1.- DE LA MARGINACIÓN A LA DISIDENCIA.
El
conflicto suscitado por las mujeres en la vida interna de la Iglesia y en sus
relaciones con la sociedad no amainó a lo largo de siglos I-III.
La
patriarcalización de la vida eclesial no se realizó sin oposición y tuvo que
imponerse a una que reconocía el protagonismo y liderazgo de las mujeres.
Alguna
de las acusaciones que se le hacía al cristianismo es, precisamente, que
corrompía a las mujeres.
El
conflicto es especialmente virulento no tanto en Roma como en Asia Menor, donde
el papel de la mujer es muy activo.
Precisamente
de Asia Menor proceden las Pastorales que combaten reiteradamente las
“doctrinas extrañas” (“dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de
los demonios, embaucadores, hipócritas,…que prohíben las bodas y se abstienen
de alimentos creados por Dios….), que tienen gran aceptación entre las mujeres
y que, quizá, son propagadas por ellas mismas.
El
no casarse era visto como la liberación de la sumisión patriarcal. También se
las llama a esta “doctrinas extrañas”, “fábulas profanas y cuentos de viejas”
(4, 7), lo que quiere decir que esas
doctrinas habían calado y estaban calando entre las mujeres.
Además,
si las Pastorales prohíben con tanta fuerza a las mujeres enseñar es porque lo
hacían, y esto molestaba.
Las
Pastorales reivindican la autoridad de Pablo para combatir estas doctrinas,
pero también estas “doctrinas extrañas” reclaman el nombre de Pablo.
Como
ya hemos visto, y hemos insistido bastante, el pensamiento de Pablo es ambiguo,
e interpretaciones opuestas reivindicaron su nombre y su autoridad.
Lo
que ha sucedido es que la tradición deuteropaulina es la más androcéntrica y
acomodaticia al sistema político vigente y al sistema familiar tanto judío como
romano del paterfamilias.
Prevaleció
y fue canonizada.
El patriarcado,
pues se impuso y esto es lo que, definitivamente, ha determinado la comprensión
posterior de Pablo, que ha sido leído según las Pastorales.
El falso
Pablo se impone como el auténtico Pablo.
Probablemente
es en el mismo círculo en que se escriben las Pastorales en el que se
introducen los versículos de I Corint 15, 33-35 en que, al hablar todo el
capítulo sobre los muertos y la resurrección, se dice: “no os engañéis. Las
conversaciones malas estragan las buenas costumbres. Desembriagaos, como es
justo, y no pequéis, porque algunos viven en la ignorancia de Dios. Para
vuestra confusión os lo digo”, que coincide con I Timoteo 2, 15-17 “no ocuparte
de disputas vanas, que para nada sirven, si no es para perdición de los
oyentes,……debes distribuir rectamente la palabra de la verdad. Evita las
profanas y vanas parlerías que conducen a una mayor impiedad, y su palabra
cunde como gangrena”, pero que son opuestos al pensamiento paulino auténtico)
para llevar al Apóstol a su campo e impedir que sus adversarios puedan recurrir
a él.
Hay
un escrito muy interesante, Los Hechos de Pablo y Tecla, un apócrifo del II, y
procedente del Asia Menor, que es un exponente de la tradición paulina
emancipadora de la mujer.
Pues
bien, las doctrinas combatidas en las Pastorales son las defendidas en estos
Hechos apócrifos, que también pretenden basarse en la autoridad de Pablo.
Una
mujer, Tecla, después de escuchar a Pablo, decide no casarse, lo que es
considerado un delito, y por dos veces la condenan a muerte; los hombres gritan
contra Pablo: “Ha corrompido a todas nuestras mujeres”.
Tecla,
que es enviada a predicar por Pablo, suscita un enorme entusiasmo entre las
mujeres, y muchas se convierten.
Y es
significativo que esta obra fuese tenida en mucha consideración, e incluso
reconocida como canónica, en varias iglesias.
El influjo
de esta obra es tal que hace decir a ese “enorme, descomunal creyente o
crédulo” Tertuliano cuando cuenta que hay quienes reivindican la autoridad de
Tecla para reconocer a las mujeres el poder de enseñar y de bautizar.
Pero
iban a ser, sobre todo, grupos considerados heréticos los que seguirían
utilizando los Hechos de Pablo y Tecla.
Y es
que, a medida que la mujer fue quedando marginada en la Gran Iglesia , su
papel y protagonismo aparece en grupos cristianos disidentes.
Así,
por ejemplo, Marción permitía a las mujeres administrar el bautismo y realizar
funciones oficiales.
O
Montano, que promueve un movimiento espiritual y profético, acompañado de dos
mujeres, Maximila y Priscila, en el que también otras mujeres desempeñaron un
papel eminente.
Y,
tanto unos como los otros, tanto las marcionistas como los montanistas
pretenden basarse en la
Teología de Pablo.
El
autor del Apocalipsis, se enfrenta con una profetisa de Tiatira, a la que, en
plan despectivo o denigratorio, llama “Jezabel” y cuyo influjo es superior al
suyo y no puede contrarrestar.
Y
también es significativo que, más tarde, esta ciudad de Tiatira se convirtiese,
precisamente, al montanismo.
También
entre los gnósticos tuvieron un gran papel las mujeres.
Marcos,
de la escuela de Valentín, tiene sobre todo mujeres entre sus seguidores y les
permitía celebrar la eucaristía.
O
Frimiliano, obispo de Cesarea, en Capadocia (siglo III), que escribe sobre una
mujer que bautizaba y celebraba la eucaristía.
O
Epifanio, que dice que una profetisa llamada Quintila fundó una secta en Pepuza
(Frigia) en la que había mujeres que eran obispos (-as) y presbíteros (-as),
“como si no hubiera diferencia de naturaleza”.
Pero
es que, al mismo tiempo, en la
Gran Iglesia , en la Iglesia Oficial ,
la polémica despectiva y denigratoria
sobre la mujer se acentúa.
Juan
Crisóstomo reconocía que al principio había mujeres misioneras itinerantes,
pero –explica- esto era posible por “la condición angélica” del momento.
No
es raro que se acuse a la mujer de la tentación del hombre, e, incluso, que se
vea en ella el principio de todas las herejías.
Sin
embargo, también el cristianismo ortodoxo siguió manteniendo durante estos
primeros siglos una atracción especial para las mujeres.
Son
mujeres los (las) primeros (as) miembros del orden senatorial que ingresaron en
el Iglesia, y son también matronas romanas, ricas, las donantes de las primeras
“iglesias titulares”.
Hay
quien ha llegado a decir que “vista desde fuera, la iglesia de la época
patrística se parecía, sospechosamente, a un grupo dominado y regulado por
mujeres”.
La
realidad es que, muy pronto, se le cerraron todas las puertas en lo
Institucional y su protagonismo quedaría centrado o reducido a la esfera
ascética; y aún en esto, no tardaron en surgir los sistemas patriarcales de
control.
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