laicismo combativo.
Tenemos que ser capaces de
convertir el fanatismo religioso en un fanatismo laico.
Igualmente mordaz es su
crítica contra el majismo ibérico (el matón, el bandido, el gitano, el
señorito) pero el núcleo mismo de todo este majismo y flamenquismo son las
corridas de toros.
A intentar acabar con ellas
porque ellas son el foco infeccioso que va a propagar la enfermedad al resto
del organismo social.
“La cuestión de los todos
–dice –se ha tomado a broma en España por los pensadores y por los
historiadores. Unos y otros se molestaron siempre cuando se les hacía notar que
la desmedida afición española a sus fiestas taurinas encerraba nada menos que
la sustancia del carácter nacional”.
Es triste que hoy día, en el
2.018 todavía se la siga denominando la “Fiesta Nacional”
El espectáculo es inmoral.
Es exquisito su detallismo.
En un país en que se trabaja
poco, reina la incultura, se desconoce el valor de la tierra, se despilfarra el
dinero y se mantienen improductivas las fuentes de riqueza es inmoral que
existan (según sus cálculos) 396 plazas de toros, en las que se dan 872 corridas
y a las que asisten 7 millones de espectadores.
“En esas orgías se matan
4.396 toros, cuyo valor es de 5. 318.000 pesetas, y 5.618 caballos que fenecen
entre los más espantosos e inmerecidos martirios. De divertir a tal gente y de
tal modo se encargan 62 matadores de alternativa y 324 novilleros, con 1.144
cuadrilleros de oficio, que cobran cerca de 4 millones de pesetas”
Este abandono de la
conciencia social de un pueblo es grave pero es más grave aún la función
psicológica que las corridas representan para el español medio, puesto que se
ha convertido en un medio vicario de realizar sus ideales de grandeza.
“Como está en su médula de
estirpe ser siempre grande, ideal, aventurero, primero en todo, hasta en las
torpezas, nuestro pueblo, derrotado por el estudio progresivo de las demás
naciones, acorralado por la ciencia contemporánea, quiere mentirse un valor y
una significación equivalente a su poder pasado, a su legendaria historia”
Los grandes toreros resultan
ser la expresión de los antiguos héroes de la legendaria historia española
(descubridores, conquistadores, capitanes).
Ser un gran torero es su
ideal evadiendo cobardemente la triste y mísera realidad que le rodea.
Joselito y Belmonte eran más
que toreros, eran “semidioses”.
“El pueblo va a los toros a
fingirse que es, aún, un pueblo valiente y digno de su historia, pero nosotros
le descubrimos que no son gigantes sino molinos de viento, que los picadores no
son los lanceros de Farnesio, ni los banderilleros los tercios de Espínola;
nosotros decimos al pueblo que es pobre, muy pobre y que sólo salva de la
bancarrota el ahorro; nosotros le confesamos que es un crimen la diversión
cuando ha de trabajarse sin cesar en la regeneración de una raza que se pudre
roída por la sarna”
El torero se les aparece como
encarnación del valor militar corrompido y de aquí el valor simbólico del
trajetorero: un traje de luces, “que tiene el poder de despertar nuestros
instintos heroicos y destinos históricos”
El valor viene representado
por el Traje de Luces, que es el Traje por excelencia, y no por el Traje
Flamenco.
El torero es el prototipo de
los valores nacionales en su degeneración actual.
Este rechazo a los toros era
compartido por los integrantes de la Generación del 98.
Para Unamuno, por ejemplo, “los
más exaltados taurófilos se encuentran entre los católicos militantes…y es
reaccionario mantener la afición…. mientras la gente discute la última estocada
de Pavito…. “Panem et circenses” era una de las máximas de la política de los
emperadores romanos y nosotros la hemos traducido por “pan y toros”
Es doloroso. Barbarie del
espectáculo de sangre…pidiendo más caballos…el torero moribundo…pero que el
espectáculo continúa.
“Y la afición al toreo se da
la mano con la flamenquería, la chulería, y aún con otras cosas peores”.
“El toreo es la degradación
del concepto de valor en la vida de la sociedad. No es aceptable que los
peligros de la vida han de afrontarse como los cuernos del toro, con habilidad,
con el engaño” –sentencia Azorín.
El ambiente taurino crea un
ámbito de espiritualidad.
Lo que vale es el
valor-fuerza, no el valor-inteligencia, no el valor-altruismo, cuando debería
ser lo contrario.
Pero lo que pasa con Noel es
que sabe tanto de toros, lo explica tan bien, se regodea tanto en los detalles,
que parece que está invitándote a lo que quiere que te opongas.
Los miembros de la Generación del 98, que
se consideran liberales, progresistas, modernos y abiertos recaen en lo mismo
que quieren combatir: una delectación narcisista en lo castizo, lo popular, la
tradición.
La renovación literaria, la
estética nueva, les hace parecer diferentes pero, en el fondo, no lo son. El
casticismo, del que todos participan en alguna manera es la pantalla ideológica
que produjo semejante espejismo
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