jueves, 1 de junio de 2017

ARISTÓTELES Y EL AMOR (4)

3.- PARA OTRO

QUERER – EL BIEN – PARA EL OTRO (EN CUANTO OTRO).

En ese paréntesis, «en cuanto otro», reposa la clave del verdadero amor.
Amar, en su concepción más certera, es perseguir el bien del otro “no por mí, sino por él”.
No por el beneficio más o menos material o sentimental que pudiera proporcionarme a mí, sino por el bien del otro, en cuanto otro.

Acabo de terminar varios spots sobre “el amor en Abelardo y Eloísa”, una pareja de amantes medievales y he disfrutado comprobando el verdadero amor: “todo por el otro, en cuanto otro”.
Lo que hacen pensando en “lo mejor para el otro”, aunque se salga perdiendo en los resultados de la obra.

“El placer de dar”

Al hacerlo así, yo me volveré mejor persona, pero esto debe ser la consecuencia del obrar así y no el objetivo principal del obrar así.

Únicamente por él, por aquel a quien se quiere, y por una razón muy clara: porque es persona y, sólo por tal motivo, merecedora de amor.

Todos y cada uno nos amamos a nosotros mismos, mucho y bien. Y el mandamiento dice que “amarás al otro como te amas a ti mismo”.

El núcleo de esta reflexión es responder a la pregunta: ¿cuál debe ser el bien querido y perseguido para el amado?, ¿cómo se concreta, en definitiva, el amor al otro, a los demás?

Y nos sentimos anegados, porque los beneficios que hemos de proporcionar a los seres queridos se vuelven infinitos pues, debo procurar todos los bienes que les aprovechen y, entonces, nuestra tarea deviene inabarcable e inacabable: el número de esos bienes no tiene límite.
Pero ¿por qué razón habría yo de abstenerme de facilitar una ventaja a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos más íntimos, a mis vecinos, incluso a mis simples conocidos… siempre que ese apoyo esté en mi mano y contribuya de alguna manera a su mejora o perfeccionamiento?

Aunque con una condición: que se trate de ayudas reales, objetivas, capaces de perfeccionar de veras a aquellos a quienes se las entrego.

Pero si recurrimos no a la cantidad sino a la calidad de los mismos, quizá se reduzcan a dos:
1.- Que la otra persona exista o siga existiendo, que siga viva.
2.- Que sea buena, que madure y se perfeccione como persona (que sea feliz).

Ser y Ser Bueno.

1. Que exista

Decir sí no tanto con palabras o con algunas obras, sino con la vida entera.

Amar es apuntalar con todo nuestro ser (entendimiento, voluntad, afectividad, actitudes, habilidades, posesiones, capacidad de entrega y servicio…) el ser de la persona a la que queremos: derramar, volcar cuanto somos, sentimos, podemos, anhelamos y tenemos en apoyo de quien amamos, con el fin de que éste se despliegue y desarrolle hasta su culmen perfectivo.

Esto ya lo exponía Aristóteles, en su Teoría del Acto y la Potencia, lo que realmente somos y lo que podemos llegar a ser, lo que podemos dar de sí.

“Desarrollarse”  es actualizar la potencia que ya somos.
“Desarrollarse” es “desenrollarse”.

Cuando nos enamoramos lo primero que surge en uno son sentimientos de este estilo: ¡es maravilloso que existas!, ¡yo quiero, con todas las fuerzas de mi alma, que tú existas!, ¡qué maravilla, qué gozada, qué acierto, el que hayas sido creado!

“Amar es hacer hasta lo imposible para que el otro siga existiendo”

El amor entre seres humanos tiene como principal efecto hacer realmente real (para el que ama) a la persona querida; conseguir que, para él, exista de veras.

En medio de una multitud todas ellas nos pasan desapercibidas, de las que nada podemos decir, a las que ni siquiera seríamos capaces de reconocer más tarde y que en nada han influido ni seguramente influirán en nuestro comportamiento: ninguna de ellas, realmente, existe para nosotros. Co-existimos pero no con-vivimos.

Por el contrario, cuando entro en casa o en mi lugar de trabajo, cuando me reúno con el grupo de amigos, a los que sí aprecio, todos existen para mí, despiertan sentimientos y reflexiones, me instan a ocuparme de ellos, modifican mi conducta… que es la manifestación más clara de la presencia real y consecuente del otro ante mí.
En otras palabras, me llevan a estar en los detalles materiales y espirituales que hagan más gozosa y fecunda sus vidas… porque sí que los advierto como reales.

«Siempre que volvíamos por la calle de San José —se lee en Platero y yo— estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; “todo” para su madre, “nada” para los demás».

Estas últimas palabras subrayan la colosal realidad de que para una madre, como para cualquiera que ama de veras, el hijo, hermano o amigo constituye en efecto su “todo”, sus “todos”.
Y ese “todo” no es exclusivo de uno sólo de los hijos, son todos los hijos, su pareja, sus familiares, sus amigos,…

La madre se da “toda”, en “todo”, para “todos”.

Creo que es el amor materno el más completo.

En contraposición, lo contrario al amor, al que se encuentra aparejada la vida, son la indiferencia y el odio con los que va unida la muerte.

Cuando alguien no sólo no ama, sino que odia, y odia en serio, lo que pretende en última instancia, es eliminar el ser de lo no-querido, suprimirlo en cuanto otro, valorándolo sólo en la medida en que sirve a mis propios gustos, pasiones o intereses, configurándolo, como “un apéndice de nuestro egoísmo, una prótesis del propio yo”, o anularlo de forma radical, arrojándolo fuera del conjunto de los existentes o impidiendo que llegue a entrar en el festín de la vida (terrorismos, genocidios, fobias racistas o de otro tipo, violencia en general…).

Y cuando es toda una civilización la que, por una excesiva y a veces neurótica atención de cada uno de sus miembros a sí mismo y a lo suyo, se encuentra de algún modo dominada por el desamor, no debe extrañarnos que dé a luz a una auténtica cultura del desinterés, del egoísmo, y, si se me apura, como se nos recuerda con frecuencia, incluso de la muerte.

El  auténtico amor, el amor intachable, no sólo confirma o corrobora en el ser a quien ama, sino que lo hace con tal franqueza y radicalidad, que aquel que nos enamora nos resulta imprescindible para todo.

¡Qué bien lo expresa nuestro Ortega en sus “Estudios sobre el amor”: «Amar a una persona es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquella persona esté ausente» 

¿Eres capaz de concebir, ahora mismo, cómo sería tu vida sin tu pareja o sin tus niños?
¿Te ves a ti mismo funcionando con normalidad si él o ellos te faltaran?


Aunque todos sabemos que, tras los inmediatos nudos en el corazón y toda la cabeza revuelta dándole vueltas y más vueltas al mismo tema, el tiempo va desanudando unos y ensombreciendo los otros hasta que, de nuevo, se rehaga la vida, pero en ese instante… el suelo se nos hunde al echar el pie a tierra y la cama no sirve para el uso del descanso ordinario.ARIST´P

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