Asistió, de las tres escuelas
medievales (palatina, catedralicia y episcopal) a ésta última, a la escuela
episcopal donde, en el claustro de Notre Dame, Guillermo de Champeaux impartía
sus enseñanzas basadas en las teorías realistas de San Anselmo, distinguiéndose
por la sutileza de su discurso y su elocuencia.
Pronto él mismo impartiría
enseñanzas y a partir de 1102 lo hizo en Melum y Corbeil, adquiriendo
gran fama pese a los enfrentamientos que tuvo con algunos de sus maestros.
En 1113 le encontramos
nuevamente en París enseñando la lógica peripatética (aristotélica), y
planteaba doctrinas contrarias a las de sus antiguos maestros, el realista
Guillermo de Champeaux, y el nominalista Roscelino, en cuestiones capitales de la Escolástica como la
cuestión de “Los Universales”.
También disintió de las
enseñanzas de Anselmo de Laón.
En 1118 conoció a ELOÍSA
cuando ella sólo contaba 17 años.
Abelardo era un varón bello y
bien plantado, de estilo trovadoresco, que componía poesías y canciones, que las
musicaba y cantaba, encandilando a las mujeres.
Poco o nada sabemos de la
familia de Eloísa, únicamente un nombre sin apellido ha llegado hasta nosotros,
por lo que desconocemos su origen.
Las crónicas dicen que nació
en París y también que recibió una primera educación en el convento de Argenteuil,
lo que permite intuir un cierto nivel económico familiar.
Allí recibiría, sin duda, una
formación adecuada a su sexo y al papel que debía asumir, como cualquier mujer
decente de la época: el de esposa y madre; aunque, al parecer, ella supo
aprovechar bien el tiempo y las ocasiones, dedicándose con ardor al estudio, lo
que la permitió adquirir la formación intelectual que le dio tanta fama como su
singular belleza; siendo conocida en todo el reino por su talento e instrucción.
Al parecer era una joven de
elevada estatura, con la cabeza muy bien amueblada intelectualmente y muy
hermosa, con “la sonrisa del talento y la ternura del alma.”
Los historiadores de la época
y el propio Abelardo dicen que en ella cautivaban sus ojos: “no tanto por
su belleza, sino por su gracia, esa fisonomía del corazón que atrae y obliga a
amar porque ella ama. Belleza suprema muy superior a la belleza que solo obliga
a admirar”.
En 1118 Eloísa se encontraba
en París bajo la tutela de su tío, el canónigo Fulberto; los expertos mencionan
la posibilidad de que incluso pudiera tratarse de su padre quien, conocedor de
sus grandes dotes intelectuales y su inclinación al estudio, consiguió para
ella el mejor de los maestros posibles: Pedro Abelardo.
La obra escrita por el
filósofo en 1135: “Historia Calamitatum o Epístola prima” es, en
realidad, una especie de autobiografía, ya que en ella Abelardo mismo relata la
historia de sus desventuras, en un intento de minimizar las desdichas de un
amigo que se quejaba de las propias; lo que nos sirve para conocer los hechos
de primera mano.
Recuerda que, tras una
estancia en su Bretaña natal, hacia 1118, regresó a París buscando retomar las
enseñanzas de Guillermo de Champeaux, su primer maestro; y que fue entonces
cuando conoció la fama que rodeaba a Eloísa, joven maravillosa y conocida en
todo el reino por su talento e instrucción y que estaba al cuidado de su tío el
canónigo Fulberto, quién sentía inmenso amor por ella y que, conocedor de sus
dotes, le había permitido progresar en todas las ramas del saber.
Nos habla de ella como de una
niña que no estaba mal físicamente, pero sobre todo de la gracia que a esto
añadía su dominio en las ciencias literarias, don imponderable
y extremadamente raro en una mujer.
Manifiesta claramente sus
lascivas intenciones de seducción hacia ella, así como las artimañas de las que
se sirvió para llevar a cabo sus planes. Deja claro, también, que en ese
momento de su vida se encontraba dominado por la lujuria y la soberbia, y que
la gracia divina finalmente le curó de ambas: de la primera al privarle de
aquello con lo que la practicaba y de la segunda con la humillación sufrida por
la cremación del libro en el que ponía su gloria.
Conocedor de las debilidades
de Fulberto, (la avaricia y su sobrina), urdió una trama para conseguir llegar
hasta ella y enamorarla.
Se sabía famoso y atractivo
para las mujeres por lo que no albergaba temor al rechazo.
Su primer paso fue acomodarse
en la casa de Fulberto, como huésped, objetando cercanía a su cátedra y
ofreciendo por ello una buena suma que excitara la avaricia del canónigo.
Primer objetivo cumplido.
Su otra debilidad casi
no tuvo que despertarla pues no encontró dificultades en convencer al canónigo
de la necesidad de profundizar en la esmerada educación de la joven; y su
asombro no tuvo límites cuando Fulberto, sin dar muestra de ninguna sospecha,
le permitió ejercer sobre ella su magisterio y siempre que fuera necesario, y
una vez terminada su tarea escolar, tanto de día como de noche tendría total
autoridad para reprenderla si la encontraba negligente.
De esta manera consiguió
mantener un trato más familiar con Eloísa que propiciara sus conversaciones y
facilitara su intimidad; de esta forma pronto los libros pasaron a un segundo
plano y practicaron la ciencia del amor; los besos comenzaron a ser más
frecuentes que las sentencias y pronto las manos del filósofo andaban más cerca
de los senos de la joven que de los libros.
Para describir qué pasó,
Pedro Abelardo declara que, primero convivieron bajo un mismo techo, para
llegar después a convivir bajo una sola alma y parece que ningún grado del amor
fue ajeno a los amantes y, como eran novatos, en ellos se esforzaban en
practicar esos goces.
Realmente no conocemos las
verdaderas intenciones de Abelardo pero, a juzgar por sus palabras, la realidad
es que acabó enamorado de ella.
Además, este hecho le causó
ciertos problemas ya que, al parecer y según cuenta, su amor por Eloísa le
absorbía tanto que le hacía desatender sus ocupaciones, en las clases, le
costaba concentrarse y sus alumnos lo notaban.
Su mente estaba más con su
amada que en sus enseñanzas.
Poco después Fulberto, que
tuvo más que alguna insinuación al respecto, se enteró de sus relaciones y los
amantes tuvieron que separarse estrechándose, sin embargo, aún más sus
corazones.
Pronto conocieron que sus
amores iban a dar su fruto, y Pedro Abelardo raptó a Eloísa llevándola a
Bretaña, a casa de su hermana, donde nació Astrolabio, su retoño.
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