Parece ser que los rabinos
judíos sólo permitían divorciarse a una mujer cuando ésta estaba casada con un
curtidor de pieles (piensen Uds. el porqué), cuando ya no pudiese aguantar más
el olor de su cuerpo. Pero, hasta en esto, quedaba al arbitrio del Rabino.
La mujer sorprendida en
adulterio (es decir, que le pusiera los cuernos al marido) ni juicio hacía
falta, era condenada a muerte por lapidación (¿no han visto Uds. videos en
yutube, por las redes sociales, de mujeres lapidadas, hoy mismo, en las
culturas y religiones islámicas fundamentalistas?).
¿Qué le ocurría al varón adúltero?
(porque para que ellas fueran adúlteras tenían que haber adúlteros). Evidentemente,
a él no le ocurría nada
La palabra de la mujer tenía
tan poco valor en un juicio, ante el Tribunal, que ni la llamaban siquiera a
declarar, porque su palabra no era creíble (todavía hoy, en algunas culturas,
vale sólo el 50%, son necesarias dos palabras, dos declaraciones, femeninas
para igualar una palabra, una declaración, masculina).
No tenía derecho a heredar y
cuando enviudaba y dejaba de estar bajo su autoridad, pasaba bajo la autoridad
del hermano del difunto y si este hermano estaba soltero tenía la obligación de
casarse con él.
La mujer, en realidad, era
considerada lo que hoy llamaríamos “un bien patrimonial” del que el varón, el
padre, el marido, el hermano, el cuñado, podía disponer de dicho bien, a su
voluntad.
Una mujer violada, si
denunciase la violación, sería considerada culpable de haber incitado u
obligado al varón a tener relación sexual con ella.
Pero es que, incluso en la Biblia , en el Eclesiastés,
la palabra de Dios dice: “Es preferible la malicia de un hombre al bien
realizado por una mujer”, por lo que ya estaría dicho todo, y yo debería
callarme y levantarme. ¿Qué pinta mi palabra contra la de Dios?
Y en los Proverbios la mujer
es calificada como “estúpida”, “peleona” y “lunática”.
Esto ocurría en el mundo
judío, pero no creamos que fuera de él las cosas ocurrían de mejor manera,
porque, al menos en el mundo judío se tenían un gran aprecio por el cuerpo y
sus funciones reproductivas y, que se sepa, nunca privó a la mujer del orgasmo,
de gozar de los placeres del sexo, porque luego, en el cristianismo primitivo…
En los pueblos alrededor de
Palestina la mujer estaba considerada poco más que un animal.
En el culto del dios Mitra,
que era entonces floreciente y que compitió con el cristianismo primitivo hasta
el siglo IV, la mujer hasta estaba excluida de todo tipo de religión, sólo
podían abrazar la “prostitución sagrada”.
Jesús, en su trato con las
mujeres, romperá con toda esta cultura y práctica androfílica y ginefóbica,
tratándolas en un plano de igualdad.
No quiero ni pensar que, si
la sangre mensual de la menstruación femenina era tabú, qué sería la sangre
que, a diario manaba en la hemorroísa, y ya no por delante, sino por el ano.
¿Y cómo trata Jesús ese
hecho?
Con delicadeza y saltándose
el tabú.
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