Dentro de la obra roussoniana
los dos libros más amenos de leer (no los más importantes) son El Emilio (o
sobre la Educación )
y la Nueva Eloísa
(el ideal de mujer)
En éste último, la Nueva Eloísa , la
apariencia recibe un tratamiento sospechosamente amable, curioso y sexualmente
discriminatorio.
La apariencia es un deber
moral que Rousseau le impone a la mujer.
“La mujer virtuosa no sólo
debe ser digna de la estimación de su marido, sino que ha de procurar también
obtenerla; si él la censura, será censurable; y aunque fuese inocente, tiene
culpa por haber dado lugar a que sospechasen de ella, pues las apariencias
constituyen también uno de sus deberes”.
Ya podemos entrever por dónde
camina Rousseau en el terreno femenino.
Cuando se publicó el séptimo
tomo de la Enciclopedia
se vio moralmente obligado a tomar la pluma cuando apenas podía sostenerla.
El artículo “Ginebra”,
escrito por d’Alembert, a instancias de Voltaire, exigía una réplica inmediata,
y Rousseau la redactó en menos de un mes maldito que a punto estuvo de costarle
la vida.
Tal vez aquí aparezca
insinuada mejor que en ningún otro lugar la razón por la que nuestro autor
excluía a las mujeres de la política.
“La Carta a d’Alembert” no es
sólo un despropósito para el círculo de ilustrados; lo es también para las
mujeres.
De ellas asegura que ni son
expertas, ni pueden ni desean serlo en ningún arte, que les falta el ingenio,
que los libros salidos de su pluma son todos fríos y bonitos como ellas, que
les falta razón para sentir el amor e inteligencia para saber describirlo.
“Su sitio es el hogar; permitirles
lo contrario –continúa– constituye para ellas una invitación a su propia
deshonra”.
Y más lindezas como éstas.
“A la mujer le corresponde el
hogar, por naturaleza.
La mujer es el último asilo
de lo natural, pero es también el primer fundamento de la sociedad civil.
Sin el hogar que ella
mantiene por toda ocupación, el hombre, dividiendo sus quehaceres entre la
familia y la república, no sería digno de ninguna de ellas y faltaría a los dos
grandes deberes que el pueblo tiene el derecho de exigirle”.
“La mujer es la condición de
posibilidad de la vida política del varón, y sólo el amor confirmado por el
santo sacramento del matrimonio mantendrá a los pueblos en la esperanza de ser
bien gobernados”.
La mujer como complemento. No
como mesa, sino como pata de la mesa. No como substancia, sino como accidente.
No como verbo, sino como complemento del verbo. No como cuerpo, sino como
prótesis del cuerpo del varón.
Rousseau afirma allí que las
mujeres deben “aprender muchas cosas, pero sólo las que conviene que sepan”
(que, naturalmente, es el varón, el que decide cuáles son las que convienen), lo
que es tanto como afirmar que tienen derecho a la instrucción, pero sólo en aquello
que sirva para el interés de su pareja.
“Aprenderán a coser, a
cocinar, a ocuparse devotamente de la casa, de los críos y del marido. Más allá
de la vida doméstica, donde la piedad y la ternura apenas valen nada, la mujer
tampoco valdrá nada”.
Cierto que Rousseau les
reconoce estos sentimientos (piedad y ternura) como virtudes, pero también se
complace en identificar las carencias de la piedad y en asignar a ésta, en
consecuencia, un valor sólo privado.
“La piedad –afirma Rousseau–
es una virtud cuya fuerza depende de la proximidad del objeto que la inspira;
quien sólo puede sentir piedad jamás podrá ser justo, y en cualquier acto en
que se reclame la justicia, jamás deberá ser invocada la voz de una mujer”.
¿Y la religión?
“Toda muchacha debe tener la
religión de su madre y toda casada la de su marido”
Es el patriarcalismo, que puede
advertirse también en el público al que se dirige.
Porque Rousseau piensa sólo
en el varón, y si alguna vez se dirige a la mujer, lo hace sólo
excepcionalmente y cambiando de registro.
Para Rousseau, la mujer se
halla naturalmente subordinada.
“En ti –dice- reconozco una propiedad, y si te protejo es
sólo porque eres mía y no porque tú renuncies a ser tuya”.
Sin la mujer ocupándose de la
casa, el varón no podría ocuparse de sus funciones de ciudadano, y si éste se
viese obligado a abandonar tales funciones, nadie sería capaz de sustituirle en
su ejercicio.
“Cualquiera que esté
convocado a las urnas deberá acudir por su propio bien y por el bien que, con
el suyo, ganará para los demás”.
Pero de este derecho quedan excluidas las
mujeres,
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