sábado, 8 de julio de 2017

SAN AGUSTIN: CARTA DE FLORIA EMILIA A AURELIO AGUSTÍN (1 A)



FLORIA EMILIA SALUDA A AURELIO AGUSTÍN, OBISPO DE HIPONA.


Me resulta curioso el saludarte con estos términos. Hace tiempo habría escrito sencillamente «a mi pequeño y divertido Aurelio». Pero han pasado más de diez años desde que por última vez me estrechaste entre tus brazos; mucho ha cambiado todo desde entonces.

Te escribo porque el sacerdote de Cartago me ha dado a leer tus Confesiones.
Él piensa que tus libros pueden resultar edificantes para una mujer como yo.
Durante muchos años he pertenecido a esta iglesia en calidad de catecúmena, pero no quiero recibir el bautismo, Aurelio. No me lo impide el Nazareno, tampoco los cuatro evangelios, pero no quiero ser bautizada.

Bien sabes que nuestra unión fue algo más que un común y fugaz concubinato, tan propio del hombre antes del matrimonio.
Convivimos en fidelidad durante más de doce años y también nació nuestro hijo.

No pocas veces la gente con la que nos topábamos nos tomaba por marido y mujer según la ley. A ti te gustaba, pues pienso que te hacía sentir orgulloso, aunque hay muchos maridos que se avergüenzan de sus mujeres.

Es cierto que hice la promesa de no conocer a otro hombre, pero no se la hice a Dios. ¿Acaso no me pediste que te hiciera esa promesa a ti? Estoy segura de ello, porque fue mi único consuelo en el camino de regreso desde Milán. Todavía sentías algo, aunque fuera poco, por mí.
Pensé que tal vez MÓNICA recapacitaría y podríamos volver a estar juntos, pues no se pide fidelidad a alguien a quien se rechaza por odio o por ira.

Los dos sabemos que no fui apartada de tu lado únicamente porque MÓNICA hubiera encontrado la muchacha adecuada, aunque ésa fuese la razón de MÓNICA, pues ella pensaba en el futuro de la familia. O quizá tuvo celos de mí. Me lo he preguntado muchas veces. Nunca olvidaré aquella primavera cuando llegó a Milán decidida a interponerse entre nosotros.

Entre los dos me apartasteis de tu camino, pero tu razón principal para hacerlo no fue ese matrimonio planeado, al menos existía también otra razón.
Me repudiabas “porque me amabas demasiado” - dijiste.
Lo natural es permanecer junto al ser querido, pero tú no lo hiciste porque habías comenzado ya a sentir desprecio por el amor carnal entre un hombre y una mujer.
Pensabas que yo te ataba al mundo de los sentidos y que no tenías paz ni tranquilidad para concentrarte en la salvación de tu alma.
Así, y todo, tampoco se llevó a cabo tu matrimonio.

Que “Dios prefiere que el hombre viva en celibato” - escribes.
Yo no tengo ninguna fe en un Dios así.

¡Qué infidelidad, Aurelio! ¡Qué gran traición cometiste al repudiarme!

La causa era que amabas más la salvación de tu alma que a mí.

¿No se ve agravado el adulterio cuando se abandona a la amada para salvar el alma?
Sería más fácil a una mujer que un hombre la abandonara para casarse con otra o bien por haber preferido otra amante. Pero no había otras mujeres en tu vida, simplemente amabas más la salvación de tu propia alma que a mí.

Ese matrimonio no era más que una obligación filial ante tu madre. Pero ni siquiera te casaste

Y luego el hijo; ante Dios tú eras el padre carnal de Adeodato, pero yo era su madre.
Yo lo llevé en mi vientre, yo lo amamanté porque no teníamos ama.
¿Y escribes que “yo dejé que se quedara contigo”?. Ninguna madre hace algo así por voluntad, ninguna abandona a su único hijo sin que le produzca el más profundo de los dolores.
Pero sin ti a mi lado yo nada podía ya exigir; como sabes yo no tenía ninguna fortuna.


¿No fue por esto por lo que MÓNICA anhelaba saberte casado con alguien de posición elevada?

No hay comentarios:

Publicar un comentario