FOUCAULT Y LA SEXUALIDAD
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El término
"sexualidad" apareció muy tarde, en la historia, fue a principios del
siglo XIX.
Se trata de un hecho que no
hay que subestimar ni sobreinterpretar. Señala algo más que un cambio de
vocabulario, pero evidentemente no marca el surgimiento súbito de aquello
con lo que se relaciona.
El uso de la palabra “sexualidad”
va en relación con otros fenómenos: el desarrollo de campos
de conocimiento diversos (que cubren tanto los mecanismos biológicos
de la reproducción como las variantes individuales o sociales de
comportamiento); el establecimiento de un conjunto de reglas y normas, en
parte tradicionales, en parte nuevas, que se apoyan en instituciones
religiosas, judiciales, pedagógicas, médicas; cambios también en la manera
en que los individuos se ven llevados a dar sentido y valor a su conducta,
a sus deberes, a sus placeres, a sus sentimientos y sensaciones,
a sus sueños.
Se trataba, en suma, de ver cómo, en las sociedades occidentales modernas, se había ido conformando una "experiencia", por la que los individuos iban reconociéndose como sujetos de una "sexualidad", abierta a dominios de conocimiento muy diversos y articulada con un sistema de reglas y de restricciones.
Se trataba, en suma, de ver cómo, en las sociedades occidentales modernas, se había ido conformando una "experiencia", por la que los individuos iban reconociéndose como sujetos de una "sexualidad", abierta a dominios de conocimiento muy diversos y articulada con un sistema de reglas y de restricciones.
El proyecto era por
lo tanto el de una historia de la sexualidad como experiencia
-si entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura,
entre “campos del saber”, tipos de “normatividad” y formas de “subjetividad”.
Hablar así de la sexualidad implicaba liberarse de un esquema de pensamiento que entonces era muy común: hacer de la sexualidad una invariable y suponer que, si toma en sus manifestaciones formas históricamente singulares, lo hace gracias a “mecanismos diversos de represión”, a los que se encuentra expuesta sea cual fuere la sociedad; lo cual corresponde a sacar del campo histórico al deseo y al sujeto del deseo y a pedir que la forma general de lo prohibido dé cuenta de lo que pueda haber de histórico en la sexualidad.
Hablar así de la sexualidad implicaba liberarse de un esquema de pensamiento que entonces era muy común: hacer de la sexualidad una invariable y suponer que, si toma en sus manifestaciones formas históricamente singulares, lo hace gracias a “mecanismos diversos de represión”, a los que se encuentra expuesta sea cual fuere la sociedad; lo cual corresponde a sacar del campo histórico al deseo y al sujeto del deseo y a pedir que la forma general de lo prohibido dé cuenta de lo que pueda haber de histórico en la sexualidad.
Pero el rechazo de esta
hipótesis no era suficiente por sí mismo.
Hablar de la
"sexualidad" como de una experiencia históricamente singular
suponía también que pudiéramos disponer de instrumentos susceptibles de
analizar, según su carácter propio y según sus correlaciones, los tres ejes que la
constituyen: la formación de los saberes que a ella se
refieren, los sistemas de poder que regulan su práctica
y las formas según las cuales los individuos pueden y
deben reconocerse como sujetos de esa sexualidad.
No quiero decir hacer una historia de los conceptos sucesivos del deseo, de la concupiscencia o de la libido, sino analizar las prácticas por las que los individuos se vieron llevados a prestarse atención a ellos mismos, a descubrirse, a reconocerse y a declararse como sujetos de deseo, haciendo jugar entre unos y otros una determinada relación que les permitiera descubrir en el deseo la verdad de su ser, sea natural o caído.
No quiero decir hacer una historia de los conceptos sucesivos del deseo, de la concupiscencia o de la libido, sino analizar las prácticas por las que los individuos se vieron llevados a prestarse atención a ellos mismos, a descubrirse, a reconocerse y a declararse como sujetos de deseo, haciendo jugar entre unos y otros una determinada relación que les permitiera descubrir en el deseo la verdad de su ser, sea natural o caído.
En resumen, la idea era, en
esta genealogía, buscar cómo los individuos han sido llevados a ejercer
sobre sí mismos, y sobre los demás, una hermenéutica del deseo en la que
el comportamiento sexual ha sido sin duda la circunstancia,
pero ciertamente no el dominio exclusivo.
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