SAN AGUSTÍN Y EL AMOR
CONFESIÓN de Floria, en
respuesta a las CONFESIONES.
Floria advierte al teólogo y padre de su único hijo, Adeodado, del peligro que supone creer en un Dios castigador y vengativo que no permite al hombre disfrutar de sus creaciones, pues tal vez el mayor pecado del ser humano sea la soberbia de pensar que le espera otra vida más elevada y despreciar, como consecuencia, todo aquello que la única vida que, con seguridad existe, ésta, le ofrece a través del mundo de los sentidos.
“Que el Dios del Nazareno os perdone por toda la ternura y amor que rechazáis” - escribe Floria.
Así, esta excelente NOVELA del autor de El Mundo de Sofía, con admirable sencillez, va exponiendo los absurdos presupuestos sobre los que se edificó
La novela VITA BREVIS, de Jostein Gaarder, muestra
a la luz el supuesto CODEX FLORIAE, las cartas
que la compañera de Agustín de Hipona escribió tras la lectura de las famosas CONFESIONES, narración autobiográfica
en la que éste nos cuenta el camino de su conversión del paganismo a la fe
cristiana.
Flora Emilia le reprocha
las referencias a su amor como algo pecaminoso, su elección por la “continencia”
(“Santa Continencia” –llega a denominarla) y por una vida alejada de la
sensualidad y hace una gran exhortación al
Carpe Diem, (“aprovecha el instante, el momento”), al
disfrute de la vida en cada uno de sus instantes y con todos los sentidos
dispuestos a ello.
“La vida es breve”.
Además, Floria Emilia,
vaticina el lugar para la mujer en este nuevo mundo cristiano que para sus ojos
está aún por venir.
“Imagina un frondoso
paisaje en donde haya personas y animales, flores, niños, vino y miel.
Un paisaje donde también
exista un terrible laberinto.
Imagínate, santo obispo, tú, antiguo compañero de juegos en el
lecho, imagínate ahora perdido en ese profundo laberinto donde no encuentras el hilo de Ariadna que pueda guiarte fuera de los oscuros caminos y te permita
volver al paraíso en que habitabas anteriormente.
En el fondo de ese
laberinto reinan teólogos y platónicos y, cada vez que un hombre nuevo entra en su territorio, su
número aumenta:
pues a todo el que va llegando se le convence de que todo cuanto está fuera es obra del diablo.
Te toca ahora a ti ser
persuadido, y pronto dejas de querer salir de allí.
Es porque tú también te has adherido a esa
legión de teólogos, te has convertido en uno de esos antropófagos que viven en
las profundidades
del oscuro laberinto.
Quizá debería llamarlos”
pescadores de hombres”
No olvidas a la mujer que
amaste, pero alabas a Dios por haberte separado ya de ella, porque ella ya no te puede
tentar.
Sólo en tu memoria permanecen aún vivas «las imágenes de aquellas cosas
que la costumbre dejó impresas en ella».
¡Que Dios te perdone¡
Tal vez Dios esté sentado
en algún lugar viendo cómo desprecias sus obras.
En tus Confesiones
escribes repetidas veces que en tu vida anterior estabas donde no está Dios.
Pero tal vez sea ahora
cuando estás perdido de verdad.
También Edipo pensaba que iba por el camino
correcto cuando marchó de Delfos a Tebas.
Ese fue su trágico error.
Todo le hubiese resultado
mejor si hubiera vuelto a Corinto, con sus padres adoptivos.
A ti te habría sido mucho mejor regresar
a Cartago.
Aquí intuimos todavía el
amor de Dios en las flores, en los árboles y en Venus.
Quiero mencionarte unas
palabras de Horacio: «Piensa que cada día que amanece es tu último día».
No es seguro que éste vaya a ser tu último
día, pero puede ocurrir que así sea.
De igual modo puede
pensarse que no existe otra vida después de ésta para nuestras almas.
Puede ser, viejo rétor, y
quiero que vuelvas a meditar sobre esa posibilidad.
Imagina que el obispo de
Hipona Regia se haya equivocado.
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