3.- PARA OTRO
QUERER – EL BIEN – PARA EL
OTRO (EN CUANTO OTRO).
En ese paréntesis, «en cuanto
otro», reposa la clave del verdadero amor.
Amar, en su concepción más
certera, es perseguir el bien del otro “no por mí, sino por él”.
No por el beneficio más o
menos material o sentimental que pudiera proporcionarme a mí, sino por el bien
del otro, en cuanto otro.
Acabo de terminar varios
spots sobre “el amor en Abelardo y Eloísa”, una pareja de amantes medievales y
he disfrutado comprobando el verdadero amor: “todo por el otro, en cuanto
otro”.
Lo que hacen pensando en “lo
mejor para el otro”, aunque se salga perdiendo en los resultados de la obra.
“El placer de dar”
Al hacerlo así, yo me volveré
mejor persona, pero esto debe ser la consecuencia del obrar así y no el
objetivo principal del obrar así.
Únicamente por él, por aquel
a quien se quiere, y por una razón muy clara: porque es persona y, sólo
por tal motivo, merecedora de amor.
Todos y cada uno nos amamos a
nosotros mismos, mucho y bien. Y el mandamiento dice que “amarás al otro como
te amas a ti mismo”.
El núcleo de esta reflexión
es responder a la pregunta: ¿cuál debe ser el bien querido y perseguido para el
amado?, ¿cómo se concreta, en definitiva, el amor al otro, a los demás?
Y nos sentimos anegados,
porque los beneficios que hemos de proporcionar a los seres queridos se vuelven
infinitos pues, debo procurar todos los bienes que les aprovechen y, entonces,
nuestra tarea deviene inabarcable e inacabable: el número de esos bienes no
tiene límite.
Pero ¿por qué razón habría yo
de abstenerme de facilitar una ventaja a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos
más íntimos, a mis vecinos, incluso a mis simples conocidos… siempre que ese
apoyo esté en mi mano y contribuya de alguna manera a su mejora o
perfeccionamiento?
Aunque con una condición: que
se trate de ayudas reales, objetivas, capaces de perfeccionar de veras a
aquellos a quienes se las entrego.
Pero si recurrimos no a la
cantidad sino a la calidad de los mismos, quizá se reduzcan a dos:
1.- Que la otra persona exista
o siga existiendo, que siga viva.
2.- Que sea buena, que madure
y se perfeccione como persona (que sea feliz).
Ser y Ser Bueno.
1. Que exista
Decir sí no tanto con
palabras o con algunas obras, sino con la vida entera.
Amar es apuntalar con todo
nuestro ser (entendimiento, voluntad, afectividad, actitudes, habilidades,
posesiones, capacidad de entrega y servicio…) el ser de la persona a la que
queremos: derramar, volcar cuanto somos, sentimos, podemos, anhelamos y tenemos
en apoyo de quien amamos, con el fin de que éste se despliegue y desarrolle
hasta su culmen perfectivo.
Esto ya lo exponía Aristóteles,
en su Teoría del Acto y la
Potencia , lo que realmente somos y lo que podemos llegar a
ser, lo que podemos dar de sí.
“Desarrollarse” es actualizar la potencia que ya somos.
“Desarrollarse” es
“desenrollarse”.
Cuando nos enamoramos lo
primero que surge en uno son sentimientos de este estilo: ¡es maravilloso que
existas!, ¡yo quiero, con todas las fuerzas de mi alma, que tú existas!, ¡qué
maravilla, qué gozada, qué acierto, el que hayas sido creado!
“Amar es hacer hasta lo
imposible para que el otro siga existiendo”
El amor entre seres humanos
tiene como principal efecto hacer realmente real (para el que ama) a la persona
querida; conseguir que, para él, exista de veras.
En medio de una multitud
todas ellas nos pasan desapercibidas, de las que nada podemos decir, a las que
ni siquiera seríamos capaces de reconocer más tarde y que en nada han influido
ni seguramente influirán en nuestro comportamiento: ninguna de ellas,
realmente, existe para nosotros. Co-existimos pero no con-vivimos.
Por el contrario, cuando
entro en casa o en mi lugar de trabajo, cuando me reúno con el grupo de amigos,
a los que sí aprecio, todos existen para mí, despiertan sentimientos y
reflexiones, me instan a ocuparme de ellos, modifican mi conducta… que es la
manifestación más clara de la presencia real y consecuente del otro ante mí.
En otras palabras, me llevan
a estar en los detalles materiales y espirituales que hagan más gozosa y
fecunda sus vidas… porque sí que los advierto como reales.
«Siempre que volvíamos por la
calle de San José —se lee en Platero y yo— estaba el niño tonto a la
puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era
uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el
regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; “todo” para su madre, “nada”
para los demás».
Estas últimas palabras
subrayan la colosal realidad de que para una madre, como para cualquiera
que ama de veras, el hijo, hermano o amigo constituye en efecto su “todo”, sus
“todos”.
Y ese “todo” no es exclusivo
de uno sólo de los hijos, son todos los hijos, su pareja, sus familiares, sus
amigos,…
La madre se da “toda”, en
“todo”, para “todos”.
Creo que es el amor materno
el más completo.
En contraposición, lo
contrario al amor, al que se encuentra aparejada la vida, son la indiferencia y
el odio con los que va unida la muerte.
Cuando alguien no sólo no
ama, sino que odia, y odia en serio, lo que pretende en última instancia, es
eliminar el ser de lo no-querido, suprimirlo en cuanto otro, valorándolo sólo
en la medida en que sirve a mis propios gustos, pasiones o intereses,
configurándolo, como “un apéndice de nuestro egoísmo, una prótesis del propio
yo”, o anularlo de forma radical, arrojándolo fuera del conjunto de los
existentes o impidiendo que llegue a entrar en el festín de la vida (terrorismos,
genocidios, fobias racistas o de otro tipo, violencia en general…).
Y cuando es toda una
civilización la que, por una excesiva y a veces neurótica atención de cada uno
de sus miembros a sí mismo y a lo suyo, se encuentra de algún modo dominada por
el desamor, no debe extrañarnos que dé a luz a una auténtica cultura del
desinterés, del egoísmo, y, si se me apura, como se nos recuerda con
frecuencia, incluso de la muerte.
El auténtico amor, el amor intachable, no sólo
confirma o corrobora en el ser a quien ama, sino que lo hace con tal franqueza
y radicalidad, que aquel que nos enamora nos resulta imprescindible para todo.
¡Qué bien lo expresa nuestro Ortega
en sus “Estudios sobre el amor”: «Amar a una persona es estar empeñado en
que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo
donde aquella persona esté ausente»
¿Eres capaz de concebir,
ahora mismo, cómo sería tu vida sin tu pareja o sin tus niños?
¿Te ves a ti mismo
funcionando con normalidad si él o ellos te faltaran?
Aunque todos sabemos que,
tras los inmediatos nudos en el corazón y toda la cabeza revuelta dándole
vueltas y más vueltas al mismo tema, el tiempo va desanudando unos y
ensombreciendo los otros hasta que, de nuevo, se rehaga la vida, pero en ese
instante… el suelo se nos hunde al echar el pie a tierra y la cama no sirve
para el uso del descanso ordinario.ARIST´P
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