Las dudas de Abelardo sobre
su fidelidad aún la mortifican ya que su amor es incondicional y se lo dice
claramente: “Me he aborrecido a mí misma por mostrarte mi amor y he venido aquí
a perderme por que vivas tranquilo”.
Y así Eloísa vive para
Abelardo fingiendo que vive para Dios.
Abelardo reconoce que su amor
por ella también sigue vivo y llega incluso a decir que agradecería la crueldad
de Fulberto si al menos cuando le puso en la imposibilidad de satisfacer su
pasión, al menos le hubiera permitido dejar de amarla pero los deseos que no
pueden contentarse son más violentos: “soy más culpable abrasándome por ti debajo
del saco y de la ceniza consagrada a los altares, que lo era por los crímenes
que me han acarreado mis desdichas”, reconociendo así que su pasión por ella es
ahora incluso más ardiente que antes.
El deseo de Eloísa no se
cumplirá.
Abelardo moriría en 1142 y su
cuerpo sería enterrado en la
Iglesia de San Marcelo (debió pedir ayuda al Abad de Cluny,
Pedro el Venerable, para que los restos de Abelardo fueran trasladados al
Paracleto, tal cómo el filósofo deseaba y una vez allí Eloísa, veneró sus
restos y rogó por su alma hasta su muerte veinte años después (1163).
Y cuenta la leyenda que
cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su
amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando abrazados en la
muerte como no pudieron estarlo en la vida.
Así permanecieron los esposos
durante quinientos años sepultados en las naves del Paracleto, hasta que en
1792, tras la
Revolución Francesa , el Monasterio fue vendido como bien
eclesiástico siendo trasladada la tumba de Abelardo y Eloísa a Nogent.
En 1800 Luciano Bonaparte,
inspector de las cartas y monumentos antiguos, encargó al artista Lenoir que
transportase el féretro al Museo de Monumentos franceses de París, quien, tras
la apertura de la tumba, realizó un Álbum con dibujos de los amantes recreados
por el artista partiendo de los restos conservados, con el objeto de realizar
dos estatuas para la nueva tumba parisina, que quedó instalada en los jardines
del museo.
En 1815, bajo el gobierno
borbónico, se intentó trasladar la tumba a la Abadía de San Dionisio; pero la opinión pública
protestó ya que el monumento era muy frecuentado por los parisinos y estaba
considerado como algo integrado en la ciudad.
Finalmente fue trasladado al
cementerio parisino de Père Lachaise, donde actualmente todavía puede
visitarse.
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