Y tal vez sólo vivimos
aquí y ahora.
Si fuera así, espero que no hayas estado dando la espalda a
esos días, que al fin y al cabo tienen luz, para adentrarte en un oscuro y siniestro laberinto del
pensamiento del que yo no puedo rescatarte.
No vivimos eternamente,
Aurelio. Eso significa que debemos aprovechar los días que nos son entregados.
Pienso que has de estar
agotado después de todo cuanto te ha sucedido, completamente agotado; no intentas ocultarlo.
Ojalá me regalaras a mí, quiero decir al mundo de los sentidos,
algunas horas de tu vida sobre la tierra.
¡Sal fuera!, Aurelio; “sal
afuera¡ y túmbate bajo una higuera. Abre tus sentidos, aunque sólo sea por una última vez!
Hazlo por mí y por todo lo que nos dimos el uno al otro. Respira hondo, escucha el canto de los
pájaros, mira el firmamento e inhala todos los olores. Todo eso es el mundo, Aurelio,
está aquí y ahora.
Aquí, ahora.
Has estado en el
laberinto de los teólogos y los platónicos. Pero ya no, has vuelto a casa, al mundo, al hogar de
los seres humanos.
¡El mundo es tan grande,
y sabemos tan poco de él…!
También la vida es demasiado breve.
¿No recuerdas que decías
cosas parecidas cuando aún leías a Cicerón? (EL
Hortensius, el primer libro que lo introdujo en la Filosofía ).
Tal vez no exista ningún
Dios que negocie con nuestras pobres almas.
Tal vez exista un Dios cariñoso que nos ha creado el mundo
para que vivamos en él.
¡Ay¡, Aurelio, si estuvieras tumbado ahí fuera bajo la
higuera, con uno de sus frutos en la mano, yo acudiría a besar tu frente cansada. Aplastaría esa horrible
y forzada palabra «continencia», pues es verdad que aún pesa como un yugo sobre
tu mente.
Quizá lo único capaz de
salvarte sea un abrazo mío.
¿Por qué habrá tanta distancia entre Cartago e Hipona Regia?
…..Tengo miedo, Aurelio.
Tengo miedo de qué puedan llegar a hacer algún día los hombres de la Iglesia a mujeres como yo.
No sólo por ser mujeres
sino porque, creadas por Dios como tales, os tentamos a vosotros, tal y como Dios os
ha creado, como hombres.
Piensas que Dios ama más
a los eunucos o castrados que a los hombres que aman a una mujer.
Ten cuidado, pues, con
alabar la creación de Dios, porque Él no ha creado al hombre para que se castre.
…..Siento escalofríos
porque temo que lleguen tiempos en los que las mujeres sean asesinadas por hombres de la Iglesia de Roma.
Pero ¿por qué se las
habría de matar, honorable obispo? Porque os recuerdan que habéis renegado de
vuestra propia alma
y atributos, pensáis. ¿Y en favor de quién?
En favor de un Dios,
decís, en favor de
Él que ha creado el firmamento que os cubre y la tierra sobre la que viven las mujeres que os dan a luz.
Si Dios existe, que Él os
perdone.
Tal vez un día seréis
juzgado por todos esos placeres a los que habéis dado la espalda.
Negáis el amor entre
hombre y mujer. Eso tal vez pueda perdonarse. Pero no olvides que lo hacéis en nombre
de Dios.
Pero si fuiste tú quien
se ocupó de que me llegaran tus Confesiones para que las leyera aquí en Cartago, la
respuesta es NO: NO recibiré el bautismo, honorable obispo.
No temo a Dios.
Tengo la sensación de que
ya vivo con Él.
¿Acaso no fue Él quien me
creó?
Tampoco es el Nazareno quien me detiene, tal vez Él fue realmente un
hombre de Dios.
Además, ¿no fue Él justo con las mujeres?
Son los teólogos los que
me inspiran temor.
Que el Dios del Nazareno os perdone por toda la ternura y
amor que rechazáis.
Yo he hablado y he
redimido mi alma.
¡Y ahora, honorable
obispo, a beber!
Estoy sentada bajo
nuestra vieja higuera en Cartago.
Florece por tercera vez este año, pero no da frutos.
Queda en paz.”
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