viernes, 22 de septiembre de 2017

SCHOPENHAUER: EL AMOR Y LAS MUJERES ( 3)


Nunca estaría seguro de quien era el padre del niño que nació, porque el carácter alocado de ella hacia que tuviera relación con varios amantes a la vez.
Incluso en su testamento Schopenhauer excluye expresamente a ese hijo de Caroline, la madre.

“La primerísima aparición de un nuevo ser (refiriéndose, sobre todo a su hijo) se produce realmente en el momento en que sus padres empiezan a amarse, a desearse…en el encuentro de las miradas amorosas se forma ya, en realidad, el nuevo individuo…que cobrará realidad exterior con la mayor violencia…es la exteriorización de la pasión que sienten los futuros padres, el uno por el otro”.

Ese desprecio por el sexo femenino se vio incrementado por el fallo judicial y tener que pagar una multa a su vecina, que se había caído por ver el encuentro, en la visita de la corista con el filósofo.
Y como la vecina volvió a ganar otro juicio (y el filósofo a pagar otra nueva multa mientras su vecina estuviera viva) por aducir que, debido a la caída, se le había paralizado la mitad superior de su cuerpo, así que el desprecio, el ensañamiento, el odio al sexo femenino seguía en aumento.

“El hombre es instinto sexual hecho cuerpo; su nacimiento es un acto de copulación, el deseo de sus deseos es un acto de copulación y sólo ese instinto liga y perpetúa el conjunto de los fenómenos”.
Es lo que, en otros lugares, he definido como la trampa de la naturaleza para copular, “el orgasmo como cebo, como estrategia de la especie”.
El individuo busca el intenso placer del orgasmo y así, aun sin saberlo, sólo sirve para perpetuar la especie”.

El individuo es el medio del que se vale y se aprovecha la especie.

Y me viene a la mente “El Profeta”, de Khalil Gibran, el poeta libanés educado en Inglaterra pero con una honda vivencia cultual del pasado árabe y del pensamiento oriental, en esta obra, la más leída y mejor considerada.
En su capítulo III, sobre “Los Niños”, así lo cuenta:

“Y una mujer, que apretaba un niño contra su seno dijo: “háblanos de los niños”.
Y él respondió:
“Vuestros hijos no son hijos vuestros. Son los hijos y las jijas de la vida, deseosa de perpetuarse.
Vienen a través vuestro, pero no desde vosotros. Y, aunque estén con vosotros, no os pertenecen,…
…Porque la vida no retrocede ni se distrae con el ayer.
Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son lanzados hacia delante”…

Y en el capítulo I, sobre El Amor, dice: “Cuando améis… pensado que no podéis dirigir el curso del amor porque, si os halla dignos, él dirigirá vuestro rumbo. El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.”

El amor –afirma Schopenhauer- es el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica y para la épica, así como para la novela amorosa.
Es el amor una pasión tan fuerte que, hasta sin vacilar, arriesga la vida para satisfacer su deseo, hasta morir, hasta matar, hasta enloquecer.

No puede dudarse de la realidad del amor ni de su importancia pero, para él, ni el tratamiento que del amor hace Platón (El Banquete y el Fedro) como mito, fábula, ingenio,…ni el falso e insuficiente tratamiento que hace Rousseau en el “Discurso sobre la Desigualdad”, o el falso y superficial tratamiento que de él hace Kant en su “Antropología”.

Todo procede del instinto natural de los sexos. Así es como lo vio Aristóteles: “…por haber mantenencia….y por haber juntamiento con hembra placentera”: el amor a la vida, a la supervivencia, a la existencia, a no querer morir,….y a “follar” (¡perdón!) a copular, a hacer el amor, a practicar sexo buscando el orgasmo, el culmen del placer.
He ahí los dos grandes deseos del hombre.

Toda pasión amorosa tiene un objetivo inmediato y manifiesto, el placer sexual, pero, sabiéndolo o sin saberlo, un objetivo mediato y latente, la perpetuación de la especie.
Es ésta, la especie, que quiere perpetuarse, la que maneja a los individuos, tratándolos como medios subordinados a ella y poniéndoles como cebo atractivo el orgasmo placentero.

¿Alguien se imagina que en la relación amorosa, en la cópula sexual, en vez del premio del placer orgásmico el resultado fuera un intenso y continuo dolor?

La naturaleza necesita esa estratagema para lograr su objetivo, procrear, metiéndoles el caramelo en la boca a los individuos.
Éstos creen actuar libre y voluntariamente pero es la especie, la naturaleza, la que mueve y maneja los hilos de su comportamiento.

Ha sido su cerebro el que ha sabido desunir ambos objetivos a través del amor, orgasmo y procreación, buscando y consiguiendo sólo el primero con dinero de por medio, sin amor pero con placer, los “amores venales”.

Es la estratagema de la especie la que, además del caramelo orgásmico, le ofrece el pastel de seguir viviendo, en los hijos, tras su muerte, a través de los genes.
Los genes propios sobreviven, en una constante continuidad en el tiempo, por lo que el individuo nunca se muere y desaparece del todo.
No sólo, pues, vivir y “follar”, también sobrevivir en los hijos tras practicar el amor.
“Mi hijo soy yo, aunque transformado”.
Así sigue funcionando la estratagema de la especie.

Los motivos egoístas, aunque muchas veces aparezcan disfrazados, son los que rigen la vida del individuo.

Este individuo, que se cree libre en su actuar, es, sin saberlo, un esclavo de la naturaleza, un pelele al servicio de los intereses de la especie.

Igualmente el cebo para la elección de la persona con la que procrear.
La salud de la otra persona, la belleza, la juventud, la proporcionalidad de sus miembros, el tipo, el donaire, el contoneo, la insinuación, el vestir, el andar, el habla, los labios, los dientes, el pelo, … y la valentía, la corpulencia, el cuerpo atlético, el atractivo, …de lo contrario no se da el feeling y no se producirá el acercamiento (la persona enferma o deforme, fea, vieja, gangosa, patizamba, …espanta a cualquier candidato)

Ese ardor con el que se busca el placer y ese desencanto tras haberse bajado de la meseta orgásmica.
La especie, la naturaleza, la vida,…ya ha cumplido con su objetivo.

El amor, pues, ese sentimiento apasionado, tiene por fundamento un instinto que va dirigido a la reproducción de la especie.

Ese instinto sexual, reproductivo, sigue vigente en el varón, tras haber quedado preñada la mujer, y puede seguir copulando con otras mujeres no preñadas, mientas éstas, tras la preñez, no podrán seguir reproduciendo hijos hasta que su vientre quede liberado del ser que lleva dentro, pero a lo que no renuncia es al placer del orgasmo y sabiendo que éste ya sólo tiene como fin el placer y no la creación de un nuevo ser.


Los sentidos, el corazón, la cabeza,… todos cooperan a ese acercamiento o alejamiento.

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