Bien que lo previno y se lo
sugirió el Abad de Saint Pierre: “En París no se hace nada si no es por las
mujeres”.
Así que lo primero que hizo,
nada más llegar a París, fue ser secretario particular de la
Sra. Dupin , esposa e hija de banqueros.
Ya en 1.745 se unió en pareja
con Teresa Lavasseur, una mujer normal, sencilla, tímida, modesta,…
Pero, ya, de entrada, le
comunicó que nunca se casaría con ella (lo que no cumplió, porque tras 25 años
juntos, se casaron) pero que tampoco la abandonaría.
Sus 5 hijos irán entrando en la Inclusa según iban naciendo
(lo que no era tan raro, porque los niños abandonados en aquella época es, de
los 18.700 niños nacidos en París, casi la mitad fueron abandonados.
Se disculpará por ello, pero
no se arrepentirá, porque la presencia de los niños en la casa le impediría la
tranquilidad para escribir, además de que lo que ganaba con sus publicaciones
no le daba para mantenerlos.
Además de “¿qué tipo de
educación podría darles yo?” –se preguntaba Rousseau.
Teresa, siempre fiel y
entregada, lo amaba, le cocinaba los platos exquisitos que sabía que le
gustaban y hacía la vista gorda, mirando para otro lado, cuando alguna otra
mujer (y fueron varias) se interponía entre ellos.
Solitario empedernido. y
perdido en generalidades, decía tener un corazón muy grande y que amaba demasiado
a los hombres (en general) como para necesitar escoger entre ellos.
“El interés por la especie
basta para alimentar mi corazón, no necesito amigos particulares”.
Unos ideales, tanto
educativos como sociales, grandiosos pero que nunca los puso en práctica.
Sus ideas (no su vida) sí
hicieron fortuna, creando opinión y seguimiento.
Por ejemplo, su método
educativo propuesto, que venía a ser el “mens sana in corpore sano”.
Primero desarrollo de los
sentidos, crecimiento sano, en contacto con la naturaleza, sin forzar el
desarrollo del espíritu, que ya llegará a su debido tiempo y cuando tenga que
llegar.
¿Y qué decir de su “voluntad
general” y su “democracia”?
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