Nadie puede amar a todo el
mundo, el corazón humano es limitado y puede amar, y ama de verdad, cuando lo
hace concretamente.
En carta a una íntima amiga
le comunica que está embarazada y que pronto se notará su vientre crecer y que,
por ella, iría cantando por las montañas, como María, la madre de Jesús
exultante de alegría.
Y, ante la típica pregunta de
la amiga, le responde que Abelardo sí quiere casarse pero que ella lo ha
convencido para no casarse porque “hacerlo sería deshacer su vida, tendría que
renunciar a la gloria que le espera y yo no podría soportar que por mi culpa…él
está dispuesto, pero yo no quiero ser la causa de su desdicha. Él es un tesoro
que pertenece al mundo entero…lo califica como el pensador más eminente de hoy
día, el Aristóteles del siglo, el ídolo de los estudiantes, y si se
casara…”espero que, al final, me saldré con la mía”
Inmensa generosidad la suya,
y también la de Abelardo.
Ambos están dispuestos a
renunciar a aquello que más aman por amor, un amor que no tiene en cuenta el
sacrificio personal, sino que cada uno cree que es lo mejor para el otro.
Una noche, ausente su tío, se
la llevó de su casa y la condujo a casa de su hermana, hasta que llegó el niño,
al que le puso el nombre de Astrolabi (“vigía de astros”)
Cuando regresó su tío (es
fácil imaginarse el cabreo).
Para calmarlo, le promete
casarse con ella (teme represalias del tío contra ella), sólo le pidió hacerlo
en secreto, para no perjudicar su reputación. Y esa promesa la hace sin contar
con Eloísa y ella, como sabemos, no quería casarse porque…además de que su amor
iba mucho más allá de su conveniencia social. Y, todo ello, estando ya cada uno
en un convento.
Y, es verdad que el Derecho
Canónico no prohibía que un clérigo sin órdenes –como Abelardo- pudiera
contraer matrimonio pero sí impedía que un clérigo casado pudiera percibir
ningún “beneficio” ligado a un “oficio”, y Abelardo no está dispuesto a
renunciar a una carrera eclesiástica basada en su oficio de “magíster
scholarum”, ni siquiera dar catequesis, nada que tenga que ver con Dios (que
venía de los Santos Padres del siglo IV.
Eloísa insiste y persiste de
las nefastas consecuencias para él (lo que le ocurra a ella no le importa) y él
insiste y persiste en que es lo mejor para ella, aunque él…
Todo lo que él hace es por
ella y pensando en ella.
Todo lo que ella hace es por
él y pensando en él.
Ninguno mira para sí, sólo
por y para el otro.
“Ahora sólo falta una cosa en
la perdición que a los dos nos espera: que el dolor que seguirá no sea superior
al amor que lo ha precedido” – dice Eloísa.
Pero no lo convenció y aceptó
el casamiento a disgusto, por el peligro del futuro de su amado.
De mantenerlo en secreto,
nada de nada, porque el tío le daba toda la posible publicidad aunque Eloísa
juraba y perjuraba que no se había casado.
La situación se hizo
insostenible entre tío y sobrina y obligó a Abelardo a llevar a Eloísa al
convento de Argenteuil, donde se había educado de niña.
El tío lo interpreta como que
Abelardo quiere que se haga monja para liberarse de ella y trama la
“castración”.
Él, una vez castrado, quedaba
incapacitado para ejercer de clérigo.
El ensañamiento contra la
sexualidad proviene de los Padres de la Iglesia , ochocientos años antes.
Los eunucos tienen hasta
prohibido entrar en la iglesia, como si fuesen inmundos, como los animales: “No
ofrezcáis al Señor ningún animal con los testículos machacados, mutilados o
amputados, no serán admitidos en la
Iglesia del Señor”
¡Cuánto menos los hombres¡
Pero los discípulos no quieren
perder la sabiduría de Abelardo por lo que volvieron los triunfos y la fama,
pero también la envidia y el deseo de venganza porque los alumnos abandonaban a
los otros maestros para irse a escuchar al novedoso, original, dinámico, de
mente clara que, partiendo de la observación de la vida, les enseñaba a pensar
con libertad.
“Algún día Dios me pedirá
cuentas de cómo he usado mi talento”
El odio y la envidia de los
otros maestros lo persiguen tenazmente, hasta denunciarlo como hereje,
poniéndole trampas, pero les contesta que: “lo que yo pretendo es que mis
alumnos se atrevan a pensar y evitar que se instalen en esta letargia invernal
donde vegetáis vosotros”
Siglos después Kant, en su
“¿Qué es la Ilustración ?”
lanzará ese grito desafiante: SAPERE AUDE (atrévete a pensar por ti mismo, sin
tutores,…)
“Moriré solo, en medio del
bosque, eso sí, como el búho, con los ojos abiertos de par en par escrutando
los secretos de la noche”.
Eloísa, siguiendo sus
instrucciones, tomó el hábito y entró en el monasterio de Argenteuil y él en la
abadía de Saint-Denis, pero ella, en realidad no quería hacerlo y si lo hizo
fue porque…”no hice los votos a Dios sino a mi amado Abelardo”, “juré morir
antes que dejar de amarte”.
“Por orden tuya tomé los
hábitos, no por vocación divina. Ya ves, pues, qué infortunada vida es la mía,
miserable donde las haya, arrastrando un sacrificio sin valor alguno y sin
ninguna recompensa futura”.
“Olvídate de tus adversarios,
pues todos están de acuerdo en decir que nada ignoras de todo lo que el
entendimiento humano puede saber”
“No digas que quieres
evitarme las lágrimas, porque no son menos copiosas las que me hace derramar tu
silencio”
“No puedo ya vivir si no me
dices que me amas”
“Y ya que fue sin límites el
excesivo amor que te tuve…para mostrarte más amor vine hasta aquí para perderme
y dejarte vivir sin preocupaciones”
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