martes, 4 de abril de 2017

Adán y Eva, los primeros nudistas


Quien más y quien menos es capaz de reconocer a Adán y Eva cuando los ve en un cuadro. Dependiendo del artista que los haya pintado, nuestros ilustres antepasados pueden ser más feos o más guapos, morenos o rubios, gordos o delgados, mediterráneos o nórdicos... pero siempre son reconocibles. La tradición nos ha grabado a fuego los cuatro o cinco elementos clave que nos permiten identificar rápidamente la escena del pecado original. ¿Qué os parece si los repasamos?

Elemento número uno: un hombre y una mujer desnudos con sus partes pudendas cubiertas por hojas de higuera, que no de parra. El Génesis lo deja bien clarito: después de comer del fruto prohibido "y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores". Es decir, se hacen el taparrabos solo después de haberle hincado el diente a la manzana, no antes.

Normalmente, en las representaciones artísticas, Adán y Eva ya vienen tapados de serie, a veces deliberadamente (lo que constituye un error iconográfico imperdonable) y otras de forma "accidental", al estar situados justo detrás de la única ramita con hojas que hay en toda la escena, como sucede, por ejemplo, en el díptico de Adán y Eva de Alberto Durero. Dejando al márgen las ramitas minimalistas, tenemos que reconocer que la belleza de estos desnudos es insultante. 


Elemento número dos: la serpiente, que según el Génesis no tenía nada que ver con las serpientes de hoy en día. En primer lugar, sabía hablar (fue la que convenció a Eva de que comiesen del árbol para ser tan listos como Dios). Y en segundo lugar, era una serpiente con patas. Sí, ya sé que parece increíble, pero es así. Aunque no está escrito de forma explícita, podemos deducirlo del castigo que le impuso Dios por haberse ido de la lengua: "te arrastrarás sobre tu pecho y comerás polvo todo el tiempo de tu vida". Por pura lógica, si antes no se arrastraba, es que caminaba y si caminaba, tenía patas.

Esta indefinición del texto da vía libre a los artistas para tirar de imaginación. Podemos encontrarnos serpientes de todo tipo: algunas tienen aspecto de dragón; otras son seres híbridos con torso y cabeza de mujer y cola de serpiente (en línea con el concepto misógino de la mujer que seduce al hombre para hacerle caer en la tentación); incluso las hay con cabeza de niño (para demostrarnos que el diablo puede engañarnos adoptando un aspecto inocente). Sabido esto, seguro que ya no os sorprenderá tanto la extraña mujer reptil del flamenco Hugo van der Goes. Aunque si me pongo quisquillosa, sigo encontrando un pelín forzado el recurso que utiliza el autor para tapar las vergüenzas de Adán y Eva.





Elemento número tres: el árbol de la ciencia del bien y del mal, en el que suele estar colgada la serpiente. En el Génesis no se dice que la serpiente estuviese enroscada al árbol, pero la verdad es que queda mejor así. La combinación de árbol y serpiente es de origen mesopotámico y tiene relación con los antiguos ritos de fertilidad de la diosa sumeria Inanna (Ishtar para lo acadios), donde el árbol sería símbolo de lo femenino y la serpiente, de lo másculino.

En esta miniatura del Codex Aemilianensis, pintado en San Millán de la Cogolla en el año 994, podemos ver una serpiente perfectamente enroscada al árbol de la ciencia. Lástima que la precisión anatómica de los cuerpos desnudos de Adán y Eva, cubiertos por unas enormes hojas de higuera, deje bastante que desear, con esos culos caídos y unos pechos que les salen directamente de las amigdalas. 



Elemento número cuatro: la famosa manzana, que tampoco aparece en la Biblia. El Génesis habla de un árbol con frutos, pero no especifica de qué tipo. ¿Y de dónde sale la manzana entonces? Hay diferentes teorías, pero ninguna definitiva. La manzana no empieza a aparecer de forma generalizada hasta el Renacimiento, por lo que se ha pensado que podría estar relacionada con el mito clásico del jardín de las Hespérides. En este jardín, propiedad de la diosa Hera, había un árbol con manzanas de oro y que estaba custodiado por un dragón. Uno de los doce trabajos de Hércules consistió en matar al dragón y robar las manzanas. La manzana de oro vuelve a aparecer en el juicio de Paris como símbolo de la discordia (mito que explicamos en su día en el post La primera Miss Universo). Hay otra teoría algo más simplista que dice que la aparición de la manzana en las pinturas de Adán y Eva se debe sencillamente a que los artistas flamencos representaban la fruta que tenían más a mano, idea que copiaron luego otros pintores. 

Resumiendo, aunque la manzana acabó convirtiéndose en la protagonista de esta historia bíblica, la fruta prohibida puede ser cualquiera, siempre que crezca en un árbol: pera, mandarina, papaya, kiwi o avellana. De hecho, en La adoración del cordero místico de Gante, un políptico impresionante pintado por los hermanos van Eyck, Eva lleva en la mano nada más y nada menos que un limón reseco, que de apetitoso tiene bien poco. Las figuras de Adán y Eva son de un naturalismo extremo y tienen una expresión en el rostro fuera de lo común en una época tan temprana.




Y ahora que hemos dejado bien claro los elementos que pueden y deben aparecer en una representación canónica de la tentación de Adán y Eva, ¿puede alguien explicarme por qué demonios todos los artistas les pintan ombligo?



¡Adán, que las manos van al pan!

Lo prometido es deuda. Después del largo post de ayer, en que explicamos la iconografía de la tentación de Adán y Eva (el que no lo haya leído puede hacerlo aquí: Adán y Eva, los primeros nudistas), os traigo hoy unas representaciones que se salen de lo habitual por las actitudes excesivamente amistosas de la parejita. Todos los ejemplos son del siglo XVI, lo que no deja de ser una curiosidad.

Empecemos por la más light de todas ellas, la parte trasera de un retablo pintado por Jan Gossaert (también llamado Jan Mabuse). La postura de la pareja es encantadora, muy de andar por casa. Es como si estuviesen paseándose por el parque y se parasen a comprar un cornete en el tenderete de los helados. El brazo de Adán descansa sobre el hombro de Eva, con la mano estratégicamente colocada para hacer un mec-mec.



Este segundo cuadro es de un seguidor o discípulo de Gossaert, que copia entre otras cosas el peinado afro que solía encasquetarle el maestro a las figuras masculinas. Eva intenta tentar a Adán acercándole la manzana a la boca. La postura de Adán, que se inclina hacia ella sin disimulo (y un poco contentillo), es reveladora: la manzana no le tienta ni lo más mínimo, lo que quiere es pegarse un revolcón con la chica. El alargamiento exagerado de los miembros (brazos y piernas, no seáis malpensados) es típico de la época manierista. 


Este dibujo sí que debe ser de Jan Gossaert, aunque algunos dudan de su autoría. Es una de las tentaciones de Adán y Eva más eróticas que se haya pintado nunca. La composición de la escena está muy bien pensada. De forma natural, sin que nos demos cuenta, nuestros ojos se dirigen en primer lugar al centro del cuadro, donde se cruzan los brazos de Adán y Eva. Los brazos nos llevan a las manos y las manos a los genitales de Adán y al pecho de Eva. De esta forma, el artista consigue que centremos nuestra atención en el mensaje que quiere transmitir: la tentación física. ¿Habilidoso, verdad?


La Eva de Tiziano no es tan lanzada como las anteriores. Está más pendiente de la manzana que le entrega el niño serpiente que de otra cosa. Mientras tanto, Adán aprovecha el despiste para intentar tocarle con disimulo una teta. 


Volvamos al norte de Europa. El Adán de Hans Baldung Grien no se corta un pelo y sujera a Eva cariñosamente. La mirada torva que echa al espectador no deja lugar a dudas. En cuanto se coman la manzana, se esconderán tras unos arbustos para conocerse bíblicamente. 



Y me permitiréis que remate con otra obra del mismo artista. Al tratarse de un díptico, la pareja queda separada por el marco y no pueden echarse mano. Ella parece más modisita, pero la pose chulesca de Adán es lo mejor que he visto en mucho tiempo...


Hans Baldung Grien, Adán y Eva (1524), Szépmûvészeti Múzeum, Budapest


 Marga Fdez-Villaverde   

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