GANIVET Y EL MITO
REVOLUCIONARIO.
No sólo como precursor. Su
honda preocupación nacional fue tiñendo al resto de los miembros, que vieron en
él una especie de profeta de la Nueva España ,
sobre todo cuando en 1.925 sus restos mortales fueron traídos desde Riga.
Ganivet fue convirtiéndose en
una especie de mito revolucionario, aunque de una revolución pacífica y que
representaba la ruptura con la
España vieja.
Aunque suyas fueron frases
como: “arrojar a un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos
todos a los cerdos” o “el progresivo envilecimiento de las razas cultas procede
de su ridículo respeto a la vida”
Ésta no podía ser una
enseñanza revolucionaria.
Es el mismo sentido
reaccionario que en Azorín, en Baroja, en Maeztu o en Unamuno.
¿No será que la Generación del 98,
queriendo romper con la tradición vino a continuarla de otro modo?
Ganivet proponía cerrar las
fronteras y ensimismarnos en una
meditativa introversión sobre nuestras esencias más puras.
“El punto de arranque no
puede ser otro que la concentración de todas nuestras energías dentro de
nuestro territorio. Hay que cerrar con cerrojos, llaves y candados todas las
puertas por donde el espíritu español se escapó de España para derramarse por
los cuatro puntos del horizonte, y por donde hoy espera que ha de venir la
salvación. Y en cada una de esas puertas no pondremos un rótulo dantesco que
diga “Olvidad toda esperanza” sino este otro, más consolador, más humano, muy
profundamente humano, imitado de San Agustín: “Noli foras ire, in interiore
Hipaniae habitat veritas”.
Texto que prefigura una
política de autarquía y de aislamiento, la que sería llevada a cabo por Franco,
y que es la clave del reaccionarismo de los intelectuales pertenecientes a la Generación del 98,
“hombres comprometidos a una rigurosa crítica del XIX, con sus manifestaciones
de desprecio a la democracia, a la burocracia, al parlamentarismo y al
socialismo.
Los hombres del 98 empiezan
profesando un anarquismo intelectual clamoroso, pasan luego, algunos, a
posiciones aristocratizantes, pero no abandonan nunca, del todo, la
arbitrariedad, el individualismo anárquico, la iconoclastia de la juventud.
Odian la democracia (tiranía
del número, de la cantidad, sin tener en cuenta, para nada, la calidad del voto
y de los votantes (cada persona es un voto), temen el socialismo (el de
“estómagos agradecidos”) pero no por odio o temor al pueblo, sino por odio a la
representación del pueblo, por la burguesía de los politicastros (compradores y
pagadores de los votos) y por el temor a la lenta absorción del pueblo en la
burguesía de los funcionarios (cesantes hoy y repuestos mañana, según el
gobierno de turno).
Se burlan, pues, de los simulacros
electorales, de la garrulería parlamentaria, del socialismo de rebaño.
Solitarios entre y contra la mediocridad,
glorificadores de la individualidad enérgica, predicadores, sólo predicadores
pues no pueden influir en las masas para una rectificación del voto.
Desde la anarquía sólo
algunos están dispuestos a dar el salto al máximo de autoridad concentrada en
un hombre (Maeztu y, a veces, Azorín, pero varios de los de la segunda fila de
la generación).
Este “reaccionarismo, al que
Tierno Galván denomina “pre-fascismo” sólo tiene la explicación de encontrase
en un país que atraviesa una profunda crisis de identidad cultural.
El romanticismo (pero la poca
eficacia) está servido.
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