El hombre que escribió la
prestigiosa obra Emilio o De la educación, en la que pretendía enseñar al mundo
cómo hay que educar y amar a los niños, resulta que se desentendió por completo
de los suyos y no fue capaz de aceptarlos ni educarlos.
¿Por qué?
Rousseau justifica su actitud
con varios argumentos: primero, tenía una enfermedad incurable de vejiga y se
temía que no viviría mucho; además no tenía dinero y ni siquiera un trabajo
estable que le permitiese educar a sus hijos debidamente o dejarles algún
legado. Tampoco quería que fuesen educados por la familia Levasseur porque se convertirían
en pequeños monstruos.
Así que la mejor solución era
la Inclusa ,
donde no recibirían ningún mimo y lo pasarían mejor, y, además, esta era la
forma de educación que Platón recomienda en su República: “los niños deben ser
educados por el Estado.”
De cualquier manera, ninguna
de estas excusas puede justificar moralmente el abandono de los hijos por parte
de los padres, incluso aunque ésta fuera una práctica habitual en el París de
la época (las cifras así lo manifiestan)
Precisamente por eso, Rousseau
no tuvo más remedio que confesar el remordimiento que sentía por haber
depositado en el hospicio a sus cinco hijos recién nacidos.
Hacia el final de su vida, en
Las confesiones escribió: “Al meditar mi Tratado de la educación, me di cuenta
de que había descuidado deberes de los que nada podía dispensarme. Finalmente,
el remordimiento fue tan vivo que casi me arrancó la confesión pública de mi
falta al comienzo del Emilio.”
Una de las críticas que se ha
hecho al Emilio es que carece de afectividad.
El niño que inventó Rousseau
no parece tener emociones, no ríe ni llora ni se encariña o se pelea con los
demás niños. Es como un autómata sin alma, frío, insensible y encerrado en el
propio yo.
Su creador intentó fabricar
un muchacho completamente libre ante el mundo pero, en el fondo, lo que forjó
fue un monstruoso esclavo de su maestro que observaba la realidad sólo a través
de los ojos y de las ideas del mismo Rousseau.
Evidentemente el conocimiento
que el escritor tuvo acerca de los niños fue siempre mucho más teórico que
real.
Por lo que respecta a “las
mujeres”, se relacionó sentimentalmente con varias, aunque de hecho fue un
antifeminista convencido (subordinación de la mujer al varón y las labores
domésticas como ocupación exclusivamente femeninas) ya que estaba persuadido de
que las mujeres no formaban parte del pueblo soberano (excluidas del voto).
En su opinión, únicamente los
varones libres podían pertenecer al pueblo soberano.
En 1750 envió un ensayo a un
concurso público organizado por la Real Academia de Dijon sobre el tema: “El
progreso de las ciencias y de las letras, ¿ha contribuido a la corrupción o a
la mejora de las costumbres?”.
Se suponía que habían
contribuido a la mejora de las costumbres (ese era el tema propuesto en el
concurso y se solicitaba las causas o motivos de por qué sí)
En contra de lo que las
autoridades académicas esperaban, Rousseau argumentó en este trabajo que el
progreso de las ciencias y las artes no había servido para mejorar al ser
humano sino para degradarlo.
Se había creado así una
sociedad artificial e injusta que premiaba a los más ricos y, a la vez, cargaba
las débiles espaldas de los pobres con impuestos y privaciones que éstos no
podían soportar.
Los poderosos se habían
corrompido mediante vicios refinados, ahogando el espíritu de libertad que
anidaba en el alma de los primeros hombres. Éstos gozaban de mejor salud que
sus descendientes en el presente, no necesitaban ningún tipo de medicina porque
todavía no habían sido domesticados por la civilización. Eran libres, sanos,
honestos y felices pues desconocían las desigualdades características de la
sociedad civil.
Mediante tales ideas, tan
contrarias al pensamiento general de aquella época, Rousseau sorprendió por su
originalidad, aunque para muchos su ensayo constituyó un motivo de escándalo.
Sin embargo, se le concedió
el premio, su trabajo se publicó y el joven filósofo saltó a la fama.
Algunos biógrafos opinan que
a partir de este momento el hombre Rousseau se convirtió en prisionero del
escritor Rousseau y siempre tuvo que mantener esta paradoja en su vida.
Su primer éxito fue este
trabajo literario en el que, precisamente, procuraba demostrar que la
literatura era perjudicial para la humanidad.
Las letras eran dañinas pero
él se convirtió en un escritor prolífico.
Afirmó que las ideas
pervierten al hombre y que quien medita acaba depravándose, sin embargo, pocos
hombres han tenido tantas ideas y han meditado tanto como él (lo que resulta
contradictorio).
Exaltó la castidad pero tuvo
relaciones, al menos, con tres mujeres.
Adoró al sexo femenino pero
fue un antifeminista radical.
Escribió un extenso libro
sobre la educación, a la vez que se desentendió por completo de sus cinco hijos
dejándolos a todos en el hospicio.
Lo mismo le ocurrió también
con sus escritos acerca del teatro, la ópera o la política.
Ensalzaba y fulminaba.
Criticó a los nobles y a los
ricos, pero siempre dependió de ellos para subsistir.
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