Llegaría la Segunda Guerra Mundial y, a
pesar de la “no beligerancia” las simpatías del régimen franquista con el Eje
(sobre todo Alemania e Italia) eran manifiestas, no en balde las aviaciones
alemanas (sobre todo en Guernica) e italiana (también en Málaga) habían ayudado
enormemente a la victoria franquista.
Como el Eje perdió la guerra
España quedaría “totalmente aislada” de Europa y del mundo, y no era “por
envidia de nuestra paz” (como se nos recalcaba en la escuela y en los medios de
comunicación) sino como castigo a su no implicación contra el nazismo y el
fascismo.
Los 20 años de desconexión,
desde el 40 al 60, supuso un atraso demencial de España en tecnología, en
costumbres, en ideales, en esperanza, mientras Occidente tomaba derroteros
completamente nuevos.
Estrepitosos el retraso
espiritual, el retraso tecnológico, el retraso económico.
Años que parecieron siglos.
Los obispos seguían a los
suyo: nada de sensibilidad social, ni siquiera investigación teológica pero,
eso sí, celosísimos en materia de costumbres (las famosas pastorales
preveraniegas sobre la inmoralidad de dejar visibles partes del cuerpo,
predicar la “modestia cristiana” (hasta en el número de centímetros de faldas y
mangas y los ataques a los bajos escotes (“ahí vamos a meter mano el obispo y
yo” (decía el chiste no sé si de La
Codorniz o del Hermano Lobo).
Inmoralidad, pero sólo en el
cuerpo de la mujer.
Todo eso, y más, contribuiría
al desprestigio de esa quisquillosa religión y moral religiosa.
¿Y la censura? La prohibición
de espectáculos o la calificación de la peligrosidad de las películas, con las
“erres”, y colgada a las entradas de las iglesias.
En las playas la Guardia Civil procedía a
retirar a las bañistas que aparecían con los primeros bikinis.
Política-religión-moralidad
sexual, todo envuelto en el mismo kit.
Fueron muchos los
intelectuales que abandonaron/tuvieron que abandonar España.
Y, los que se atrevieron a
volver, ya más viejos, se asfixiaron en el panorama con que se encontraron.
Hasta 1.956 la prostitución
estuvo (teóricamente) controlada y sus protagonistas sometidas a determinadas
medidas policiales y sanitarias, lo que suponía una legalización de la
prostitución (ya abandonada por casi todos los países occidentales)
Cuando se prohibió levantó
una enorme polvareda.
La verdad fue que seguía,
pero con pequeñas alteraciones.
Ya hemos escrito (y
seguiremos) sobre “la mujer en casa y con la pata quebrada”, para contentar al
marido, quedarse preñada y parir, como obligación, y si era sin placer, mejor
que mejor.
El varón buscaba el placer en
las relaciones extramatrimoniales.
Era la famosa “cana al aire”
si lo hacía el varón y era “una puta” si eso mismo lo hacía la mujer.
¿La compañera sexual
extramatrimonial es mercenaria? Se le solía poner a su disposición un piso que,
además de vivienda para ella, era el lugar de “picadero”.
Así que la prostitución de
las mujeres queda para los viejos, los tímidos (incapaces de buscar y encontrar
compañera sexual) y para los tarados, que sólo tienen acceso al sexo tras
pagar.
Poco a poco, y tras mucho
esfuerzo e incomprensión, la mujer fue demostrando que servía para algo más que
“copular” y fue ascendiendo y ocupando puestos de responsabilidad.
Pero, la verdad fue que el
camino fue largo, difícil y espinoso.
Las mujeres fueron personas
con otros valores distintos, sin perder el que fue su único valor, el de
descanso del guerrero (el marido) y paridora de hijos.
La relación sexual deja de
ser la única relación con el varón.
La mujer quiere la relación
sexual pero con “amor”, no por interés ni por dinero ni por vicio, así lo
disfruta más y mejor.
Fue en los años 50 cuando
apareció en España el turismo de jóvenes extranjeras, rubias y con los ojos
azules, desinhibidas, a veces vestidas de modo nada convencional, sino
estrafalario (pantalones cortos, blusas que dejaban entrever los pechos
turgentes, el canalillo antes jamás visto y la mirada ávida de los varones las
perseguían, ya que no podían, no se atrevían a tener acceso a ellas (el
desconocimiento del idioma fue una barrera infranqueable)
¡Quién no recuerda a Alfredo
Landa persiguiendo a las jóvenes rubias extranjeras en las playas de Torremolinos,
o a Paco Martínez Soria, o a Pajares…
Pero si la moral se relajaba
lo que sí se valoraba eran las divisas que ellas traían consigo, además,
naturalmente, de unas mayores libertades sexuales.
Económicamente el turismo fue
una enorme fuente de riqueza.
Se llegó al tópico de que las
suecas (las nórdicas, en general) eran una mujeres “ansiosas de placer” y aquí
estaba el “macho ibérico”, esperando dárselo.
La verdad que también muchas
de ellas llegaban con el tópico del “Don Juan” español y su fogosidad.
Y es verdad que algunas veces
los tópicos de confirmaban, pero sólo algunas veces, porque, tras conocerse,
los esquemas sociales y morales eran discordantes.
El turismo hizo el milagro de
que la juventud agraria abandonara el terruño y fuera a la ciudad o al pueblo
turístico, dejando la azada y el arado y cambiándolo por la bandeja de bebidas
a servir a los turistas.
Incluso mucha gente del mar
cambió el remo y la barca por el lecho.
Pero las mujeres, si al
principio se escandalizaron, poco a poco fueron imitadoras, dejando atrás la
primitiva envidia.
También las mujeres españolas
se pusieron al día en sus libertades.
“España era diferente” pero,
poco a poco, iba haciéndose igual.
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