viernes, 28 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (5)

Las dudas de Abelardo sobre su fidelidad aún la mortifican ya que su amor es incondicional y se lo dice claramente: “Me he aborrecido a mí misma por mostrarte mi amor y he venido aquí a perderme por que vivas tranquilo”.

Y así Eloísa vive para Abelardo fingiendo que vive para Dios.

Abelardo reconoce que su amor por ella también sigue vivo y llega incluso a decir que agradecería la crueldad de Fulberto si al menos cuando le puso en la imposibilidad de satisfacer su pasión, al menos le hubiera permitido dejar de amarla pero los deseos que no pueden contentarse son más violentos: “soy más culpable abrasándome por ti debajo del saco y de la ceniza consagrada a los altares, que lo era por los crímenes que me han acarreado mis desdichas”, reconociendo así que su pasión por ella es ahora incluso más ardiente que antes.

El deseo de Eloísa no se cumplirá.

Abelardo moriría en 1142 y su cuerpo sería enterrado en la Iglesia de San Marcelo (debió pedir ayuda al Abad de Cluny, Pedro el Venerable, para que los restos de Abelardo fueran trasladados al Paracleto, tal cómo el filósofo deseaba y una vez allí Eloísa, veneró sus restos y rogó por su alma hasta su muerte veinte años después (1163).

Y cuenta la leyenda que cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.

Así permanecieron los esposos durante quinientos años sepultados en las naves del Paracleto, hasta que en 1792, tras la Revolución Francesa, el Monasterio fue vendido como bien eclesiástico siendo trasladada la tumba de Abelardo y Eloísa a Nogent.

En 1800 Luciano Bonaparte, inspector de las cartas y monumentos antiguos, encargó al artista Lenoir que transportase el féretro al Museo de Monumentos franceses de París, quien, tras la apertura de la tumba, realizó un Álbum con dibujos de los amantes recreados por el artista partiendo de los restos conservados, con el objeto de realizar dos estatuas para la nueva tumba parisina, que quedó instalada en los jardines del museo.

En 1815, bajo el gobierno borbónico, se intentó trasladar la tumba a la Abadía de San Dionisio; pero la opinión pública protestó ya que el monumento era muy frecuentado por los parisinos y estaba considerado como algo integrado en la ciudad.


Finalmente fue trasladado al cementerio parisino de Père Lachaise, donde actualmente todavía puede visitarse.

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