sábado, 29 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (6) SU CONCEPCIÓN DEL AMOR (1)




Abelardo concebía una doctrina del amor puro de Dios.
Hay que amar a Dios porque es Dios y no para obtener nada de Él, llegando hasta la renuncia a las bienaventuranzas que Él nos ha prometido.

Pero esta descripción del amor desinteresado que propone el Abelardo teólogo es la misma que Eloísa le había reprochado amargamente no haber entendido en los tiempos que él pretendía amarla.

Es decir, no se ha de amar a Dios como Abelardo había amado a Eloísa en los tiempos que él pretendía amarla, sino como Eloísa amaba a Abelardo, hasta aceptar perderse a sí misma por amor, en el sentido de la obediencia de Eloísa a Abelardo.

Abelardo siempre fue un adelantado y novedoso, como cuando se atrevió a afirmar, nada menos que en el siglo XII, que la moral no dependía tanto de la importancia de los pecados como de la intención del pecador, negando la existencia de un orden moral objetivo.

El mérito y el demérito de las acciones dependen únicamente de la intención con que se hacen, adelantándose a Lutero.

Como varón completo, sentía la necesidad de una presencia femenina en su vida, de amar y de ser amado, pero con una vida  tan repleta de actividad intelectual, teniendo que dedicar tantas horas al estudio y a la reflexión, no habría lugar ni tiempo para formar una familia al estilo tradicional, la pareja, los hijos (que, entonces, eran numerosos, tener que mantenerlos y dedicarle tiempo a su educación…)
La vida familiar requería un tiempo y unas energías que él necesitaba para dedicar a su trabajo y que, también, comportaba tener que viajar a menudo con largas estancias fuera del hogar.

Pero no se resignó a no disfrutar del amor por el amor mismo, sin otra finalidad.
Y se puso a buscar en su entorno a ver qué mujer podría entender y aceptar un amor de este calibre, lo que es la esencia del “amor cortés”

Tenía, entonces, 36 ó 37 años cuando hizo esta decisión y fue cuando conoció a Eloísa, de sólo 17 años.

Y este amor que surgió entre profesor y alumna, entre alumna y profesor, que empezó casi por pura conveniencia, muy pronto se convirtió en una hoguera, a pesar o con atracciones intelectuales, con amor a la verdad, con espiritualidad,…

A Abelardo, descubrir el amor de verdad, le trastocó profundamente, se entregó con tanta pasión a Eloísa y a esta relación que, prácticamente, no hacía más que vivirla, y sus alumnos se daban cuenta de que no era como antes.

Vivir el amor de noche y dar clases durante le día no le dejaba tiempo para el estudio y la reflexión.

“Con el pretexto del estudio nos entregábamos completamente al amor; y la dedicación a la lección nos ofrecía el retiro más secreto que el amor deseaba.
Una vez abiertos los libros, proferíamos más palabras de amor que de estudio, había más besos que tesis, las manos se dirigían a los pechos más que a los libros….y como éramos inexpertos, estos goces nos eran tan nuevos y los disfrutábamos tan ardientemente que nunca sentíamos hastío… En la lección era negligente y desganado, todo lo emprendía empujado por la rutina, y no por mi talento, no hacía más que repetir cosas antiguas, y si componía algo nuevo eran poemas amorosos, no alguna aportación importante a la filosofía…..Todos se daban cuenta de lo que pasaba, menos el que más amenazado estaba de perder el honor, el tío de la joven…..así que cuando se enteró….Ninguno de nosotros dos se quejaba de los propios infortunios, sino de los del otro”

Eloísa percibe al verdadero Dios como el Dios de la Vida y el Dios del Amor, y cree que es ese mismo Dios quien le está diciendo que disfrute con la máxima plenitud del amor y de la vida, que implican el cuerpo, el alma, el corazón, el ser entero y no hacerlo así lo vería como un pecado.
Nada que ver con el Dios de los Padres de la Iglesia y su concepción estoica y gnóstica de la sexualidad y del amor.

Eloísa es como Flora Emilia cuando, en carta dirigida a Agustín le dice: “En el Dios que tú me presentas no creo”

Cuando la gente considera a Eloísa una desvergonzada y que ha echado por tierra su honor, le contesta a Abelardo, en carta, que “eso no me preocupa mientras no perjudique tu fama científica”.
A lo que Abelardo, también en carta, le contesta: “Déjales. No les hagas caso. Les consume la envidia que me tienen, ahora aumentada por un motivo nuevo. Son como lechos de un río sin agua, y les corroe ver cómo yo me baño en tu correntío”.

Ahora sabe lo que es amar y entregarse a una persona concreta una mujer y ser amado por ella.
Conocer el amor en primera persona, que es cuando entra el amor en la vida en vivo y en directo, un amor personal, no abstracto ni vago.

Nadie puede amar a todo el mundo, el corazón humano es limitado y puede amar, y ama de verdad, cuando lo hace concretamente.

En carta a una íntima amiga le comunica que está embarazada y que pronto se notará su vientre crecer y que, por ella, iría cantando por las montañas, como María, la madre de Jesús exultante de alegría.

Y, ante la típica pregunta de la amiga, le responde que Abelardo sí quiere casarse pero que ella lo ha convencido para no casarse porque “hacerlo sería deshacer su vida, tendría que renunciar a la gloria que le espera y yo no podría soportar que por mi culpa…él está dispuesto, pero yo no quiero ser la causa de su desdicha. Él es un tesoro que pertenece al mundo entero…lo califica como el pensador más eminente de hoy día, el Aristóteles del siglo, el ídolo de los estudiantes, y si se casara…”espero que, al final, me saldré con la mía”

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