viernes, 24 de noviembre de 2017

MICHEL FOUCAULT, LA LOCURA, EL SEXO Y LA LIBERTAD (y 3)

Se bendice el “sexo reproductivo”, pero se persigue implacablemente a “la mujer histérica, al niño masturbador y al adulto perverso”.

El deseo sexual de las mujeres se interpreta como un desarreglo neurótico.

La exploración del propio cuerpo se prohíbe de forma tajante, especialmente durante la pubertad.

Las fantasías sexuales se consideran aberrantes, pues incumplen la expectativa de procrear.

Se podría esperar que Foucault celebrara la “liberación sexual” de las últimas décadas, pero no es así,  pues entiende que el sexo se ha reducido a una compulsión.

Se estimula la “búsqueda del placer”, pero lo esencial es el “encuentro entre los cuerpos”.

Si orientamos nuestra vida sexual al orgasmo, viviremos hipnotizados por un clímax que muchas veces sólo produce un placer insuficiente.
Los cuerpos deben encontrarse libremente, sin ideas preconcebidas.
Lo verdaderamente liberador es “no saber cómo discurrirá cada encuentro”.

En sus últimos escritos, Foucault habla de la necesidad de reinventar y reelaborar nuestro yo: “Debemos promover nuevas formas de subjetividad, renegando del tipo de individualidad que nos ha sido impuesto durante muchos siglos”.

Una muerte prematura y particularmente cruel dejó incompleta la obra de Foucault, pero no hay que lamentarlo.
No me refiero, por supuesto, a la trágica extinción de su vida, sino al final abierto de un pensamiento que siempre reivindicó el cambio, la paradoja y la incertidumbre: “Nunca sé, cuando comienzo un trabajo, qué pensaré al concluirlo. Cuando escribo, lo hago sobre todo para cambiarme a mí mismo y no pensar lo mismo que antes”.

Es imposible, pues, averiguar qué rumbo habría adoptado su pensamiento, pero es indudable que en ningún caso habría demandado nuestra aprobación.

Simplemente, nos habría pedido que abordáramos sus libros como un viaje.

Y aunque conozcamos el itinerario, recorrerlo siempre representará una aventura de la que saldremos transformados.


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