MICHEL FOUCAULT (Poitiers, Francia, 15 de
octubre de 1926-París, 25 de junio de 1984)
POR RAFAEL NARBONA
Michel Foucault fue una de
las primeras víctimas ilustres del SIDA.
Murió en 1984 en París, con
cincuenta y ocho años.
Durante más de dos décadas,
había mantenido una relación de pareja con Daniel Defert.
Cuando se conocieron, Defert
estudiaba filosofía y Foucault preparaba su tesis doctoral.
Amantes, amigos, cómplices,
desafiaron a una época que aún concebía la homosexualidad como una enfermedad
psiquiátrica.
En 1981, Foucault declaró:
“Desde hace mucho tiempo vivo en estado de pasión con una persona; es algo que
está más allá del amor, de la razón, de todo; sólo puedo llamarlo pasión”.
Defert heredó los archivos de
Foucault, que contenían una sorprendente confesión: “Estoy feliz con mi vida,
pero no tanto conmigo mismo”.
Es probable que la dicha de
Foucault procediera de una ambición intelectual sin límites.
Escribió sobre sexualidad,
psiquiatría, sociología, instituciones penitenciarias, literatura, medicina.
Sus análisis rompían en mil
pedazos la mentalidad dominante, situándole en una posición marginal.
Su pasión por el saber nacía
de su inquebrantable idilio con la libertad.
Nunca ignoró el precio de
discrepar, enfrentándose a la mayoría: “Hay que ser un héroe para no seguir la
moralidad de tu tiempo”.
Su sentido de la libertad le
impidió estancarse en una identidad inmutable: “No me preguntéis quien soy, ni
me pidáis que siga siendo yo mismo”.
Para Foucault, el SABER no
era simple erudición, sino una mirada penetrante que destruye mitos y
prejuicios, invitando al ser humano a recuperar la inocencia de la niñez,
cuando la conciencia aún no se ha convertido en una cárcel del pensamiento.
Foucault sostenía que la CONCIENCIA era una
vidriera superficial, que hay una profundidad oculta donde discurren las
motivaciones reales de nuestra vida psíquica.
Esa convicción le empujó a
escribir tres obras sobre la aparición de la PSIQUIATRÍA en el
mundo occidental: “Enfermedad mental y psicología”, “Historia de la
locura en la edad clásica” y “Nacimiento de la clínica”.
Su interés por el tema no era
puramente teórico, sino fruto de su experiencia como paciente.
Foucault necesitó largas
sesiones de psicoterapia para aceptar su identidad homosexual.
Fascinado por el poder
curativo de la palabra, se licenció en psicología, no sin antes cursar
filosofía.
En sus ensayos sobre los
orígenes de la psiquiatría, sostiene que “el loco” ha ocupado el lugar del “leproso”.
En el siglo XVIII, aparecen
los primeros manicomios, cuya función es esencialmente represiva.
No se busca curar, sino
apartar, segregar, excluir.
No es casual que en esas
mismas fechas aparezcan las primeras escuelas obligatorias y las prisiones
mejoren sus métodos de vigilancia mediante el panóptico, una estructura
arquitectónica ideada por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham, gracias a la
cual es posible vigilar a todos los reclusos desde una torre central, sin que
ellos puedan advertirlo: “Las cárceles, los hospitales y las escuelas presentan
similitudes porque sirven para la intención primera de la civilización: la
coacción”.
La “tarima del maestro” y la “torre”
de vigilancia provocan una poderosa intimidación, actuando como un gigantesco
ojo que capta y escruta cualquier movimiento.
La sensación es tan
abrumadora que “se interioriza y automatiza la sumisión”, reprimiendo cualquier
gesto o idea que cuestione el orden establecido.
En el caso del enfermo
mental, la coacción es más compleja, pues su mente es particularmente rebelde.
Por eso, se recurren a
supuestas terapias con un alto grado de violencia física y psíquica.
Además, se asocia la locura
al crimen, el libertinaje y la inmoralidad.
El objetivo último no es tan
sólo alienar (separar) al enfermo mental de la sociedad, sino recluir en
manicomios a rebeldes, extravagantes e inadaptados.
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