lunes, 27 de noviembre de 2017

2.- LA REPÚBLICA Y LAS MUJERES.(1)



A grandes rasgos, fueron muchos los avances que llegaron con la implantación de la Segunda República Española y creemos conveniente recordar las conquistas que, entonces, se alcanzaron.

Las mujeres españolas habían tenido un papel pasivo y discriminado en la sociedad, su papel se circunscribía al de esposa y madre, dependiendo siempre del varón, ya fuese el padre o el marido, e inclusive, si quedaba viuda, del hijo. 

Sin embargo, el primer tercio del siglo XX  supuso la irrupción de la mujer en la vida pública gracias a su incorporación de forma masiva al trabajo remunerado, hecho que facilitó  el proceso de modernización de la economía española.

De hecho, fue a partir de los años veinte cuando el feminismo español comenzó a añadir demandas políticas a las reivindicaciones sociales, ya que la mujer empezaba a tener un papel activo en organizaciones sindicales y obreras.

Ejemplo de ello fue la creación de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) en el Madrid de 1918, donde mujeres de clase media, maestras, escritoras y universitarias, planteaban ya claramente la demanda del sufragio femenino.

Además, las mujeres empiezan a participar en la enseñanza superior, en la creación de la ciencia, en la cultura, en la vida política y en profesiones hasta entonces vedadas a su sexo.
Aunque, es de señalar que aún quedaba un largo camino por recorrer, (recordemos que, en 1930, todavía el 44,4% de mujeres españolas eran analfabetas.

La llegada de la II República, en abril de 1931, supuso una ola de pensamiento democrático que llevó a una revisión de las leyes discriminatorias y a la concesión del sufragio femenino.

Aunque la opinión general, tanto de izquierda como de derecha, creyese que la mayoría de las mujeres, influenciadas por la Iglesia católica, eran profundamente conservadoras, por lo que su participación electoral supondría un auge para la derecha.

Fue CLARA CAMPOAMOR (1888-1972), diputada y miembro del Partido Radical, quien asumió una apasionada defensa del derecho de sufragio femenino.
Argumentó, en las Cortes Constituyentes, que los derechos del individuo exigían un tratamiento legal igualitario para varones y mujeres y que, por ello, los principios democráticos debían garantizar la redacción de una Constitución Republicana basada en la igualdad y en la eliminación de cualquier discriminación por razón de sexo.
Al final triunfaron las tesis sufragistas por 161 votos a favor y 121 en contra.
En los votos favorables se mezclaron diputados de todos los orígenes, movidos por muy distintos objetivos.
Votaron «SÍ» los socialistas, con alguna excepción, algunos pequeños grupos republicanos, y los partidos de derecha, naturalmente.
Estos últimos lo hicieron por creer que el voto femenino sería masivamente conservador, algo que se demostró era una falsedad.

Así, la Constitución Republicana concedió el sufragio a las mujeres, y con ello, el fin de los privilegios reconocidos hasta ese momento exclusivamente a los varones.
Al mismo tiempo, se reguló el acceso de las mujeres a cargos públicos, se reconocieron derechos a la mujer en la familia y en el matrimonio, como el matrimonio civil, el derecho de las mujeres a tener la patria potestad de los hijos, se suprimió el delito de adulterio aplicado sólo a la mujer y se permitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo (ley del divorcio de 1932).
También se obligó al Estado a regular el trabajo femenino y a proteger la maternidad, con ello, se prohibieron las cláusulas de despido por contraer matrimonio o por maternidad, se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos.
El régimen republicano estaba poniendo a España en el terreno legal a la altura de los países más evolucionados en lo referente a la igualdad entre los varones y las mujeres.
De hecho, se puede afirmar que la Segunda República dio a las mujeres la oportunidad, hasta el momento inimaginable, de una presencia en la vida social y política.
Por otra parte, durante la campaña electoral de 1933 se intentó manipular el voto femenino tanto por parte de la derecha como por la izquierda, como bien reflejan los lemas utilizados por unos y por otros:
Unos con «Que no pese sobre la mujer la derrota de la derecha»
Otros con: «Madres, que vuestros hijos no piensen que su falta de libertad se debe a que sus madres no consiguieron liberarlos».

El objetivo claro era una burda manipulación, un claro chantaje, hacia las mujeres de uno u otros bandos.

Feministas y republicanas se negaron a dar consignas de voto: el derecho al sufragio era una victoria, y se interesaron por la política interior con tareas a largo plazo tales como salud, enseñanza o la paz internacional.
A estas mujeres se deben las primeras denuncias contra el nazismo y los campos de concentración.

El estallido de la guerra civil y sus tres cruentos años no paralizaron los progresos culturales y legislativos, se legalizaron las uniones libres, las mujeres se incorporaron a la industria de la guerra y, en el 36, la ministra de Salud, Federica Montseny, consiguió la legalización del aborto.

Por otro lado, la historia de las milicianas es también digna de mención, ya que muchas dieron su vida en combate.

En el verano de 1936 las mujeres participaron en las milicias igual que los varones, pero ya en otoño fueron enviadas a la retaguardia. 

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