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¿Se puede decir de J.
Baudrillard que defiende ideas misóginas?
Lo que sí puede afirmarse de
él es que es un crítico furibundo de la sociedad de consumo en la que vivimos
anegados, influencia de su maestro, el marxista (para mí auténtico) Henri
Lefebre.
Los enamorados lo que buscan
y pretenden es la esclavitud: esclavizar a la persona amada y ser esclavo de
ella.
Las cadenas son signos de
amor para los enamorados, desean estar encadenados, y para siempre.
Al menos en mis tiempos de
joven, antes de alianza de casados ambos llevábamos la “esclava” de prometidos,
lo que suponía, por una parte manifestarlo públicamente a la sociedad y, por
otra, espantar a los posibles pretendientes, alertándolos de su nuevo estatus
provisional, pero de compromiso.
El fin de la seducción es el
poder: atrapar el deseo del otro gracias a convertirlo en un rehén del objeto deseado,
que es objeto de su deseo.
El deseo seductor es deseo
del deseo del otro para sentirse y hacerse deseado.
Queremos seducir, y no ser
seducidos, queremos ser protagonistas, y luchamos por fortalecernos en nuestra
verdad, luchamos contra el que quiere seducirnos.
Seducir (lucha y vencer) sin
ser seducidos (vencidos)
Y “si renunciamos a seducir
es por miedo a ser seducidos” colmo si renunciamos a luchar es por miedo a ser
vencido, a perder, a ser perdedor.
En este juego de la
seducción, el perverso, como el Marqués de Sade, siempre apuesta porque sabe
que va a ganar, ya que juega con las cartas marcadas.
La mayor perversión es la de
“El coleccionista” (la película de William Wyler), film que me impactó, con ese
joven atesorador de amores.
El empedernido coleccionista
de mariposas que, como es incapaz de seducir a una mujer, la rapta, la
secuestra en su casa, la instala en la bodega, la cuida, la mima, pero no
permite que se escape.
La relación con un (una)
rehén nunca es una relación fácil, porque no se da el ambiente para un feeling
entre secuestrador y secuestrada. Falta la libertad y la voluntad de quedarse.
La joven enfermará y morirá,
enterrándola en el patio trasero de su casa (un cementerio que no es sino una
colección de cadáveres, como lo es el álbum de las mariposas clavadas con un
alfiler.
¿Cómo acaba la película?. Con
el joven, de nuevo, en su furgoneta, merodeando, buscando una nueva pieza para
su colección, como si fueran mariposas.
El seductor, en el fondo, le
gustaría ser un coleccionista, pero no de cadáveres, sino de cuerpos esbeltos.
Recordemos a nuestro Do, Juan
Tenorio y su apuesta con Don Luis, tras cotejar las dos listas (cada uno la
lista del otro), primero la de los “matados”)
Don Luis: Me vencéis. Pasemos
a las conquistas.
Don Juan: Sumo aquí cincuenta y seis.
Don Luis: Y yo sumo en vuestras listas setenta y dos.
Don Juan: Pues perdéis.
Don Luis: ¡Es increíble, Don Juan!
Don Juan: Si lo dudáis, apuntados los testigos ahí están, que si fueren preguntados os lo
testificarán.
Don Luis: ¡Oh! y vuestra lista es cabal.
Don Juan: Desde una princesa real a la hija de un pescador, ¡oh! ha recorrido mi amor toda
la escala social. ¿Tenéis algo que tachar?
Don Luis: Sólo una os falta en justicia.
Don Juan: ¿Me la podéis señalar?
Don Luis: Sí, por cierto, una novicia que esté para profesar.
Don Juan: ¡Bah! pues yo os complaceré doblemente, porque os digo que a la novicia uniré
la dama de algún amigo que para casarse esté.
Don Luis: ¡Pardiez que sois atrevido!
Don Juan: Yo os lo apuesto si queréis.
Don Luis: Digo que acepto el partido. ¿Para darlo por perdido queréis veinte días?
Don Juan: Seis.
Don Luis: ¡Por Dios que sois hombre extraño! ¿Cuántos días empleáis en cada mujer que
amáis?
Don Juan: Partid los días del año entre las que ahí encontráis. Uno para enamorarlas, otro
para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas, y una hora para olvidarlas”.
Don Juan: Sumo aquí cincuenta y seis.
Don Luis: Y yo sumo en vuestras listas setenta y dos.
Don Juan: Pues perdéis.
Don Luis: ¡Es increíble, Don Juan!
Don Juan: Si lo dudáis, apuntados los testigos ahí están, que si fueren preguntados os lo
testificarán.
Don Luis: ¡Oh! y vuestra lista es cabal.
Don Juan: Desde una princesa real a la hija de un pescador, ¡oh! ha recorrido mi amor toda
la escala social. ¿Tenéis algo que tachar?
Don Luis: Sólo una os falta en justicia.
Don Juan: ¿Me la podéis señalar?
Don Luis: Sí, por cierto, una novicia que esté para profesar.
Don Juan: ¡Bah! pues yo os complaceré doblemente, porque os digo que a la novicia uniré
la dama de algún amigo que para casarse esté.
Don Luis: ¡Pardiez que sois atrevido!
Don Juan: Yo os lo apuesto si queréis.
Don Luis: Digo que acepto el partido. ¿Para darlo por perdido queréis veinte días?
Don Juan: Seis.
Don Luis: ¡Por Dios que sois hombre extraño! ¿Cuántos días empleáis en cada mujer que
amáis?
Don Juan: Partid los días del año entre las que ahí encontráis. Uno para enamorarlas, otro
para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas, y una hora para olvidarlas”.
Nuestro coleccionista,
nuestro seductor, Don Juan Tenorio.
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