Las noticias sobre el niño
son confusas, algunos indican que murió a edad temprana, aunque otros afirman
que se hizo mayor profesando como religioso y llegando a ser abad del convento
suizo de Hauterive.
El rapto de Eloísa colmó el
vaso y Fulberto enloqueció, no teniendo pábulo su dolor ni sus ansías de
venganza.
El filósofo comprendió que
debía hacer algo para paliarlo y como reparación se ofreció a contraer
matrimonio con Eloísa, aunque manifestó su deseo de que se mantuviera en
secreto ya que pensaba que podía perjudicarle profesionalmente.
Contrariamente con lo que se
supone debería pensar cualquier mujer en su sano juicio, Eloísa no era
partidaria de este matrimonio y al parecer así se lo expresó a su tío y a su
amante y futuro esposo dando, con ello, pruebas de una heterodoxia impropia de
una mujer (el texto de Abelardo reproduce el discurso en el que Eloísa exponía
las razones que le llevaban a mantener esa postura).
Eloísa en su planteamiento
deja claras varias cuestiones y su gran juicio, junto a su esmerada educación, le permiten elaborar un discurso organizado y lógico en el que introduce citas,
teorías y referencias de personajes destacados en todas la ramas del saber
desde la Antigüedad
clásica que permiten apreciar el dominio que Eloísa tenía de sus obras y
teorías.
Plantea desde el principio, y
el tiempo demostrará que tiene razón en este juicio, que Fulberto, su tío, no
va a ver calmada su sed de venganza con el mero hecho de que Abelardo se case
con ella, por lo que su matrimonio no va a solucionar su situación.
Por otro lado conoce también
que su matrimonio perjudicaría profesionalmente a Abelardo y tampoco quiere que
esto suceda, no quiere de ninguna manera ser un estorbo en la vida de Abelardo,
no quiere privarle de la gloria, ya que ve a su amado como una mente
privilegiada capaz de convertirse en el gran pensador de su tiempo.
No quería deshonrarle y ser
una carga para él.
Cita los consejos que sobre
el matrimonio da San Pablo en su primera Epístola a los Corintios: “Estás libre
de mujer... no quieras casarte... […] Quiero que todos vosotros estéis sin
preocupaciones”. Así pues San Pablo también consideraba que las mujeres
perturbaban la tranquilidad de los maridos y eran una carga para ellos.
La opinión contraria al
matrimonio no era exclusiva de San Pablo, pues desde la Antigüedad sabios y
filósofos habían dado su opinión en este sentido, como Teofrasto, peripatético
y sucesor de Aristóteles al frente del Liceo opinaba que ningún sabio debía
contraer matrimonio ya que éste creaba intolerantes molestias y continuas
inquietudes.
El propio Cicerón repudió a
Terencia y no quiso volver a casarse ya que no podía ocuparse al mismo tiempo
de la esposa y de la filosofía.
El argumento de Eloísa es que
la vida de casado es una vida prosaica y los deberes que exige le impedirían
dedicarse a lo que realmente le interesaba, la filosofía.
Se pregunta si podría
soportarlo y soportarla y recuerda a Séneca cuando escribe a Lucilo
diciéndole: “No sólo cuando sobra el tiempo hay que dedicarse a la
filosofía, sino que hay que desperdiciarlo todo para poder acostumbrarse a esto
para lo cual ningún tiempo es demasiado grande.”
El mismo San Agustín (nada
menos que San Agustín, al que hemos visto en entradas anteriores), en su
obra La ciudad de Dios, recordaba cómo Pitágoras, fundador de la escuela
itálica contestaba al ser preguntado por su profesión: “Filósofo, es decir
amante de la sabiduría”.
Y apela a su condición de
clérigo, indicando cómo los monjes habían asumido, en su época, la función de
los filósofos; viviendo una vida retirada y admirable dedicada al estudio.
Eloísa añade, a todas estas
razones, algunas que la conciernen directamente: piensa que para ella es
peligroso regresar a París, y creía más decoroso para ella ser llamada amiga que
esposa, ya que el lazo matrimonial la impediría discernir si Abelardo estaba
junto ella más por un deber de esposo que por un amor de amante.
Una vida en común, como
matrimonio, podría acabar con su amor que, sin embargo, se mantendría vivo si
los encuentros eran, se hacían, a intervalos. haciendo sus gozos más henchidos
y agradables.
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