Pero es que son ellas, sólo
ellas, (no hay ningún varón) las testigos de dónde ponían el cadáver, “allí estaban,
sentadas frente al sepulcro”, “se fijaban dónde era puesto (Mat. 27, 61; Marc
15,47, Luc 23, 55.
Y son ellas, también, las que
primero descubren la tumba vacía y el anuncio de la resurrección, más aún “ID,
luego, y decidles a sus discípulos, que ha resucitado… (Mat. 28, 1-8; Mar 16,
1-8: “se apareció primero a María Magdalena”; Luc 24, 1-8:”...ellas comunicaron
todo esto a los once y a todos los demás. Eran María la Magdalena , Juana y María
la de Santiago y las demás que estaban con ellas.
Dijeron esto a los apóstoles
pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos y no las creyeron”.
Fíjense que son estos hechos
– la muerte de Jesús, la sepultura, la resurrección y la aparición – los que se
consideran fundamentales en el credo.
Y de ellos sólo son testigos
un grupo de mujeres.
Este protagonismo de las
mujeres es imposible que se lo hayan inventado, además los tres, además casi de
la misma manera.
O sea, proviene este
testimonio de varias fuentes, pero es que además están escritos en Palestina,
donde el protagonismo de la mujer choca con la mentalidad judía, para la cual
el testimonio de la mujer no tenía valor jurídico alguno.
A pesar de que la lista de
mujeres varía siempre algo de uno a otro evangelista, en todas las quinielas
siempre hay una fija, María Magdalena.
Sin duda esta mujer tuvo en
los orígenes del cristianismo una importancia tan grande como la de Pedro, si
no mayor.
Pero lo curioso es que los
textos canónicos, la literatura oficial, hablen mucho de Pedro y muy poco de María
Magdalena, mientras que la literatura cristiana marginal – los apócrifos –
mantiene muy vivo el recuerdo de esta mujer, que si hubiera vivido en el seno
de una familia judía, lo normal es que se le hubiera llamado por la adicción al
nombre de un pariente varón (María la de Santiago, María la de José,…..)
No.
A ella se la conoce por su
origen, era de Magdala, un pueblecito junto al lago Tiberiades.
Quiere decir que ella había
abandonado su pueblo por seguir a Jesús y que no estaba vinculada a un marido.
A pesar de todo este
protagonismo de las mujeres, van a empezar a ser relegadas a favor del
protagonismo de los varones, sobre todo de Pedro.
Comienza la
institucionalización eclesiástica con un androcentrismo creciente.
(Yo me imagino a Jesucristo, ante
este viraje, pegando un puñetazo sobre la mesa y diciéndole a Pedro que tenía la cabeza más dura que una piedra).
El evangelio de San Juan, que
ya es posterior a los otros tres, aquí ya las mujeres no reciben el anuncio
pascual en la tumba, y no se atreven a entrar en ella y van corriendo a dar la
noticia a Pedro y al discípulo amado para que sean ellos los primeros que
testifiquen del sepulcro vacío.
Y luego, después, San Pablo,
ya la acaba de matar: “Cristo murió…fue sepultado……resucitó…..se apareció a
Cefas y luego a los once…(I.Corint. 15, 35 ).
Aquí ya han desaparecido
todas las mujeres, que habían sido las primeras testigos de todos los hechos confesados.
Pero su testimonio no tenía
valor, podía, incluso ser contraproducente, así que su lugar es ocupado por
Cefas y los once.
Hay un evangelio apócrifo, el
de Tomás, alrededor del año 150, donde aparece el antagonismo entre María
Magdalena y Pedro. Pedro llega a decir: “Que se aleje María de nosotros, pues
las mujeres no merecen la vida (vivir)” (114)
Y le responde Jesús “He aquí
que yo la atraeré para hacerla hombre. Así también ella se convertirá en
espíritu viviente, semejante a vosotros, hombres. Toda mujer que se hace hombre
entrará en el reino de los cielos”.
Y esta respuesta es un problema
y choca con la mentalidad de Jesús, esta distinción de lo masculino y femenino,
y esta discriminación o exclusión, cuando, precisamente, el pneuma y el nous,
es decir, el espíritu, se da tanto en la mujer como en el varón. ¿La quiere
“subir a” o los quiere “bajar a” y ponerlos a la misma altura?.
En otro escrito gnóstico del
siglo III, Pistis Sophia, María Magdalena tiene un puesto preeminente entre los
discípulos.
De las cuarenta y seis
preguntas que se le hacen a Jesús, treinta y nueve son suyas, de ahí que Pedro
grite: “Señor mío, no podemos soportar a esta mujer, porque habla todo el
tiempo y no nos deja hablar a nosotros”
(36,146).
María Magdalena le contesta,
pero como con miedo, temerosa, porque Pedro “odia a las mujeres” (72) y eso la
intimida.
Pero Jesús dice que quien
recibe la revelación debe hablar, sea hombre o mujer.
Incluso Jesús la declara
bienaventurada y dice que ella puede hablar francamente porque su corazón está
dirigido al cielo más que el de los otros discípulos (17).
Esta discusión entre María
Magdalena y Pedro refleja el debate que debió existir en la primitiva iglesia
sobre el papel de las mujeres en la transmisión de la revelación y la
tradición.
Pero sin duda es el Evangelio
de María (Magdalena) el que mejor refleja la polémica existente en la iglesia
primitiva en torno al papel de las mujeres.
El Evangelio es del siglo II.
Es muy breve y parece que no
se conserva en su totalidad.
Después de haber escuchado a
María Magdalena sobre cosas que dice que le ha revelado Cristo, dice Andrés: “decid
lo que pensáis sobre lo que ella ha dicho. Yo por mi parte no creo que el
Salvador haya dicho cosas semejantes” (15).
Pedro, como siempre, tan
machista y tan brutote::”¿Que el Salvador ha hablado con una mujer a escondidas
de nosotros?. Pero ¿es que debemos ponernos a la escucha de ella, como si ella
fuera preferida a todos nosotros? (16).
María se echó a llorar y se
dirigió a Pedro: “Hermano mío, Pedro, ¿qué piensas?. ¿Crees, quizá, que me he
inventado estas cosas o que digo mentiras en lo que respecta al Salvador? (17).
Entonces Leví, tomando la
palabra, responde a Pedro: “Pedro, tú siempre eres colérico. Observo que tratas
a las mujeres como si fuesen enemigos.
“Si el Señor la ha hecho
digna, ¿quién eres tú para rechazarla?”.
Ciertamente el Salvador la
conoce muy bien, POR ESO LA AMA MÁS QUE
A NOSOTROS (las mayúsculas son mías).
Es mejor que nos
avergoncemos, que nos revistamos del hombre perfecto, que nos formemos como Él
nos ha mandado y que prediquemos el evangelio, sin imponer más mandato o ley
que lo dicho por el Salvador” (18).
A lo mejor, quizá, no se dio
realmente ese diálogo, pero lo que sí se ve es que en el siglo II había un
sector de la iglesia que reclamaba la autoridad de Pedro y que marginaba el
papel de la mujer, mientras que otros grupos cristianos reivindicaban su
protagonismo y pensaban ser así más fieles al Señor.
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