Que el mundo de mañana, la Europa y la España de mañana no van a
seguir siendo las mismas es algo evidente, porque la población está siendo mucho
más variada en cultura, en costumbres, en religión, en ideología,…Pero no
sabemos cómo va a quedar, no vislumbramos una meta porque estamos en el camino
desde el que no se divisa, pero debemos ser conscientes de que va a ser
distinta.
Y sería bueno que, admitiéndolo,
fuéramos ya preparando el cesto con las mimbres que tenemos y que siguen
viniendo.
Es absurdo intentar, tan
siquiera, parar la avalancha, pero sí podemos irla encauzando para evitar la
catástrofe.
Claro que Sampedro, (también
yo, nacido en 1.944, en aquellos años duros del primer franquismo, aquellos
años del hambre y de la desconfianza, de no poder quejarte por si acaso, de la
persecución de republicanos convencidos y de sospechosos de serlo, por una
simple denuncia de alguien que, por envidia, por venganza, por despecho…) no
somos de esta época, aunque sigamos pisando la misma tierra ibérica, porque
España es otra a la de nuestras raíces, y más a las suyas, con la incivil
guerra civil en la que tuvo que participar como combatiente en ambos lados.
En una de sus obras afirma,
por boca de un personaje:
.-
“La mía es la España
de los primeros años treinta; por aquellas raíces recibo mi savia y con ellas
intuyo y siento (…) No me mires así. Es una verdad muy honda. Les pasa a muchos
pero se adaptan al molde en que nos meten, como zapatos en horma, y acaban por
no darse cuenta. Incluso procuran reeducarse. Yo, en cambio, cultivo la
diferencia.
.-
¿Pero es posible subsistir en la época nuclear sintiéndose de antes?, ¿No es
como querer un pez vivir fuera del agua y respirar con agallas?
.-
Mira, Martinillo, aprende que todos los que vivimos a contrapelo, en un
ambiente a disgusto, nos vemos forzados a llevar una doble vida.
Yo no llevo una doble vida,
pero ¡son tantas las cosas que no comprendo de la juventud y de los
adolescentes actuales ¡…
El botellón, los pantalones
rotos, los zarcillos, los pins en la nariz, los tatuajes,…
No los comprendo. Soy de otra
época. Tolero esas costumbres. No las comparto. Y, por supuesto, un respeto
igual a todas las personas, vayan como vayan.
Porque son costumbres
tolerables, que no tratan de imponerse aunque, según yo, afeen el paisaje
humano (pero esa es mí y exclusiva impresión).
Pero no me encuentro emigrado
a otro país como:
“Veo una barcaza llena de gente. Hombres
apretados una contra otro. No sé cómo no se hunde con tanta carga.
Es una patera de inmigrantes
clandestinos…
Los hay que se ahogan hasta en una
playa. Mire, los subsaharianos no saben nadar. No han visto el mar, no piensan
en flotar, ni siquiera bracean, se quedan quietos, tragan y se ahogan…
Cuando se les hunde una patera, aunque
lleguemos pronto con nuestro barco, se nos muere alguno. No nos da tiempo a
salvarlos a todos, no colaboran,…
.-
Es incomprensible.
.-
Si los viese lo comprendería. Llegan agotados de tanto andar, con hipotermia de
la navegación nocturna, con quemaduras por el combustible y el sol con agua
salada, les duele la cabeza…Están como atontados, parecen cosas, muchos están
acabados… Otros lloran de dolor y de miedo, desesperados, nerviosos… Hemos
recogido también mujeres embarazadas; quieren que sus hijos sean de aquí…No
hablan, esperando que así no se sepa de dónde son. No cuentan nada por temor a
la policía…
.-
¿Viajan sin nada? –pregunto.
.-
Casi. Un atado de ropa, con frutos secos, dátiles… Eso sí, algunos se traen
hasta un teléfono móvil y. cuando llegan, llaman.
.-
¿A quién?
.-
Algunos tienen ya aquí familia o amigos. Otros llaman a las mafias que les
transportan, asegurándoles que les ayudarán: a veces lo hacen, y a veces no.
Todo es un azar, pero no hay quien los pare. Quien se juega así la vida en una
tabla no retrocede ante nada.
.-
¿Y no se ve solución?
.-
Un mundo mejor repartido. Pero ¿quién puede esperar eso?
No tengo más remedio que darle la razón.
Y pienso que mientras en OCCIDENTE viajan tantos despilfarradores, una multitud
vive penosamente o ensayando escapatorias de la miseria tan desesperada como
ésta de las pateras. Aquí lo sabemos, pero nos permitimos olvidarlos.
Esa es la Nave de los Locos.
Esto sí es emigración pura y
dura.
La nuestra, la española, la
de los años 60, a
la que yo, atónito, asistí viendo a la mitad del pueblo tener que irse a
trabajar. Fueron causas internas o de expulsión más que causas externas o de
atracción. Fueron más de dos millones de españoles.
La emigración española fue de
carácter económico-laboral y sobre todo a partir de los años 60.
Antes de esos años apenas
hubo por la incomunicación con el exterior potenciada y mantenida por el
régimen franquista y su empeño de una economía de autosuficiencia, la famosa
autarquía, que conllevaba pobreza, sobre todo en las zonas rurales.
Fue entonces cuando una
tímida apertura al mundo (yo tomé la leche en polvo, americana, en la escuela,
a la hora del recreo, la mantequilla que untábamos en la rebanada de pan y el
trozo de queso de color amarillo, así como de los colchones de borra, todo
americano pero nada gratuito, el pago fue en especie, la instalación de bases
en territorio español).
La agricultura comenzó a
mecanizarse. Los agricultores formaban cooperativas y adquirían tractores y
cosechadoras, lo que causó que la mano de obra, los braceros y jornaleros, se
quedaran en paro, y fueron los primeros que tuvieron que emigrar
(posteriormente serían los pequeños agricultores los que, no pudiendo competir,
por no disponer ni de tierra ni de capital para mecanizarse, también tuvieron
que hacerlo).
La primera emigración fue
interna, del campo a la ciudad.
Cuatro zonas, las
industrializadas, fueron el destino de esta primera emigración interior: el
País Vasco, Cataluña, Asturias y Madrid.
Después sería la emigración
exterior, la denominada “emigración asistida”, al Centro y Norte de Europa, con
un alto crecimiento productivo y un bajo índice poblacional que, aunque
ocuparon los puestos de trabajo claves, no era suficiente para ocupar los otros
puestos de trabajo, los de inferior calidad.
Fue Alemania la que más alto
índice de crecimiento experimentaba, pero también Francia, Reino Unido,
Bélgica, Holanda y Suiza.
Las barreras cultural e
idiomática fueron las primeras que tuvieron que superar, lo que no fue fácil,
debido al analfabetismo o cuasi analfabetismo de los emigrados, personas del
campo.
Esta emigración exterior
estaba canalizada y se gestionaba a través del Instituto Español de Emigración,
donde se unificaban todas las ofertas y todas las demandas de trabajo,
separándolas por factores y los posibles candidatos a ocuparlas, aunque solían
venir, desde los lugares de destino, los inspectores/examinadores/evaluadores
para reclutar a los que consideraban más aptos.
Una vez con la cartilla de
sanidad en la mano y con el contrato de trabajo, en el que constaba la jornada
laboral y el salario a adquirir, con las típicas maletas atadas con una cuerda,
se disponían a emprender el viaje.
HOY, sin embargo, estamos
asistiendo a otra triste emigración: la de nuestros titulados universitarios
que, tras haberse y haberlos formado en España no encuentran un trabajo acorde
en su tierra, teniendo que irse y ser admitidos, de buen grado, por países
extranjeros.
Huyendo del paro y de la
frustración y emigrando a los países en los que se les reconoce su valía.
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