La mujer siempre ha estado
presente, junto al varón, en todo tiempo y lugar. Pero ha sido una presencia
rara. Ha sido una presencia invisible.
Todos los esfuerzos que está
haciendo, toda su lucha, no es para vencer al varón y apartarlo, es para
hacerse presente de manera visible. Es para salir de la injusta, múltiple y
variada discriminación histórica.
De todos es sabido la
discriminación que ha existido (¿existe?) por razón de raza (justificación de
la esclavitud), por razón de religión (persecución de los judíos, que
crucificaron a Jesucristo), por razón de edad (los niños) y por razón de sexo (media humanidad, las mujeres).
Siempre que existe una
discriminación existe una justificación (No confundamos “razón” con
“justificación”).
Aristóteles (el gran
Aristóteles) justificaba la esclavitud.
Hay “esclavos por
naturaleza”: “la naturaleza quiere incluso hacer diferentes los cuerpos de los
esclavos y de los hombres libres: unos, fuertes, para los trabajos necesarios;
otros erguidos e inútiles para tales menesteres, pero útiles para la vida
política”.
El caballo tiene que tirar
del carro, el cochero es el que lo conduce, el que lo dirige.
Uno pone la fuerza, el otro
la inteligencia.
El caballo no razona, el
esclavo tampoco, es el amo quien tiene que poner la razón.
Reparto de funciones, el que
manda y el que obedece.
Los esclavos necesitan de sus
señores para poder ser dirigidos. Los esclavos son infrahombres, no pueden
controlarse por sí mismos, necesitan a/de los hombres libres.
Es conveniente (¿o
necesario?) para ellos mismos el estar sometidos.
La esclavitud es, pues, una
institución de “derecho natural”, por lo tanto, como todo lo natural, siempre
ha existido, existe y siempre existirá.
Ya podemos descansar. Ya
podemos tener esclavos. Es algo natural. Es, incluso, bueno para ellos.
Ya tenemos la “legitimación”,
su incapacidad para autodirigirse nos está exigiendo ser sus directores.
Ya tenemos conjugados los
intereses de unos (los hombres libres) con la necesidad de los otros (ser
dirigidos) a través de lo que se conoce como “mito de legitimación” y “mito de
justificación”.
(Les recuerdo que la
esclavitud, en la España
católica, apostólica y romana, no se abolió hasta ayer mismo, en 1886).
Los movimientos
reivindicativos tienen siempre que luchar, para desmontar el “tinglao”, contra
esos “mitos de legitimación y de justificación” que son los que mantienen en
pie dicho “tinglao”, pero que suelen calar muy hondo en las mentes populares,
instalándose en ellas más como creencias que como ideas, por lo que son más
difíciles de desmontar.
Hay un error, muy extendido,
de que la “ablación del clítoris” es una práctica derivada de una creencia
religiosa, ligada, sobre todo, a la religión islámica.
Y nada más ajeno y alejado de
la verdad.
La “ablación del clítoris” es
una creencia popular cultural y no religiosa.
Y está firmemente arraigada
en ciertas sociedades alrededor del río Nilo.
Las mujeres están de acuerdo
con ella.
No sólo la aceptan, la
solicitan.
Parece una paradoja, pero las
víctimas de dicha práctica son sus más firmes defensoras. Y es porque las
mujeres han aceptado como evidentes una serie de mitos (“mitos de
justificación”) que conducen a esas prácticas.
Uno de esos mitos es “la desconfianza en la capacidad de las mujeres
para mantenerse fieles”.
“La circuncisión (la ablación
del clítoris) hace limpias a las mujeres, fomenta su virginidad y castidad,
protege a las mujeres jóvenes de la frustración sexual, al atenuar su apetito
sexual”.
Ya tenemos “justificada” la
“ablación del clítoris”.
Otro de los “mitos de
justificación” es que tanto los labios como, sobre todo, el clítoris son
residuos masculinos en el cuerpo de una mujer.
Por lo que la mejor manera de
ser mujer-mujer, mujer entera, al 100%, es arrancar lo no femenino del cuerpo
femenino.
“Para que no haya confusión
entre varones y mujeres”.
Una mujer no circuncidada es
humillada por su esposo, que la llama, “tú, la del clítoris”.
El clítoris, además, le haría
daño al varón al penetrarla.
Pero yo quería escribir sobre
los “mitos de justificación” y “mitos de legitimación” que, durante siglos, ha
mantenido en pie la discriminación de la mujer occidental, de vosotras, amigas
mías.
En toda obra, en todo acto,
intervienen, siempre, dos elementos: 1.- El que lo hace (el autor) y 2.- Lo
hecho (la obra).
El que lo hace, el autor, se
considera “legitimado” para hacer lo que hace.
La obra se considera
“justificada”, bien por ser buena en sí (como fin), bien porque con ella se
llega al fin (la obra como medio).
Por ejemplo, durante el
descubrimiento y colonización de América, los españoles “justificaban” la obra
(la sumisión de los indígenas, la obediencia, la esclavitud) (como medio),
porque sólo así se le podría inculcar la religión católica (el fin), se sentían
“legitimados” para ello.
Desobedecer a la autoridad
era “pecado” y con la “obediencia” se conseguiría la conversión a la “única
religión verdadera”.
Igualmente el padre con su
hijo, el autoritarismo y la obediencia a lo que el padre dijera o hiciera.
La orden se cumple, no se
discute.
El padre está “legitimado”
para imponerse, está “justificado” hasta el castigo físico, si no se cumple la
orden.
Es la estructura jerárquica
de tintes teológicos.
“La verdad viene de arriba,
de Dios”, de la máxima autoridad, del primer escalón jerárquico. En el segundo
está su vicario, su representante, el Papa. En el tercer escalón…. Y el del
noveno escalón debe obedecer a todos los anteriores, haciéndose obedecer por
los escalones inferiores.
No son “razones” lo que se
esgrime, son sólo “justificaciones” para poder hacerlo (aunque no sea
racional).
La obediencia al superior es
una de las principales virtudes, por el simple hecho de provenir de una
autoridad.
Además, como el niño es
inmaduro y no sabe…
Ya tenemos el mito de la
“legitimación” paterna, “del que” ordena, y el mito de la “justificación” “de
lo que” manda. La inmadurez del niño.
Pero es que yo quería
escribir sobre la situación de la mujer.
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