domingo, 30 de septiembre de 2018

CRÍTICA A LA RESTAURACIÓN (3) GANIVET Y EL MITO REVOLUCIONARIO



GANIVET Y EL MITO REVOLUCIONARIO.

No sólo como precursor. Su honda preocupación nacional fue tiñendo al resto de los miembros, que vieron en él una especie de profeta de la Nueva España, sobre todo cuando en 1.925 sus restos mortales fueron traídos desde Riga.

Ganivet fue convirtiéndose en una especie de mito revolucionario, aunque de una revolución pacífica y que representaba la ruptura con la España vieja.

Aunque suyas fueron frases como: “arrojar a un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los cerdos” o “el progresivo envilecimiento de las razas cultas procede de su ridículo respeto a la vida”

Ésta no podía ser una enseñanza revolucionaria.

Es el mismo sentido reaccionario que en Azorín, en Baroja, en Maeztu o en Unamuno.

¿No será que la Generación del 98, queriendo romper con la tradición vino a continuarla de otro modo?

Ganivet proponía cerrar las fronteras y ensimismarnos en una  meditativa introversión sobre nuestras esencias más puras.
“El punto de arranque no puede ser otro que la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio. Hay que cerrar con cerrojos, llaves y candados todas las puertas por donde el espíritu español se escapó de España para derramarse por los cuatro puntos del horizonte, y por donde hoy espera que ha de venir la salvación. Y en cada una de esas puertas no pondremos un rótulo dantesco que diga “Olvidad toda esperanza” sino este otro, más consolador, más humano, muy profundamente humano, imitado de San Agustín: “Noli foras ire, in interiore Hipaniae habitat veritas”.

Texto que prefigura una política de autarquía y de aislamiento, la que sería llevada a cabo por Franco, y que es la clave del reaccionarismo de los intelectuales pertenecientes a la Generación del 98, “hombres comprometidos a una rigurosa crítica del XIX, con sus manifestaciones de desprecio a la democracia, a la burocracia, al parlamentarismo y al socialismo.
Los hombres del 98 empiezan profesando un anarquismo intelectual clamoroso, pasan luego, algunos, a posiciones aristocratizantes, pero no abandonan nunca, del todo, la arbitrariedad, el individualismo anárquico, la iconoclastia de la juventud.

Odian la democracia (tiranía del número, de la cantidad, sin tener en cuenta, para nada, la calidad del voto y de los votantes (cada persona es un voto), temen el socialismo (el de “estómagos agradecidos”) pero no por odio o temor al pueblo, sino por odio a la representación del pueblo, por la burguesía de los politicastros (compradores y pagadores de los votos) y por el temor a la lenta absorción del pueblo en la burguesía de los funcionarios (cesantes hoy y repuestos mañana, según el gobierno de turno).

Se burlan, pues, de los simulacros electorales, de la garrulería parlamentaria, del socialismo de rebaño.

Solitarios entre y contra la mediocridad, glorificadores de la individualidad enérgica, predicadores, sólo predicadores pues no pueden influir en las masas para una rectificación del voto.

Desde la anarquía sólo algunos están dispuestos a dar el salto al máximo de autoridad concentrada en un hombre (Maeztu y, a veces, Azorín, pero varios de los de la segunda fila de la generación).

Este “reaccionarismo, al que Tierno Galván denomina “pre-fascismo” sólo tiene la explicación de encontrase en un país que atraviesa una profunda crisis de identidad cultural.

El romanticismo (pero la poca eficacia) está servido.

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