viernes, 14 de abril de 2017

LA MUJER (2)


La mujer siempre ha estado presente, junto al varón, en todo tiempo y lugar. Pero ha sido una presencia rara. Ha sido una presencia invisible.
Todos los esfuerzos que está haciendo, toda su lucha, no es para vencer al varón y apartarlo, es para hacerse presente de manera visible. Es para salir de la injusta, múltiple y variada discriminación histórica.

De todos es sabido la discriminación que ha existido (¿existe?) por razón de raza (justificación de la esclavitud), por razón de religión (persecución de los judíos, que crucificaron a Jesucristo), por razón de edad (los niños) y por razón  de sexo (media humanidad, las mujeres).

Siempre que existe una discriminación existe una justificación (No confundamos “razón” con “justificación”).

Aristóteles (el gran Aristóteles) justificaba la esclavitud.
Hay “esclavos por naturaleza”: “la naturaleza quiere incluso hacer diferentes los cuerpos de los esclavos y de los hombres libres: unos, fuertes, para los trabajos necesarios; otros erguidos e inútiles para tales menesteres, pero útiles para la vida política”.

El caballo tiene que tirar del carro, el cochero es el que lo conduce, el que lo dirige.
Uno pone la fuerza, el otro la inteligencia.
El caballo no razona, el esclavo tampoco, es el amo quien tiene que poner la razón.
Reparto de funciones, el que manda y el que obedece.

Los esclavos necesitan de sus señores para poder ser dirigidos. Los esclavos son infrahombres, no pueden controlarse por sí mismos, necesitan a/de los hombres libres.
Es conveniente (¿o necesario?) para ellos mismos el estar sometidos.

La esclavitud es, pues, una institución de “derecho natural”, por lo tanto, como todo lo natural, siempre ha existido, existe y siempre existirá.
Ya podemos descansar. Ya podemos tener esclavos. Es algo natural. Es, incluso, bueno para ellos.

Ya tenemos la “legitimación”, su incapacidad para autodirigirse nos está exigiendo ser sus directores.
Ya tenemos conjugados los intereses de unos (los hombres libres) con la necesidad de los otros (ser dirigidos) a través de lo que se conoce como “mito de legitimación” y “mito de justificación”.
(Les recuerdo que la esclavitud, en la España católica, apostólica y romana, no se abolió hasta ayer mismo, en 1886).

Los movimientos reivindicativos tienen siempre que luchar, para desmontar el “tinglao”, contra esos “mitos de legitimación y de justificación” que son los que mantienen en pie dicho “tinglao”, pero que suelen calar muy hondo en las mentes populares, instalándose en ellas más como creencias que como ideas, por lo que son más difíciles de desmontar.

Hay un error, muy extendido, de que la “ablación del clítoris” es una práctica derivada de una creencia religiosa, ligada, sobre todo, a la religión islámica.
Y nada más ajeno y alejado de la verdad.

La “ablación del clítoris” es una creencia popular cultural y no religiosa.
Y está firmemente arraigada en ciertas sociedades alrededor del río Nilo.
Las mujeres están de acuerdo con ella.
No sólo la aceptan, la solicitan.
Parece una paradoja, pero las víctimas de dicha práctica son sus más firmes defensoras. Y es porque las mujeres han aceptado como evidentes una serie de mitos (“mitos de justificación”) que conducen a esas prácticas.

Uno de esos mitos es “la  desconfianza en la capacidad de las mujeres para mantenerse fieles”.

“La circuncisión (la ablación del clítoris) hace limpias a las mujeres, fomenta su virginidad y castidad, protege a las mujeres jóvenes de la frustración sexual, al atenuar su apetito sexual”.

Ya tenemos “justificada” la “ablación del clítoris”.

Otro de los “mitos de justificación” es que tanto los labios como, sobre todo, el clítoris son residuos masculinos en el cuerpo de una mujer.
Por lo que la mejor manera de ser mujer-mujer, mujer entera, al 100%, es arrancar lo no femenino del cuerpo femenino.

“Para que no haya confusión entre varones y mujeres”.

Una mujer no circuncidada es humillada por su esposo, que la llama, “tú, la del clítoris”.

El clítoris, además, le haría daño al varón al penetrarla.

Pero yo quería escribir sobre los “mitos de justificación” y “mitos de legitimación” que, durante siglos, ha mantenido en pie la discriminación de la mujer occidental, de vosotras, amigas mías.

En toda obra, en todo acto, intervienen, siempre, dos elementos: 1.- El que lo hace (el autor) y 2.- Lo hecho (la obra).

El que lo hace, el autor, se considera “legitimado” para hacer lo que hace.
La obra se considera “justificada”, bien por ser buena en sí (como fin), bien porque con ella se llega al fin (la obra como medio).

Por ejemplo, durante el descubrimiento y colonización de América, los españoles “justificaban” la obra (la sumisión de los indígenas, la obediencia, la esclavitud) (como medio), porque sólo así se le podría inculcar la religión católica (el fin), se sentían “legitimados” para ello.

Desobedecer a la autoridad era “pecado” y con la “obediencia” se conseguiría la conversión a la “única religión verdadera”.

Igualmente el padre con su hijo, el autoritarismo y la obediencia a lo que el padre dijera o hiciera.
La orden se cumple, no se discute.

El padre está “legitimado” para imponerse, está “justificado” hasta el castigo físico, si no se cumple la orden.

Es la estructura jerárquica de tintes teológicos.
“La verdad viene de arriba, de Dios”, de la máxima autoridad, del primer escalón jerárquico. En el segundo está su vicario, su representante, el Papa. En el tercer escalón…. Y el del noveno escalón debe obedecer a todos los anteriores, haciéndose obedecer por los escalones inferiores.

No son “razones” lo que se esgrime, son sólo “justificaciones” para poder hacerlo (aunque no sea racional).

La obediencia al superior es una de las principales virtudes, por el simple hecho de provenir de una autoridad.

Además, como el niño es inmaduro y no sabe…

Ya tenemos el mito de la “legitimación” paterna, “del que” ordena, y el mito de la “justificación” “de lo que” manda. La inmadurez del niño.


Pero es que yo quería escribir sobre la situación de la mujer.

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