viernes, 3 de febrero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (33) AMOR Y XEXO


AMOR Y SEXO

“El amor es una experiencia comparable a la experiencia religiosa. En el amor descubrimos hasta lo que no teníamos porque en el proceso de amar nos enriquecemos y descubrimos lo que nos ha sido dado y hemos hecho nuestro”.

En el amor “dar” se convierte en “tener” y eso lo sabemos todos los amantes cuando ejercemos como tales.

No darlo todo por la persona a la que se ama, con lo que te hayas quedado, será usado contra ti. Porque, en el amor, lo que das te enriquece, aunque parezca contradictorio. Y eso lo sabemos los amantes cuando ejercemos como tales.

Y Sampedro lo expresa con una soleá de Laín Entralgo:

“tengo mis manos vacías // de tanto dar, sin tener. // Pero las manos son mías”.

Pero el amor no tiene un solo rostro, sino infinitos, y nadie, ni el Representante de Cristo en la tierra, con toda su corte, debe impedir que esos rostros se hagan visibles en las variadas combinaciones de varón y mujer.

¿Cómo es posible que los que se supone que son los más creyentes en que su Dios es el creador de la naturaleza humana quieran imponer una moral que censure y prohíba las variadas manifestaciones sexuales de dicha naturaleza imponiendo sólo una, la heterosexual, y únicamente cuando tiene como objetivo la procreación?

¿Quiénes son, los que voluntariamente han jurado el voto de castidad, para pontificar sobre la sexualidad censurando todas las formas de manifestarse, menos una?

¿Qué de sucias, inmorales y antinaturales pueden tener las variadas manifestaciones más naturales de la propia naturaleza humana?

Cualquier amor es Amor cuando lo legitima una pasión auténtica, cuajada en el tuétano de los amantes, sean cuales sean los amantes.

Añora Sampedro una ciudad donde se respire a fondo y se goce en libertad, donde cada uno ame según su propio ser y no según programas ajenos.

Y es que –sigue- el sexo es como la nutrición: un simple hecho fisiológico. En cambio el sexo no es la sexualidad.

La sexualidad sería como la gastronomía, un hecho cultural y civilizado que ennoblece el acto de comer.
Lo que diferencia al glotón del sibarita es la sensualidad.

Para gozar del erotismo hace falta tener cultura.

El varón inculto folla con sus genitales, disfruta follando y mientras folla, descarga el esperma y termina la función. Es un egoísta del placer, apenas le importa la otra persona.
El varón culto hace el amor con su pareja.
Sólo haciendo disfrutar al otro, disfruta él.
Da recibiendo y recibe dando.
Es un altruista del amor.

Es, sobre todo, sensualidad y sexualidad, incluso podría prescindir del sexo.

Son los diez sentidos enredados.

Es el amor recorriendo, lenta y suavemente, toda la geografía corporal, explorando los ocultos lugares y ascendiendo a las montañas carnosas y tensas.

¿Habrá algo más natural que el instinto sexual?
Sí, el amor carnal.

“¡Qué tremenda es esa necesidad¡ – dice en La Vieja Sirena- .Menos mal que iba a Quíos, cada mes, a vender mis bordados. Me los compraba un tendero y me hacía el amor: se lo compraba yo con mis bordados. No era mi hombre, pero era un hombre”.

¡Tanto tiempo presente en la sociedad occidental una mitología religiosa, considerada sagrada, revelada por el mismo Dios e infalible, imponiendo una moral enemiga del placer carnal y tan antinatural que valora la castidad como más perfecta que el sexo dado a todos los humanos por el mismo Creador¡

¿Por qué la virginidad va a ser un valor superior a la maternidad cuando lo natural es el sexo y no la renuncia al mismo?

¿Por qué el onanismo o la penetración anal o la felación o…, sin consecuencias reproductoras todas ellas, cuando son buscadas y deseadas, y no forzadas, van a ser consideradas sucias, inmorales y antinaturales?

¿Antinaturales?

¿Pero por qué, si es la misma naturaleza la que las reclama?

Yo he escrito bastante sobre “sexo” y “género” y, hasta la saciedad (y ya me he cansado de repetirlo) he defendido la locución “violencia de sexo” contra la socialmente aceptada “violencia de género”.

“El “sexo” –dice en El amante lesbiano- está determinado por los cromosomas y los genitales, a veces con intersexualidades. El “género, en cambio, lo aporta el cerebro, especialmente el hipotálamo y, aunque la moral impuesta rechace la idea, no siempre coincide con el sexo. Hay machos que se sienten hembras y hembras que se sienten machos…
Con cualquier combinación de sexo y género, coincidentes o no, la persona puede sentir atracción hacia los varones o hacia las mujeres, sean o no sus iguales y también hacia ambos en la bisexualidad”.

Afirma que “transformar el hecho sexual en palabras es humanizarlo. Un hecho humano se diferencia de un hecho natural  - en el sentido de instintivo, de animal- sobre todo por las palabras. La palabra es para mí el hecho humano por excelencia, por eso insisto siempre en defender la palabra frente a la imagen, que algunos animales captan incluso mejor que nosotros. Añadir literatura, palabra, al sexo es añadirle cultura, transformar un hecho natural, previsto biológicamente para la reproducción de la especie, en un acto humano”.

Es la diferencia, en el hombre, entre “follar”, donde la palabra sobra, o no hace falta (el guión de una película “porno” es ridículo, por decir algo y si a esos gemidos se les puede llamar “guión”) pero “hacer el amor” dos personas que se aman, la palabra dulce, el gesto amable, el beso, los besos, los sentidos todos, el manoseo, la ausencia de prisa, las caricias… son necesarios.

Esparcir semen no es amar.

Tanto en El Amante Lesbiano como en La Vieja Sirena nos describe el orgasmo con una maestría, una elegancia, una delicadeza….Lean Uds.

“! Qué oleaje de amor ¡Cabalgó ella sobre las piernas paralizadas, abriéndose al duro y erecto borrén de aquella humana silla de montar. Fue pasión, pero también ritual, como el de las sacerdotisas empalándose sobre los falos de marfil en los altares priápicos. Suave balanceo marino al principio, luego trote descuidado y tierno sobre un potrillo juguetón, después galope salvaje, imperioso, frenético, a crines desatadas sobre el incendio de la estepa, rodeados de llamas los jinetes, porque la silla se alzaba violenta, no podía esperar. Fue el vértigo, un momento equivalente a una eternidad, adivinando ella abajo, en la noche, el rostro convulso por el terremoto del placer, acogiendo los gemidos ansiosos y los rendidos ayes y el grito final triunfante; mientras ella misma se alzaba en repetidos pleamares, caía en desplomes momentáneos sobre aquel poderoso pecho, absorbía y se derramaba, sabía y no sabía, se vivía en el otro cuerpo (…) hasta que los borbotones del éxtasis la dejaron tendida sobre él, náufraga sobre la playa de su piel, otra vez sus labios bebiendo en los del hombre, golosos todavía, pero ya sin sed, por saboreo, por ternura y delicia…”

(El Amante Lesbiano)

O esta otra descripción.

“Los cuerpos se entrelazan, los gestos se aceleran. Ella siente sobre su vientre el espolón erguido y se abre, se ofrece, se adelanta. El ariete la encuentra, la tantea y la penetra despaciosa, poderosamente. Ella absorbe ese instante del primer saboreo con el macho en su vientre, suyo todo él, toda su longitud y poderío. ¡Posesión del hombre, ya es mío, me hace suya¡ El pene se hace cordón umbilical, da nueva plenitud al vientre, retorna al origen, consolida la unión. Ella lo saborea y el hombre prolonga la sensación porque es buen jinete y espera, antes de empezar a moverse, a liberar el miembro de su elástico y tibio cautiverio, para volver a entregarlo, suave y violento, tranquilo y ardoroso, mientras murmura palabras en  una lengua ignota”

(La Vieja Sirena)

Y sin objetivo de procrear. Por el simple, mero y profundo placer de perder el sentido de tanto usar los sentidos. Por hablar en ese otro lenguaje más completo que todos los lenguajes.

¿Cómo va a ser “vicio nefando” y no “excelsa virtud”?


Si yo hubiera sido Jesús de Nazaret, en el Sermón de la Montaña, la primera Bienaventuranza habría sido: “Bienaventurados los amantes porque suyos son tanto el reino de los cielos como el reino de la tierra”

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