lunes, 24 de julio de 2017

AMOR, SEXUALIDAD Y MATRIMONIO EN LA EDAD MEDIA: ABELARDO Y ELOÍSA (1)

ABELARDO Y ELOÍSA. ALGO MÁS QUE DOS AMANTES. 

EL AMOR EN LOS FILÓSOFOS.

Son muy pocos, fuera de los círculos filosóficos, quienes conocen la filosofía de Abelardo, sobre todo en el problema de los “universales”.

Si “el hombre” no existe, porque sólo existen los hombres concretos (Pedro, Antonio, Juan,…) ¿Por qué decimos de éstos que son hombres? ¿Qué tienen en común para poder denominarlos con el mismo término “hombre”?.

Aunque Abelardo, además de filósofo fue teólogo, poeta y monje.

Abelardo y Eloísa han pasado a la Historia, más por sus famosos y escandalosos amores que, según hemos escrito arriba, por la importancia que las teorías de Abelardo pudieran tener en los campos de la filosofía o la teología

Es más, éstas han quedado en un segundo plano frente a su relación pasional.

Su historia acaecida en el siglo XII, siempre fue conocida, pero con el movimiento romántico cobró gran protagonismo y éste, naturalmente, hacía hincapié sobre todo en la parte más azarosa del romance; sus cartas, que ya tenían cierto predicamento, ante este nuevo interés, se popularizaron y fueron profusamente leídas junto con su historia y sería estudiada y publicada cobrando gran relevancia.

Con el paso del tiempo el interés ha ido decayendo y hoy día su recuerdo, excepto para los interesados en el tema, ha quedado reducido a la popularidad de unos indeterminados amoríos.

La Edad Media fue una época excéntrica, y el amor medieval todavía no hay quién lo entienda.
Un buen ejemplo es el caso de las parejas más famosas del medioevo: Laura y Petrarca; Dante y Beatriz; Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa…, y  más cercanos a nosotros, Calixto y Melibea, Los amantes de Teruel,… (Y, seguramente muchos más).

No se sabe quién fue LAURA, ni siquiera se sabe si realmente existió. Algunas versiones afirman que sí, pero que ya estaba casada cuando Petrarca la conoció.
Otras versiones, conscientes de cuánto ambicionaba Petrarca ganar la corona de laureles otorgada a los poetas famosos, indican que “Laura” no es otra cosa que una abstracción de la palabra “laurel”.

“BEATRIZ”, proveniente del vocablo latino “beata”, también es un símbolo: identifica a la salvación cristiana.
Dante vio por primera vez a Beatriz Portinari cuando ambos tenían nueve años.
Desde ese día toda su vida literaria (incluida su obra maestra: La divina comedia) giró en torno a Beatriz, a pesar de que la vio pocas veces, ambos se casaron con personas diferentes, y ella murió a los 24 años de edad.
Es un hecho atroz: dos de las más famosas parejas de amantes medievales no fueron amantes, no se tocaron un dedo, nunca hicieron el amor.

La historia de amor de Romeo y Julieta la conocemos por activa, por pasiva y por perifrástica (activa y pasiva)

Pero el cuarto caso, el de los amantes más desgraciados de todos los tiempos, es una historia de amor-horror tan intenso, que pocas veces puede recordarse sin espanto.

ABELARDO Y ELOÍSA.

Pocos conocen la verdadera historia y trascendencia que la cuestión tuvo para ellos condicionando el resto de sus vidas.

La importancia de la figura de Pedro Abelardo como filósofo y teólogo es una cuestión a debate, para unos fue un innovador y para otros no pasa de la mediocridad, aunque se le reconoce una cierta importancia respecto de algunas cuestiones, como “el problema de los universales” (ya antes citado).

El filósofo considerado un peripatético medieval tenía el gran don de la elocuencia destacando sobre todo en la dialéctica; se da también cierta importancia a algunas de sus teorías sin concederle la trascendencia que algunos han querido atribuirle al considerarle el Descartes de su época o el predecesor de Rousseau, Lessing o Kant.

Para estos últimos la filosofía medieval tiene otros nombres que no conviene olvidar tan significativos como los de Juan Escoto Erígena y, sobre todo, San Anselmo a los que se consideran los verdaderos pilares de las innovaciones del pensamiento medieval.

Otro aspecto en el que se destaca su actividad es en la lírica considerándole uno de los grandes trovadores de la época, a lo que ayudó sin duda el episodio de sus amores con Eloísa.

Al parecer era un gran poeta lírico y un excelente músico, de esta forma sus composiciones se hicieron famosas y populares; son canciones de tema amoroso aunque algunas de ellas fueran escritas mucho antes de su relación con Eloísa.

Se cuenta que componía letra y música con el fin de que las pasiones que las animaban se comunicasen por dos sentidos: la vista, al leerlo, y el oído, al escucharlo.
Al decir de algunos, pronto se convirtieron en el entretenimiento de los literatos, las delicias de las mujeres o el idioma secreto de los amantes.

Se le consideraba un conquistador de corazones femeninos, sería como el Don Juan de su época.

PEDRO ABELARDO había nacido en el año 1079, en el seno de una familia noble de la Bretaña menor. Su padre, Berenguer, controlaba la zona y sus posesiones desde su castillo feudal en la ciudad de Le Pallet, próxima a Nantes y, como todos los señores de la época, ejercía el oficio de las armas aunque había recibido cierta educación en su juventud y decidió no privar de ella a sus hijos.

Pedro, el primogénito, seducido por las Letras y el estudio cedió sus derechos de progenitura sobre tierras y vasallos a su hermano menor y dedicó su vida al aprendizaje y posterior enseñanza de la Filosofía y de la Teología, única profesión liberal de la época.

Se apasionó por el estudio, renunció a las glorias militares (aunque era muy diestro en la esgrima) y se entregó a la dialéctica, el arte de la guerra intelectual, que seducían mucho más que los combates de las armas.

Mientras los trovadores pugnaban por triunfar en los castillos, con sus canciones y su música, los filósofos acudían a las Escuelas para dominar la Dialéctica, el arte de vencer con la palabra a sus oponentes.

Pasando así a convertirse en Pedro Abelardo (en realidad, él se llamaba sólo “Pedro”) lo de “Abelardo” proviene de la palabra “Habelardus” (abeja francesa), en recuerdo y como diferencia de otro escritor de la Antigüedad llamado “Abeja Ática”, y que fue el que unió al estudio de  San Agustín y de otros Padres de la Iglesia a algunos de clásicos como Cicerón.


Anheloso del saber, frecuentó escuelas y después de dominar el Trivium y el Quadrivium, y con veintiún años se dirigió a París donde se encontraban las más famosas escuelas de la época. 

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