Abelardo concebía una doctrina del
amor puro de Dios.
Hay que amar a Dios porque es
Dios y no para obtener nada de Él, llegando hasta la renuncia a las
bienaventuranzas que Él nos ha prometido.
Pero esta descripción del
amor desinteresado que propone el Abelardo teólogo es la misma que Eloísa le
había reprochado amargamente no haber entendido en los tiempos que él pretendía
amarla.
Es decir, no se ha de amar a
Dios como Abelardo había amado a Eloísa en los tiempos que él pretendía amarla,
sino como Eloísa amaba a Abelardo, hasta aceptar perderse a sí misma por amor,
en el sentido de la obediencia de Eloísa a Abelardo.
Abelardo siempre fue un
adelantado y novedoso, como cuando se atrevió a afirmar, nada menos que en el
siglo XII, que la moral no dependía tanto de la importancia de los pecados como
de la intención del pecador, negando la existencia de un orden moral objetivo.
El mérito y el demérito de
las acciones dependen únicamente de la intención con que se hacen,
adelantándose a Lutero.
Como varón completo, sentía
la necesidad de una presencia femenina en su vida, de amar y de ser amado, pero
con una vida tan repleta de actividad
intelectual, teniendo que dedicar tantas horas al estudio y a la reflexión, no
habría lugar ni tiempo para formar una familia al estilo tradicional, la
pareja, los hijos (que, entonces, eran numerosos, tener que mantenerlos y
dedicarle tiempo a su educación…)
La vida familiar requería un
tiempo y unas energías que él necesitaba para dedicar a su trabajo y que,
también, comportaba tener que viajar a menudo con largas estancias fuera del
hogar.
Pero no se resignó a no
disfrutar del amor por el amor mismo, sin otra finalidad.
Y se puso a buscar en su
entorno a ver qué mujer podría entender y aceptar un amor de este calibre, lo
que es la esencia del “amor cortés”
Tenía, entonces, 36 ó 37 años
cuando hizo esta decisión y fue cuando conoció a Eloísa, de sólo 17 años.
Y este amor que surgió entre
profesor y alumna, entre alumna y profesor, que empezó casi por pura
conveniencia, muy pronto se convirtió en una hoguera, a pesar o con atracciones
intelectuales, con amor a la verdad, con espiritualidad,…
A Abelardo, descubrir el amor
de verdad, le trastocó profundamente, se entregó con tanta pasión a Eloísa y a
esta relación que, prácticamente, no hacía más que vivirla, y sus alumnos se
daban cuenta de que no era como antes.
Vivir el amor de noche y dar
clases durante le día no le dejaba tiempo para el estudio y la reflexión.
“Con el pretexto del estudio
nos entregábamos completamente al amor; y la dedicación a la lección nos
ofrecía el retiro más secreto que el amor deseaba.
Una vez abiertos los libros,
proferíamos más palabras de amor que de estudio, había más besos que tesis, las
manos se dirigían a los pechos más que a los libros….y como éramos inexpertos,
estos goces nos eran tan nuevos y los disfrutábamos tan ardientemente que nunca
sentíamos hastío… En la lección era negligente y desganado, todo lo emprendía
empujado por la rutina, y no por mi talento, no hacía más que repetir cosas
antiguas, y si componía algo nuevo eran poemas amorosos, no alguna aportación
importante a la filosofía…..Todos se daban cuenta de lo que pasaba, menos el
que más amenazado estaba de perder el honor, el tío de la joven…..así que
cuando se enteró….Ninguno de nosotros dos se quejaba de los propios
infortunios, sino de los del otro”
Eloísa percibe al verdadero
Dios como el Dios de la Vida
y el Dios del Amor, y cree que es ese mismo Dios quien le está diciendo que
disfrute con la máxima plenitud del amor y de la vida, que implican el cuerpo,
el alma, el corazón, el ser entero y no hacerlo así lo vería como un pecado.
Nada que ver con el Dios de
los Padres de la Iglesia
y su concepción estoica y gnóstica de la sexualidad y del amor.
Eloísa es como Flora Emilia
cuando, en carta dirigida a Agustín le dice: “En el Dios que tú me presentas no
creo”
Cuando la gente considera a
Eloísa una desvergonzada y que ha echado por tierra su honor, le contesta a
Abelardo, en carta, que “eso no me preocupa mientras no perjudique tu fama
científica”.
A lo que Abelardo, también en
carta, le contesta: “Déjales. No les hagas caso. Les consume la envidia que me
tienen, ahora aumentada por un motivo nuevo. Son como lechos de un río sin
agua, y les corroe ver cómo yo me baño en tu correntío”.
Ahora sabe lo que es amar y
entregarse a una persona concreta una mujer y ser amado por ella.
Conocer el amor en primera
persona, que es cuando entra el amor en la vida en vivo y en directo, un amor
personal, no abstracto ni vago.
Nadie puede amar a todo el
mundo, el corazón humano es limitado y puede amar, y ama de verdad, cuando lo
hace concretamente.
En carta a una íntima amiga
le comunica que está embarazada y que pronto se notará su vientre crecer y que,
por ella, iría cantando por las montañas, como María, la madre de Jesús
exultante de alegría.
Y, ante la típica pregunta de
la amiga, le responde que Abelardo sí quiere casarse pero que ella lo ha
convencido para no casarse porque “hacerlo sería deshacer su vida, tendría que
renunciar a la gloria que le espera y yo no podría soportar que por mi culpa…él
está dispuesto, pero yo no quiero ser la causa de su desdicha. Él es un tesoro
que pertenece al mundo entero…lo califica como el pensador más eminente de hoy
día, el Aristóteles del siglo, el ídolo de los estudiantes, y si se
casara…”espero que, al final, me saldré con la mía”
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