EL ANTICRISTO.
El Anticristo está escrito
con rabia, con dolor, con angustia, pero también contiene un análisis de
aquello que ha constituido la razón de ser Occidental, el eje fundamental, el sentido de civilización a lo largo de los
dos últimos siglos.
Son muchos los textos, los
lugares, en que aparecen el insulto, el escarnio, la mofa,…a los sacerdotes,
pero es en el “Crepúsculo de los ídolos” donde encontramos, quizá, el texto más
duro.
“Se acerca el tiempo –lo prometo-
en que el sacerdote será considerado como el hombre más bajo, como nuestro
chandala (paria), como la especie más mendaz, más indecorosa de hombre…”
Es sabido que su “Zaratustra”
es el libro clave de su pensamiento, pero en su Anticristo afirma: “este libro
pertenece a los menos. Tal vez no viva todavía ninguno de ellos. Serán, sin
duda, los que comprendan mi Zaratustra”
Parece que excluye lectores,
pretende ser leído por pocos, comprendido por menos, igualado por hiperbóreos
(región nórdica, muy septentrional, perteneciente o relativo al pueblo habitante de cierta región donde se vive sin esfuerzo de los productos de la tierra).
“Nosotros hemos descubierto
la felicidad, nosotros sabemos el camino, nosotros encontramos la salida de
milenios enteros de laberinto”
Y, si esto es verdad,
entonces todo el conocimiento anterior es vano, toda la historia es inútil,
todas las interpretaciones de la realidad están viciadas, y lo están
simplemente por ser morales. Están viciadas todas las ideas que provienen del
suelo cristiano.
“Hoy que hemos ingresado en
el movimiento opuesto a aquel, hoy que, sobre todo nosotros, los inmoralistas,
intentamos con todas nuestras fuerzas expulsar de nuevo del mundo el concepto
de culpa y el concepto de castigo…no hay, a nuestros ojos, adversarios más
radicales que los teólogos, los cuales, con el concepto de “orden moral del
mundo” continúan infectando la inocencia del devenir por medio del “castigo” y
la “culpa”,
El Cristianismo es una
metafísica del verdugo”
Si sólo nosotros somos
capaces de salir del laberinto, todos los modernos, incluso los contemporáneos,
que no son hiperbóreos, han estado y están perdidos, todo el espíritu europeo
se ha hundido en una de sus peores crisis y lo único que queda es aprender, o
seguir a esos pocos hiperbóreos, o al menos, escuchar sus propuestas.
El hombre moderno,
racionalista él, está perdido y él se siente fuera de la modernidad y de las
ideas modernas, de las que se avergüenza.
De los contemporáneos sólo
salva o rescata a Schopenhauer: “el último alemán que merece ser tenido en
cuenta”.
Hace una crítica agresiva al
judaísmo como creador y divulgador de una religión basada en el odio y en el
resentimiento contra la vida, por entronizar una visión de las cosas
fundamentada en el desprecio por lo terrenal y sensual.
Una religión que ha colocado
en la cúspide del poder al sacerdote y, a través de él, ha logrado sacar
partido de todo lo débil y parasitario elevando el chandala (el paria) a
categoría de “hijo de Dios” y poniendo al mundo entero a adorar a seres
imaginarios, a figuras imaginarias, causas imaginarias, destruyendo todo
sentido de realidad y haciendo del mundo un manicomio durante siglos. Manicomio
que encuentra en la Iglesia
uno de sus pilares básicos.
“Ni la moral ni la religión
tienen contacto, en el cristianismo, con punto alguno de la realidad. Causas
puramente imaginarias (“Dios”, “alma”, “yo”, “espíritu”, la “voluntad libre”,
la “voluntad no libre”; efectos puramente imaginarios (“pecado”, “redención”,
“gracia”, “castigo”, “remisión de los pecados”). Un trato entre seres
imaginarios (“Dios”, “espíritus”, “almas”); una ciencia natural imaginaria
(antropocéntrica; completa ausencia del concepto “causas naturales”); una
psicología imaginaria (puros malentendidos acerca de sí mismo, interpretaciones
de sentimientos generales, agradables o desagradables, de los estados del
“nervus sympathicus”, por ejemplo con la ayuda del lenguaje de signos de una
idiosincrasia religioso-moral (“arrepentimiento”, “remordimiento de
conciencia”, “tentación del demonio”, “cercanía de Dios”); una teología
imaginaria (“el reino de Dios”, “el juicio final”, “la vida eterna”). Este puro
mundo de ficción se diferencia, con gran desventaja suya, del mundo de los
sueños, por el hecho de que este último refleja la realidad, mientras que aquel
falsea, desvaloriza, niega la realidad.
Una vez inventado el concepto
“naturaleza” como anticoncepto de “Dios”, la palabra para decir “reprobable”
tuvo que ser natural.
Todo aquel mundo de ficción
tiene su raíz en el odio a lo natural -¡la realidad¡- es expresión de un
profundo descontento con lo real”
El envenenamiento de la
humanidad a costa de estos falsarios ha llevado a Occidente a lo que ahora es:
un sitio de perdición donde no se encuentran seres ni lugares sanos. Allá donde
ha llegado esta religión todo ha sido envenenado y arrasado.
De los judíos viene todo el
mal, y contra el judeo-cristianismo es la cruzada que Nietzsche emprende,
cruzada que parece tener características evangélicas.
Con un discurso duro, hiriente,
destructivo, iconoclasta.
“Cuando se coloca el centro
de gravedad de la vida no en la vida sino en el más allá –en la nada- , se le
ha quitado a la vida como tal el centro de gravedad.
La gran mentira de la
inmortalidad personal destruye toda razón, toda naturaleza existente en el
instinto; a partir de ahora todo lo que en los instintos es beneficioso,
favorecedor a la vida, garantizador del futuro, suscita desconfianza.
Vivir de tal modo que ya no
tenga sentido vivir, eso es en lo que ahora se convierte el “sentido de la
vida”.
Como si vivir fuera
desvivirse en esta vida para que, tras morir, resucitar a una vida imaginaria,
eterna, perfecta,…
Sólo puede decirse SÍ a la vida no poniéndola fuera de sí misma.
Quizá la culpa de todo ha
provenido de aquel rabino, sacerdote judío por antonomasia que lleva a cabo la
gran falsificación evangélica y que ha durado, ya, 2.000 años.
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