martes, 7 de febrero de 2017

AQCOMPAÑANDO A J.L.. SAMPEDRO (35-2) LAS MIGRACIONES

Que el mundo de mañana, la Europa y la España de mañana no van a seguir siendo las mismas es algo evidente, porque la población está siendo mucho más variada en cultura, en costumbres, en religión, en ideología,…Pero no sabemos cómo va a quedar, no vislumbramos una meta porque estamos en el camino desde el que no se divisa, pero debemos ser conscientes de que va a ser distinta.
Y sería bueno que, admitiéndolo, fuéramos ya preparando el cesto con las mimbres que tenemos y que siguen viniendo.

Es absurdo intentar, tan siquiera, parar la avalancha, pero sí podemos irla encauzando para evitar la catástrofe.

Claro que Sampedro, (también yo, nacido en 1.944, en aquellos años duros del primer franquismo, aquellos años del hambre y de la desconfianza, de no poder quejarte por si acaso, de la persecución de republicanos convencidos y de sospechosos de serlo, por una simple denuncia de alguien que, por envidia, por venganza, por despecho…) no somos de esta época, aunque sigamos pisando la misma tierra ibérica, porque España es otra a la de nuestras raíces, y más a las suyas, con la incivil guerra civil en la que tuvo que participar como combatiente en ambos lados.

En una de sus obras afirma, por boca de un personaje:

.- “La mía es la España de los primeros años treinta; por aquellas raíces recibo mi savia y con ellas intuyo y siento (…) No me mires así. Es una verdad muy honda. Les pasa a muchos pero se adaptan al molde en que nos meten, como zapatos en horma, y acaban por no darse cuenta. Incluso procuran reeducarse. Yo, en cambio, cultivo la diferencia.
         .- ¿Pero es posible subsistir en la época nuclear sintiéndose de antes?, ¿No es como querer un pez vivir fuera del agua y respirar con agallas?
         .- Mira, Martinillo, aprende que todos los que vivimos a contrapelo, en un ambiente a disgusto, nos vemos forzados a llevar una doble vida.

Yo no llevo una doble vida, pero ¡son tantas las cosas que no comprendo de la juventud y de los adolescentes actuales ¡…
El botellón, los pantalones rotos, los zarcillos, los pins en la nariz, los tatuajes,…
No los comprendo. Soy de otra época. Tolero esas costumbres. No las comparto. Y, por supuesto, un respeto igual a todas las personas, vayan como vayan.
Porque son costumbres tolerables, que no tratan de imponerse aunque, según yo, afeen el paisaje humano (pero esa es mí y exclusiva impresión).
Pero no me encuentro emigrado a otro país como:

“Veo una barcaza llena de gente. Hombres apretados una contra otro. No sé cómo no se hunde con tanta carga.
Es una patera de inmigrantes clandestinos…
Los hay que se ahogan hasta en una playa. Mire, los subsaharianos no saben nadar. No han visto el mar, no piensan en flotar, ni siquiera bracean, se quedan quietos, tragan y se ahogan…
Cuando se les hunde una patera, aunque lleguemos pronto con nuestro barco, se nos muere alguno. No nos da tiempo a salvarlos a todos, no colaboran,…
         .- Es incomprensible.
         .- Si los viese lo comprendería. Llegan agotados de tanto andar, con hipotermia de la navegación nocturna, con quemaduras por el combustible y el sol con agua salada, les duele la cabeza…Están como atontados, parecen cosas, muchos están acabados… Otros lloran de dolor y de miedo, desesperados, nerviosos… Hemos recogido también mujeres embarazadas; quieren que sus hijos sean de aquí…No hablan, esperando que así no se sepa de dónde son. No cuentan nada por temor a la policía…
         .- ¿Viajan sin nada? –pregunto.
         .- Casi. Un atado de ropa, con frutos secos, dátiles… Eso sí, algunos se traen hasta un teléfono móvil y. cuando llegan, llaman.
         .- ¿A quién?
         .- Algunos tienen ya aquí familia o amigos. Otros llaman a las mafias que les transportan, asegurándoles que les ayudarán: a veces lo hacen, y a veces no. Todo es un azar, pero no hay quien los pare. Quien se juega así la vida en una tabla no retrocede ante nada.
         .- ¿Y no se ve solución?
         .- Un mundo mejor repartido. Pero ¿quién puede esperar eso?

No tengo más remedio que darle la razón. Y pienso que mientras en OCCIDENTE viajan tantos despilfarradores, una multitud vive penosamente o ensayando escapatorias de la miseria tan desesperada como ésta de las pateras. Aquí lo sabemos, pero nos permitimos olvidarlos.
Esa es la Nave de los Locos.

Esto sí es emigración pura y dura.

LA OTRA EMIGRACIÓN.

La nuestra, la española, la de los años 60, a la que yo, atónito, asistí viendo a la mitad del pueblo tener que irse a trabajar. Fueron causas internas o de expulsión más que causas externas o de atracción. Fueron más de dos millones de españoles.
La emigración española fue de carácter económico-laboral y sobre todo a partir de los años 60.
Antes de esos años apenas hubo por la incomunicación con el exterior potenciada y mantenida por el régimen franquista y su empeño de una economía de autosuficiencia, la famosa autarquía, que conllevaba pobreza, sobre todo en las zonas rurales.

Fue entonces cuando una tímida apertura al mundo (yo tomé la leche en polvo, americana, en la escuela, a la hora del recreo, la mantequilla que untábamos en la rebanada de pan y el trozo de queso de color amarillo, así como de los colchones de borra, todo americano pero nada gratuito, el pago fue en especie, la instalación de bases en territorio español).

La agricultura comenzó a mecanizarse. Los agricultores formaban cooperativas y adquirían tractores y cosechadoras, lo que causó que la mano de obra, los braceros y jornaleros, se quedaran en paro, y fueron los primeros que tuvieron que emigrar (posteriormente serían los pequeños agricultores los que, no pudiendo competir, por no disponer ni de tierra ni de capital para mecanizarse, también tuvieron que hacerlo).

La primera emigración fue interna, del campo a la ciudad.
Cuatro zonas, las industrializadas, fueron el destino de esta primera emigración interior: el País Vasco, Cataluña, Asturias y Madrid.

Después sería la emigración exterior, la denominada “emigración asistida”, al Centro y Norte de Europa, con un alto crecimiento productivo y un bajo índice poblacional que, aunque ocuparon los puestos de trabajo claves, no era suficiente para ocupar los otros puestos de trabajo, los de inferior calidad.

Fue Alemania la que más alto índice de crecimiento experimentaba, pero también Francia, Reino Unido, Bélgica, Holanda y Suiza.
Las barreras cultural e idiomática fueron las primeras que tuvieron que superar, lo que no fue fácil, debido al analfabetismo o cuasi analfabetismo de los emigrados, personas del campo.

Esta emigración exterior estaba canalizada y se gestionaba a través del Instituto Español de Emigración, donde se unificaban todas las ofertas y todas las demandas de trabajo, separándolas por factores y los posibles candidatos a ocuparlas, aunque solían venir, desde los lugares de destino, los inspectores/examinadores/evaluadores para reclutar a los que consideraban más aptos.
Una vez con la cartilla de sanidad en la mano y con el contrato de trabajo, en el que constaba la jornada laboral y el salario a adquirir, con las típicas maletas atadas con una cuerda, se disponían a emprender el viaje.

HOY, sin embargo, estamos asistiendo a otra triste emigración: la de nuestros titulados universitarios que, tras haberse y haberlos formado en España no encuentran un trabajo acorde en su tierra, teniendo que irse y ser admitidos, de buen grado, por países extranjeros.

Huyendo del paro y de la frustración y emigrando a los países en los que se les reconoce su valía.


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