Las reflexiones de Foucault
servirán de apoyo a la antipsiquiatría, proporcionando argumentos psicológicos,
filosóficos e históricos para cuestionar la psiquiatría tradicional.
El manicomio y la enseñanza
reglada no existirían sin un discurso dominante.
El “poder” necesita “controlar
las ideas”, “monopolizar el saber”, “imponer su visión del ser humano y de la
realidad”.
En “Las palabras y las
cosas”, Michel Foucault “sustituye el concepto de época por el concepto
de episteme”.
Cada etapa histórica se
desarrolla de acuerdo con un paradigma o modelo.
Foucault divide la historia
de la humanidad en “tres epistemes: renacentista, clásica y moderna”.
Cada una representa una
ruptura con la mentalidad anterior.
Nuestra época se caracteriza
–entre otras cosas- por la medicalización del comportamiento humano.
La medicina no cura, sino que
vigila, clasifica y castiga.
Al igual que el “maestro” o
el “policía”, el “médico” ejerce una estrecha vigilancia sobre el individuo,
reprimiendo cualquier conducta que se desvíe de la norma.
Los manicomios no son centros
de salud mental, sino espacios de reclusión con diferentes tipos de castigo:
electrochoque, camisas de fuerza, internamiento indefinido, un arsenal
farmacológico que colapsa la mente y el cuerpo.
Michel Foucault llama “BIOPOLÍTICA”
a la alianza entre la medicina y el poder: “El control de la sociedad sobre los
individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia, sino también en el cuerpo
y con el cuerpo.
El cuerpo es una entidad
biopolítica, la medicina es una estrategia política”.
La sobremedicación y la
psiquiatriazación del comportamiento son mecanismos para controlar al
individuo, que desactivan cualquier forma de resistencia o rebeldía.
El primer paso para gozar de
una “auténtica libertad” consistiría en rescatar a nuestro cuerpo y a nuestra
mente de esa trama, reivindicando nuestro derecho a ser diferentes y a no ser
castigados por ello.
Si queremos cambiar las
cosas, debemos elaborar ideas diferentes, apropiarnos del conocimiento,
desarrollar visiones alternativas del mundo.
Identificamos el poder con el
Estado, pero el poder real no se ejerce sólo desde las instituciones.
Foucault habla de
“microfísica del poder” para explicar que el poder configura aspectos básicos
de nuestra vida cotidiana, indicándonos cómo debemos vivir nuestra sexualidad,
qué podemos comer o cuál es la forma correcta de vestirse.
En su “Historia de la
sexualidad”, investiga la coerción ejercida sobre nuestros impulsos en nombre
del orden social.
A partir del siglo XVIII, se
invoca la Razón
para radicalizar el sacramento católico de la “confesión”, convirtiendo la
minuciosa expiación de los pecados en una experiencia terrorífica.
Al igual que el “panóptico”
(para vigilar y controlar los cuerpos), el confesionario (para vigilar y
controlar las conciencias, el alma) somete al individuo, violando su intimidad.
“En Occidente –escribe
Foucault- el hombre se ha convertido en una bestia de confesión”.
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