Ha habido dos estamentos
totalmente masculinos a lo largo de la Historia : El estamento militar y el estamento
eclesiástico.
El estamento militar está
superando la discriminación femenina y hoy podemos ver desfilando a mujeres.
Aún no ocupan puestos relevantes en la jerarquía militar, pero están haciendo
méritos para ello y llegarán, naturalmente, por lógica, llegarán cuando la
meritocracia sea el único criterio a tener en cuenta.
Pero el estamento
eclesiástico fue, es y, por los síntomas que lleva, seguirá siendo total y
absolutamente patriarcal.
Y la pregunta es, puesto que
en el siglo XXI sigue igual: ¿Por qué se patriarcalizó la jerarquía
eclesiástica? ¿Fue un proceso necesario? . ¿Es irreversible? ¿Se realizó de manera natural, sin tensiones? ¿No había otros caminos, otras posibilidades
en la primitiva tradición cristiana? ¿Tenía que ser, necesariamente, androcéntrica?
¿Cuál era la situación de la mujer, no digo en tiempos de Jesús (tiempos
judeo-romanos), sino en el movimiento de Jesús? Y cuando hablo de movimiento de
Jesús me refiero al grupo de Jesús y sus discípulos antes de su muerte y
después de su muerte, al menos hasta el año 70, en que fue destruido el Templo
de Jerusalén.
Jesús no fundó ni quiso
fundar una iglesia nueva.
Jesús no era cristiano.
El movimiento de Jesús es un
movimiento de renovación judía, es un movimiento intra-judío, pero
contracultural, puesto que cuestiona y pone en la picota las dos grandes
instituciones sociales y religiosas centrales.
Jesús y su movimiento
cuestionan la Ley
y el Templo.
La trampa en que intentan
meter a Jesús con aquella pregunta envenenada. Mateo 22, 15-22. Leo: “Entonces
se retiraron los fariseos y celebraron consejo para ver el modo de sorprenderlo
en alguna declaración. Enviáronle discípulos suyos junto con herodianos para
decirle: “Maestro, sabemos que eres sincero (hoy diríamos: sabemos que no
tienes pelos en la lengua y dices los que sientes) y que con verdad enseñas el
camino de Dios, sin darte cuidado de nadie, que no tienes acepción de personas.
Dinos, pues, tu parecer: ¿Es lícito pagar tributo al Cesar sí o no? (la
pregunta es envenenada, porque no hay escapatoria, es, decimos los filósofos,
un dilema, que te decidas por una u otra respuesta, la conclusión lleva a lo
mismo: tendrá en su contra a uno de los dos grupos, o a los fariseos o a los
herodianos).
Jesús, conociendo su malicia,
dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?. Mostradme la moneda del tributo. Ellos
le presentaron un denario. Él les preguntó: ¿de quién es esa imagen y esa
inscripción?. Le contestaron: “del César”.
Díjoles, entonces: pues dad
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
“Ole”, “ole” y “ole”.
Vaya salida airosa la de Jesús,
porque no dijo ni que sí (se le echaría encima el pueblo judío), ni que no (lo
prenderían los herodianos).
Es como si alguien proclama
la objeción del pago de impuestos a Hacienda.
Movimiento contracultural,
contra el poder civil y contra el poder sacerdotal.
Pero no es un movimiento
excluyente, no excluye a nadie.
No es como, por ejemplo otro
movimiento contemporáneo suyo, el de los esenios, que es un movimiento
restringido a una élite de varones puros, que se automargina de los demás, para
no contaminarse con ellos. (Yo cuando oigo o leo que Jesús pertenecía a la
secta de los esenios, es que alucino).
Jesús convoca a todos, y de
manera especial a los excluidos por la
Ley y por el Templo.
Los discriminados por el Templo
son los pecadores, los publicanos, los niños, los leprosos, los pobres, las
mujeres en general y las adúlteras en particular.
Precisamente los excluidos
religiosos y sociales son los preferidos de Jesús.
Recuerden las
bienaventuranzas.
Pero yo no quiero hablar de
Jesús sino de las mujeres.
Fíjense que el mismo Templo
era una fotografía de la discriminación.
Había un patio al que podían
acceder los paganos, pero no podían acceder más allá.
En otro atrio se permitía la
entrada de las mujeres judías, pero éstas no podían acceder al siguiente
recinto, reservado y exclusivo para los varones.
Incluso Dios estaba en el
Sancta Sanctorum, separado del pueblo.
Es decir el Templo (léase la
religión judía y la jerarquía sacerdotal) era racista (separación judíos – no
judíos o paganos), sexista ( varones – mujeres ) y clasista (clero – laicos).
También la Ley Judía margina a la
mujer: el divorcio sólo puede ser pedido por el varón, la circuncisión es un
rito absolutamente machista e imposible para las mujeres.
Es fácil saber si un varón es
judío, bastaría pedirle no el carnet de identidad sino que nos enseñara el
pene. Si tiene hecha la fimosis (léase circuncisión) entonces sí es, si no, no
es.
Porque es un rito judío y
machista.
¿Cómo podemos saber si una
mujer es judía, si ella no puede…..?
¿Y la impureza de la mujer
tanto durante los días de la menstruación como durante el postparto?.
¿Y el varón nunca es impuro?.
En el movimiento de Jesús
caen todas las discriminaciones, ni de clase (no hace falta ir al templo para
rezarle a Dios. Dios queda reubicado en el corazón de la persona), ni
discriminación de sexo, tanto varones como mujeres son bienvenidos, ni
discriminación de edad (“dejad que los niños se acerquen a mí”).
En el nuevo Reino de Dios quedan
superadas las estructuras patriarcales.
Para Jesús la dignidad de la
persona está desligada del sexo.
“Se le acercaron unos
fariseos con propósito de tentarle y le preguntaron: “¿puede el marido repudiar
a su mujer”?
La pregunta misma ya es, en sí
misma, discriminatoria. (Marcos 10, 11-12)
Tu – yo; yo- tú; varón – mujer, mujer – varón, igualdad en
persona, aunque sean sexos distintos.
Relaciones igualitarias.
Fíjense en la reacción
absolutamente machista de los discípulos ante estas palabras absolutamente
nuevas de Jesús: “Si tal es la condición del hombre (léase varón) respecto de
la mujer, no trae cuenta casarse. Él les contestó: “no todos entienden esto”
(Mateo 19, 10).
En otras palabras, esto es lo
que hay: reciprocidad total de las relaciones entre el varón y la mujer, basada
en la igualdad como personas y ante Dios.
Si lo queréis bien y si no,
no os caséis.
Nunca saldría de la boca de
Jesús nada que pueda interpretarse como lesivo o marginador de la mujer.
Nunca la veía como algo malo
o provocativo o tentador o despectivo.
No distingue sexos, cuando ve
a varones y a mujeres los mira, los ve como personas.
,
Incluso valora de una forma
nueva a la mujer, no restringiéndola a las funciones de la maternidad y de las
tareas del hogar.
¿Recuerdan a Marta y María,
las hermanas de Lázaro?
¿Recuerdan cuando le dicen a
Jesús “Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Y Él les respondió: “¿quién
es mi madre y mis hermanos?”....Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12, 46-50).
Estas frases han traído cola.
¿Gesto despectivo para su
madre y hermanos?
¿Tuvo cuatro hermanos
realmente?
¿Por qué dice Jesús, “mi
hermana”?
¿Es verdad que Lidia y Lisia
eran dos hermanas de Jesús?
¿Se nota que los evangelios
son androcéntricos?.
Si a los varones que están a
su alrededor los llama hermanos, a las mujeres que están a su alrededor las
llama hermanas.
Y esto último no se lo habían
preguntado.
Jesús está como proponiendo
unas nuevas relaciones, independientes de la sangre.
Ya no son hermanos de
sangre.
O, mejor, ya no hace falta la
sangre para ser hermanos.
Ahora los hermanos son por
amor.
Los que se aman son hermanos.
Es una nueva fratría de
iguales, sin distinción de varón – mujer.
Es la nueva fraternidad.
Por lo tanto (textual)
“vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra,
porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23, 8-12).
La nueva familia, ya no
basada en la sangre, sino en el amor entre personas, es la comunidad cristiana.
En esta nueva comunidad ya no
hay padre, ni maestro, ni doctor,…sino hermanos, iguales.
Ya no se reproducen las
relaciones patriarcales vigentes.
Es otra cosa.
Y en ella la mujer no es más
que el varón, pero tampoco es menos.
Más aún, “entre vosotros, el
que se humille será ensalzado y el que se ensalce será humillado”, sea varón o
mujer.
La jerarquía vendrá dada por
la entrega a la comunidad.
El papel de padre, en esta
nueva comunidad, sólo le corresponde a Dios, a ningún hombre.
Y si es verdad que Jesús
dijo:”tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” también es verdad
que hacen falta muchas piedras para construirla, para levantarla, y nunca dijo
Jesús que esas piedras no pudieran ser las mujeres.
Son los pilares los que
sujetan y sobre los que se levanta el edificio.
Y es curioso, pero “Pilar” es
nombre de mujer.
¿Tiene correspondiente
masculino?
El Reino de Dios invierte los
valores y las estructuras del reino de los hombres.
Allí el más bajo, el más
humilde, es el más alto; aquí el más bajo es el más bajo y el más alto es el
más alto.
Allí todos son iguales en la
comunidad.
Aquí hay un Jefe, y por
debajo otros jefes,… que son los que mandan.
“No ha de ser así entre
vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea
vuestro servidor; y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro
siervo” (Mateo 20, 26-27).
Supone, es, una
tranvaloración.
El movimiento de Jesús es un
movimiento contracultural y una alternativa radical.
Los pobres, los pecadores,
los excluidos del sistema social y religioso, las mujeres,….se reconocen como
personas en esta nueva comunidad, se reconocen como sujetos, dignos, valiosos,
estimados.
Renace en todos ellos la
esperanza, la que el mundo les negaba.
En esta nueva comunidad,
hermandad, fratría. ¿Cuál es el papel, la participación, el protagonismo de la
mujer?
Tendremos que ir rastreando
los indicios textuales que se han
salvado de la censura patriarcal de la Iglesia posterior, aprovechar y apoyarse en los
deslices, en los descuidos.
Leía la otra noche en un
libro de historia sobre el hombre griego
:” El historiador debe examinar las fuentes, pero lo que busca es contemplar, a
través de ellas, no sólo la realidad que ellas representan sino también lo que
no aciertan a representar, y lo que representan malamente o, incluso, lo que
ocultan”.
Esto es precisamente lo que
tendremos que hacer.
Cuando los textos evangélicos
hablan, en general, de “discípulos” o de la gente que sigue a Jesús, hay que
incluir, al menos en muchos casos, a mujeres.
Es un reflejo androcéntrico
pensar sólo en varones.
Recordad lo de la hemorroísa
(la mujer que padecía de hemorroides) o la que gritó “bendita sea la madre que
te parió” (en realidad la mujer dijo: “dichoso el seno que te llevó y los
pechos que mamaste” (Lucas 11, 27).
Y de nuevo la respuesta
desconcertante (¿se sentía frustrado con/por su madre?, ¿es verdad que tenía
celos de Santiago, su hermano menor?). “Más bien, dichosos los que oyen la
palabra de Dios y la guardan”.
Es decir los nuevos lazos ya
no vienen de la sangre, sino del amor de la comunidad.
Dice Lucas (10,1) “designó
Jesús a otros 72 discípulos y los envió, de dos en dos, delante de sí, a toda
ciudad y lugar a donde Él había de venir”.
¿Por qué pensar que eran parejas de varones?
¿No nos traiciona el
presupuesto androcéntrico de nuestra cultura?
Lo lógico es que hubiera
mujeres.
Ahí no se dice que no.
¿Y no podían ser muchas o
algunas de esas parejas, matrimonios?.
¿Por qué no?.
San Pablo, en Corintios I, 9,
5 dice: “¿No tenemos derecho a llevar en nuestras peregrinaciones una hermana
(¿de sangre o de la nueva comunidad?), igual que los demás apóstoles y los
hermanos del señor y Cefas”?.
Pero el testimonio decisivo
sobre el seguimiento de Jesús por parte de un grupo de mujeres lo encontramos
en los textos de la muerte de Jesús y de los acontecimientos de la Pascua. Aquí hay un
recuerdo tan patente, tan manifiesto, tan importante, tan insólito, que ni ha
podido ser borrado.
Los evangelios coinciden en
decir que a los pies de la cruz se encuentra un grupo de mujeres, mientras que
los varones se han escapado (y esto lo dicen unos varones).
Dice Mateo, 27, 55 :”había
allí, mirándole desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde
Galilea, entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago y José y la
madre de los hijos de Zebedeo”.
O Marcos 15,40 : “Había
también unas mujeres que de lejos le miraban (con lo que uno concluye que lo
que realmente había allí eran sólo mujeres), entre las cuales estaba María
Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé; las cuales
cuando Él estaba en Galilea, le seguían, y otras muchas que habían subido con
Él a Jerusalén”.
Seguir a Jesús es el
comportamiento típico de los discípulos, por lo tanto….Todas estas mujeres han
roto con su situación anterior, se han entregado a la causa del reino de Dios y
llevan una vida itinerante y desinstalada del grupo de Jesús.
Siempre aparece María
Magdalena, las otras Marías, Juana, Susana,… y otras varias que le servían de
sus bienes” (Lucas 8,1-3).
Admitir mujeres en su
acompañamiento, eso es un comportamiento muy escandaloso en el contexto
palestino.
Pero Jesús lo hace de la
manera más natural, sin prejuicios.
Lo ve normal.
Y ellas tendrán labores
fundamentales en la vida de la nueva comunidad.
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