jueves, 2 de noviembre de 2017

JEAN BAUDRILLARD Y EL AMOR. LA FASCINACIÓN (2)


El tono de voz, lo que se dice y la forma de decirlo son lo que define las intenciones de quien habla y de quien escucha y responde.

Un saludo suave y melifluo incita, mientras un saludo cortante, grave, impersonal, espanta, rehúye.

Pero todo ese cortejo entre personas entra dentro de lo que se llama “cultura del simulacro” de la que estamos imbuidos, en la que vivimos.

El objetivo es el objetivo, y el medio es un mero artificio, tanto en el varón como, sobre todo, en la mujer, con su rostro maquillado, con su belleza de artificio ocultando lo natural.
Y es que seducir al otro es apartarlo de su verdad, de su realidad, que no es la apariencia que se muestra y con la que se presenta.

Todo es un tanteo, un juego, para poder llegar al sexo, porque la atracción sexual sí que es natural, pero no lo es la seducción, que es cultural, que necesita de la ceremonia, del cortejo, del rodeo, de la estrategia para conseguir su presa sexual, como la gacela es para el tigre su presa alimenticia.
Acercarse a ella directamente es espantarla.

(El chiste: Un joven se acerca a una joven y le pregunta: “¿bailamos”?. A lo que ella responde: “NO”. Entonces el joven le responde: “Entonces no te pregunto “si follamos”).

Aunque es verdad que se da el flechazo de manera natural, pero no es algo normal, sino, más bien, raro.

Esa atracción magnética, espontánea, puede terminar en boda, pero también en un posterior maltrato y huida.

En general, dar en la diana suele necesitar mucho entrenamiento aunque, repito, “a veces suene la flauta por casualidad”.

Entre los animales los cortejos son muy variados aunque la mayoría de especies ofrecen comida a la pareja deseada, lo que también ocurre entre los humano tras la invitación a cenar en un restaurante de lujo, a la luz mortecina de unas velas, con música suave de fondo, con un suave roce de las manos, disimulado o directo y pensando en la posterior cama del hotel.
Durante la comida se habla de todo, en general, y de nada en concreto, se ocultan mutuamente los defectos y se magnifican las virtudes, reales o imaginadas, aunque deseadas, diciéndole al otro lo que éste quiere oír y le gusta, y, cuando salgan a la pista, al ritmo de una música lenta, apretándose mutuamente los cuerpos, van dejándose mutuamente llevar…

Ninguno dirá, abiertamente, lo que está deseando hacer tras este cortejo de acercamiento y cuando acabe la noche, pero ambos estarán deseándolo. No hace falta decirlo, pero ambos lo saben.

Y es la subida en el ascensor y la llave en la puerta de la habitación cuando el cielo se abre entre ellos.

Seducir, pues, es mecerse en las apariencias.
Seducir, pues, es, en el fondo, intentar engañar al otro, para atraerlo, pero sin engañarse a sí mismo.
                                                    
“El maquillaje es obra del diablo” –decían los Padres de la Iglesia- porque preocuparse y ocuparse del cuerpo, cuidarlo, maquillarlo, ocultando aquí y realzando allá, es hacerle la competencia a Dios, como protestarle, oponiéndose a lo por Dios creado así”.

Elevarse por encima de la naturaleza para atraer y subyugar es intentar asegurarse el éxito.
Es el cebo para atraer, para atrapar, para apresar, para gozar.

Aunque la seducción ha sido considerada siempre la estrategia del enemigo, para atraerlo a su bando, y sin tener que luchar, y la estrategia del pecado, en este caso es para cortarle la retirada al otro, hacerse con él, unirse con él.

“Cosmética” viene de “cosmos” (naturaleza, lo que hay), pero en el caso que nos ocupa tiene una connotación negativa, porque se intenta disimularla, “desnaturalizarla”, negándole su derecho a presentarse como tal sustituyéndola por la apariencia.

Es verdad que “el buen paño en el arca se vende” (no hace falta mostrarlo) pero se trata de que alguien sepa del arca, se acerque y lo abra, para que lo compruebe.

¿Podría, pues (como se ha dicho, y mucho, a lo largo de la historia) afirmarse que la “mujer es diabólica”, por mentirosa consciente?

El adagio dice que “el hombre y el oso, cuanto más feos más hermosos”, porque sólo se valora en ellos la fuerza, la valentía, pero de la mujer no puede afirmarse lo mismo, porque su estrategia es vencer al otro, no haciéndolo huir en retirada, sino, al revés, atrayéndolo con el cebo de su manifiesta belleza para que el varón pique.

“Todo lo que es ambiguo es femenino, todo lo que no es ambiguo pertenece al orden masculino”.


Ésta es la verdadera diferencia sexual entre el varón y la mujer, que no está ni en el sexo ni en la biología.

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